•|4: Todo lo que deseo|•

Denigrantes, aberraciones, moustros. Eso nos llamaron una vez, sin embargo, seguimos siendo mejor que ellos.

||••||

Aidan. 

—Ven conmigo. —me pide Arturo. Sin decir nada lo sigo por los pasillos hasta llegar a lo que parece un balcón con una mesa pequeña y dos sillas, me coloco frente a él esperando a que comience su diálogo — . Cómo sospecharás, no te pedí venir solo para hablar, te traje porque quiero que firmemos un acuerdo de paz entre ambos mundos. 

Arturo sabes que no me gustan los rodeos, es por ello que no se anda con palabrerías.

—¿Y qué tienes tú que yo ya no tenga? Porque me imagino y tienes algo que quiero o podría querer como para yo aceptar tal barbarie. —traga grueso, sus ojos no permanecen mucho tiempo firmes ante los míos.

—De hecho, sí. Pero no te voy a decir que es, prefiero que lo veas por ti mismo —pasó los dedos por mi barbilla haciéndome el pensativo.

—Tiene que ser muy bueno tu intercambio como para que estés tan convencido de que aceptaré. —En sus ojos pude ver el terror que me tenía, pero también el que no había ni una pizca de duda de que aceptaría su propuesta.

—Puede ser. —y sin más se levanta y va por los pasillos, de mala gana lo sigo hasta una de las tantas salas del palacio, el cual detesto por tanto blanco en cada rincón, no hay nada más que el maldito color por todos lados y en cada uno de los adornos del lugar.

Apenas entramos el olor distintivo de la pelirroja, me golpea la nariz.

Distingo a todas las hermanas, las cuales tienen la misma vestimenta que Juliet la cual no me sorprende que sea blanca, comienzo a sospechar que tiene una obsesión con tal color.

Sus ojos marrones ven a todos lados menos a mí, sé que aún sigue dolida y molesta por lo de aquel purasangre. Eso me hastía, pensé que lo olvidaría en unos cuantos días, pero al parecer estos años no le bastaron para olvidar al mocoso.

El pensamiento de matarlo me embarga, no le hice daño, pero ahora suena bastante tentativo dada la circunstancia con ella. 

—Ellas son Delia, Venus, Irene, Diana y Juliet. Fueron domesticadas para cumplir órdenes, tienen unos magníficos dotes. Te puedes quedar con una de ellas, la puede elegir como esclava… O esposa como gustes. 

—¿Por qué yo querría mocosas cuando tengo a cientos de mujeres a mi disposición? —Corto.

—Ya lo dije, tienen dotes especiales que ninguna otra criatura tiene, estoy seguro de que para algo te servirá una de ellas —entorno los ojos, volviendo mi mirada a las cinco jovencitas. La decisión ya está tomada, pero no puedo ser tan evidente delante de Arturo, aún hay muchos cabos sueltos que no logró descifrar.

—¿Por qué me quieres entregar la única arma que tienes? —Cuestionó al hombre a mi lado.

—No son un arma, tienen ciertas cualidades pero son inofensivas. No dañaría ni a una mosca, además quiero la alianza porque quiero que mi pueblo esté a salvo y no tenga miedo a que algo los ataque a medianoche. Este último año he perdido a mucha gente y necesito que eso pare —si no conociera bien su especie, tal vez me tragaría su actuación.

—Mi gente necesita comer, ¿no pensarás que les exigiré que se mueran de hambre? No pondré a tu gente por encima de la mía —sentenció.

—Eso lo sé, por ello he planteado un sistema más eficiente —levantó una ceja expectante —Mi pueblo les brindará la sangre que necesiten una vez por mes, los médicos se encargarán de extraer la sangre necesaria sin que muera nadie en el proceso. No quiero que más de mi gente muera, espero que entiendas mi punto de vista y consideres bien mi propuesta —me está dando tiempo a elegir.

—Está bien, solo si dejas que las otras cuatro se las lleven mis hermanos —Sus ojos brillan triunfantes. Hace tiempo hice mi promesa, respeto y venero a los Dioses, pero si ellos me traicionan de nuevo no pienso mantener más mi promesa —Arturo, espero que por tu bien y el de tu pueblo cumplas tu parte del trato, porque si no —doy un paso a él. —dejaré que mi gente haga una masacre tan sangrienta que te arrepentirás toda tu vida de haberla visto.

El brillo del triunfo se desvanece dando paso al terror.

—¿Cómo es que se llama la última, la pelirroja? —Cuestionó dando un paso atrás.

—Juliet señor. —responde enseguida. Mis ojos van a ella, a su rostro aniñado. Doy unos cuantos pasos hasta quedar más cerca de ella. El rey le ordena dar un paso adelante dejándome detallarla mejor. 

—La quiero como esposa. —la satisfacción en el rostro de Arturo no me pasa desapercibida, pero no le tomo importancia.

°°°°

—¿¡¡Te vas a casar!!? —Los gritos de Bert me hastían.

—Ya te dije que sí. ¡Deja él trama! —Su maldito moralismo me está molestado cada vez más. —Ya te dije lo que tenía que explicarte, ahora no me jodas con moralidades absurdas. Qué aún no me explico cómo es que te haces el digno cuando peores cosas has hecho.

Sus ojos tan oscuros como la noche me miran con furia.

—No compares una cosa con la otra…

—Claro, porque acostarte con toda una familia no está mal visto, porque hacer tríos y orgías con mujeres y hombres de distintas especies de veinte en adelante está bien…

—¡Ya! Entiendo tu punto, ya no te digo más, haz lo que gustes. Si ellas necesitan protección, pues la tendrán —no deja que replique, se larga dejándome con la rubia en mi oficina, sus ojos se mantienen en el suelo de mi despacho. 

—Puedes hablar. —Le doy permiso para que diga lo que está pensando. Levanta la mirada, pero no me mira a los ojos «lo tiene prohibido» 

—Creí que teníamos una conexión. —musita. 

—Y la tenemos, no te preocupes por eso. 

—Pero… Te vas a casar. 

—Y no por eso dejas de ser mi sumisa.

—¿Seguiremos estando juntos aun cuando te cases? —reflexiono un momento mi respuesta.

—No veo porque no. Juliet será mi esposa, pero aún no está lista para una relación así, si ella quiere estar conmigo entonces tú te largas, pero si no puedes quedarte hasta que alguno de los dos se canse. —dejo en claro.

—Yo nunca me cansaría de usted, mi señor.

—Yo no puedo decir lo mismo. —La sinceridad es algo que hemos mantenido siempre y es mayormente por lo que nos hemos entendido bien todos estos años. Su rostro se contrae en tristeza. 

—Entiendo —es todo lo que dice antes de irse. 

°°°°

La palabra matrimonio nunca había estado presente en mi vida, muchas de las criaturas con las que crecí y viví a lo largo de mi vida jamás le dieron importancia a tal acto, por lo que yo tampoco se la di. 

Y saber que ahora estaba atado a alguien por la eternidad era desconcertante y satisfactorio a la vez.

Creo que una de las razones por lo que jamás lo hice fue porque a diferencia de los humanos que se casan y luego se separan y hacen su vida con otra persona sin consecuencias; para nosotros no es así, una vez casados se genera un vínculo el cual no se puede romper pase lo que pase, nos unimos en cuerpo y alma por la eternidad. Después de la muerte aún nos volvemos a ver, el vínculo jamás se quiebra, Juliet nunca se podrá deshacer de mí como yo, tampoco de ella…

Al pasar una semana de mi “boda” vuelvo al palacio del rey de Gea. 

—¿Por qué no vienen sus hermanos? —pregunta Arturo, lo ignoro y fijo mi mirada en las otras cuatro jovencitas frente a mí. 

—¿Cómo te llamas? —Le pregunto a la joven de ojos rojos. 

—Diana, señor —responde con una sonrisa radiante, tal y como con Juliet su mirada tiene ese brillo fascinante, exceptuando que su brillo es distinto, burlesco, pero hace la misma función, te doblega de cierta forma. 

—Quiero que me dejen a solas con ella —ordenó y pronto el rey sale junto a las otras tres —Dime, Daina ¿qué te parece la idea de salir de aquí? 

—¿Voy a poder ver a mis hermanas? —inquiere con los ojos entornados. 

—Ah, querida, quiero que entiendas que no serás ninguna esclava ni harás nada que no desees o tú no quieras, eres una de nosotros, parte de la oscuridad que rodea a Gea y de las criaturas que detestan los humanos —su ceño se frunce. 

—Nos odian, ¿por qué? —pregunta con inocencia. 

—Los humanos tienen cierta cualidad para destruir lo que no conocen ni entienden, lo que saben que con únicamente quererlo pueden destruirlos, pero son tan idiota que aun sabiendo que pueden destrozarlos con un simple movimiento, se creen mejores y con el derecho de ser superiores a nosotros —mis palabras le dejan más dudas que respuestas. 

—No estoy entendiendo. 

—Hace tiempo existieron seres como tú y tus hermanas —comienzo —Seres que podían controlar el arte de la magia y estaban más conectados con la naturaleza que los mismos Crecientes, su poder era inigualable. Las brujas eran hijas de Hécate, la diosa de la magia, que al desaparecer de este plano sus hijos fueron llevados a la hoguera y sentenciados a muerte a ellos y a sus descendientes, es por ello es que no hay más como ustedes. Los humanos acabaron con su raza hace siglos, ya que las consideraban una amenaza. 

—Si eran tan poderosas, ¿por qué no hicieron nada al respecto? ¿Por qué no pelearon por su vida? —Cuestiona incrédula. 

—Las brujas, aparte de ser poderosas, eran muy pacíficas, siempre quisieron el buen para todos, ellas no quisieron luchar por su vida porque la misma promesa que hicimos nosotros también la hicieron ellas. Antes de que los dioses desaparecieran nos hicieron prometer que no destruyamos su más preciada creación, no importa que nos hagan ellos, no podemos tocarlos. 

—Eso es muy injusto, ellos mataron a personas inocentes —dice indignada. 

—Lo es, muchas veces hemos estado a nada de romper nuestra promesa, pero eso tiene un precio que pocos estamos dispuestos a pagar por seres tan insignificantes como ellos. 

—Él nos mintió, ¿cierto? —concluye. 

—¿Quieres saber la verdad? —Ella asiente convencida. Con cierta duda le extiendo el libro más antiguo y valioso que tengo. 

—¿Pará qué un libro? 

—En él verás la verdad, no sería justo solamente decirla porque la estaría diciendo desde mi experiencia y resentimiento. Es mejor que la veas tú y juzgues por ti misma. 

—Gracias —Su sonrisa vuelve y abraza el libro con fuerza a su pecho —¿con qué hermano me iré? 

—Con Bert —asiente con entusiasmo a pesar de no tener idea de quién es. 

—¿Confías en mi Diana? 

—No. 

—Entonces confía en tu hermana, ella está bien y ustedes pronto lo estarán. Si algo no les agrada pueden contárselo a Juliet, ella verá por su bien. 

—¿Podré visitarla? 

—Por supuesto, pero por ahora no. Primero hay que sacarlas de aquí —«y esperar a que Bert no haga ningún trama» 

—Está bien. 

La dejó en el palacio de nuevo, ya que aún no me la puedo llevar, pero pronto lo haré. 

Tal y como lo espere al principio, Juliet se niega a cualquier tipo de contacto conmigo. Respeto su petición, por lo que dejó que duerma en otra habitación dónde se mantiene todo un mes encerrada. Me cuesta, pero la dejo, no lograré nada si ella se niega a estar conmigo. 

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