Patricio me dio un vaso de agua, que tomé temblando. Pero solo cuando Alessandro me pasó los dedos por la cara me di cuenta de que estaba llorando.
—Tranquila, Catarina. No tiene poder para hacerte daño. No tengas miedo, no perderás tu trabajo por culpa de este idiota. —Mi jefe me habló con dulzura mientras me pasaba la mano por la espalda para calmarme.
—Así es, Cat, no le hagas caso a Junqueira, es un idiota. Y tú eres una mujer fuerte, no dejes que te intimide. —dijo Patrício, apoyándome.
—¿Y desde cuándo te tomas la libertad de llamar a mi asesor por un apodo?
—¿Desde cuándo nos hicimos amigos? ¡Y no seas idiota, jefe!
Me reí de la provocación entre ellos dos y mi jefe se levantó y me sujetó la barbilla, haciéndome mirarlo. —No es idiota, pero creo que es un poco imbécil —dijo y me guiñó un ojo, sonriendo—. ¡Por qué tenía que ser tan guapo este idiota!
— ¡Dios mío, chicos, están evitando lo inevitable! —dijo Patrício sonriendo—. Pero, Cat, estaba hablando con tu jefe y ya reservé