Me fui a casa con las últimas palabras de mi jefe resonando en mi mente. No paraba de provocarme. Al fin y al cabo, ¿qué quería de mí? Hoy fue un día de altibajos. ¿Se calmarían las cosas en esa oficina y los días volverían a la normalidad algún día?
Fui a ver a mi hijo, que ya dormía como un ángel, abrazado a su osito de peluche. Pensé en hablar con Mel para pasar el domingo en el parque con él; sería genial. Fui a la habitación de mi amiga, que también dormía, y cogí el monitor de bebé.
Me duché y me quité todo el estrés del día de encima, me metí en la cama y me dormí pensando en mi jefe. Estaba como loca.
Me desperté y fui a preparar a mi pequeño para dejarlo en la guardería antes de irme. Se despertó de muy buen humor, me sonrió y empezó a decirme lo mucho que le gustaba la guardería, y mientras lo preparaba me contó mil cosas sobre todo lo que estaba descubriendo. Sonreí como una idiota, era tan bueno ver a mi hijo crecer feliz.
Me preparé y fui a la cocina, donde encontré a Mel