Imran salió del trabajo, y condujo hasta su mansion.
Cuando llega se quita el saco con un movimiento brusco y lo arroja sobre una silla cercana. El enojo y la duda seguía ardiendo en su interior, un fuego que ni el aire frío de la noche había logrado apaciguar.
Respira hondo, tratando de calmarse. Necesitaba respuestas.
Camina por el amplio vestíbulo con pasos pesados hasta encontrar a la ama de llaves en la cocina.
—¿Dónde está mi esposa? —pregunta con voz cortante.
La mujer, una señora de mediana edad con un rostro afable, lo mira con cierta vacilación antes de responder:
—La señora Hana salió hace una hora...desde que usted salió.
Imran sintió que la sangre le hervía.
—¿Con quién?
—Con el chófer, señor. Salieron juntos. Llevarían primero a la señora Jazmín a su trabajo.
Imran entrecierra los ojos.
—¿Dijo adónde iba después?
—No, señor, pero mencionó que tenía una cita importante.
Los músculos de su mandíbula se tensaron. ¿Otra vez mintiendo?
Sacó el teléfono de su bolsillo y marcó