Inolvidable Pasión (Amores Inolvidables III)
Inolvidable Pasión (Amores Inolvidables III)
Por: Jeilcy
Prólogo

Empezaba a creer que su madre tenía razón, a veces era demasiado impulsiva, pero ¡Ella no tenía la culpa! Su imaginación a veces hasta a ella misma la desbordaba, así que por eso estaba allí con una ancha sonrisa mirando ensimismada un bello tapete bordado con preciosas figuras y hecho completamente a mano en ese bullicioso mercado y cubierta de pies a cabeza como una mujer del lugar. Pero eso no había bastado para que le dedicaran miradas de apreciación e incluso de abierta lujuria.

El oriente medio ciertamente era un lugar de contrastes, las ciudades estaban más modernas y actualizadas que nunca, pero aun había sitios que eran bastante salvajes y donde una mujer como ella no iba a encontrar seguridad precisamente y mucho menos viajando sola. Casi llegaba a Durban, de hecho, estaba en la frontera, le habían dicho que ahí no había nada que temer, pero se había detenido en su trayecto a ese País en muchos otros sitios del desierto.

Voy a Durban – Le dijo riendo por teléfono a su madre hacía una semana.

¿A dónde? – Preguntó con voz casi temblorosa la pobre de Sascha.

Es un País hermoso madre, desierto y mar se conjugan a la perfección ¿no crees? Y es justo lo que necesito.

¿Desierto y Mar? ¿Estamos hablando del oriente medio, de árabes y todas esas cosas? ¿necesitas? ¿para que? ¡Por que eres tan impulsiva!

Necesito descansar, allí pasaré mis próximas vacaciones – No necesitaba ir a Durban por eso, cansada no estaba, últimamente no se le quitaba de la mente el escribir, eran tiempos en los que casi todo el mundo lo hacía, esa clase de hobbie le parecía genial y ella disfrutaba plasmando su a veces desbordante imaginación, y Durban era el sitio ideal para la inspiración de su próxima novela, no se podía sacar de la cabeza la imagen de un apuesto hombre del desierto, para su historia, claro. Y Durban era un País hermoso, próspero, gobernado por su orgulloso rey que había traído prosperidad a todos sus habitantes. Combinaba lo exótico, lo salvaje, lo prohibido con lo civilizado y ella estaba más que lista para ir.

A tu padre no le va a gustar esto nada, Gabriela.

Lo sé – respondió satisfecha. Provocar a su padre era una tarea muy satisfactoria a veces. Sobre todo cuando la quería tener como una princesita en su torre de cristal rodeada de almohadones, ¡tenía 27 años no 5!

A tus hermanos tampoco les agradará – Sentenció su madre de nuevo.

¿Tú crees? – Dijo divertida. Ser la menor no siempre era algo agradable y mucho menos cuando tenías dos hermanos mayores testarudos igual que ella.

¿Qué pasa con la empresa? - Insistió Sascha.

Tengo vacaciones recuérdalo, me las deben desde hace mucho. He dejado todo en orden madre. Tengo que irme. Te quiero bye.

No, espera… ¿Gaby?

Bye mamá…

Dos hombres enormes la observaban e interrumpieron su atenta observación del tapete ¿Por qué se había detenido y perdido tanto tiempo? Se reprendió.

Con una cálida sonrisa y con lo que había aprendido de árabe compró el tapete al jovencito que lo vendía. Orgullosa por haber podido hacer la transacción y por ver que su dominio del idioma mejoraba cada día, se cubrió el rostro y enseguida se alejó a toda prisa para perder de vista a ese par de gigantes. No entendía porque a pesar de llevar la vestimenta propia de esos lugares, de ir cubierta casi en su totalidad, la observaban, al ver que la seguían el miedo empezó a apoderarse de ella. Pero no en vano tenía buena condición física y con rapidez avanzó entre el gentío. Cuando divisó el pequeño hotel donde se quedaba lanzó un suspiro de alivio y corrió con más fuerza. No había ni rastro de sus perseguidores cuando se atrevió a voltear y enseguida pensó que había exagerado. Esa misma tarde preparó todo para su ingreso a Durban. No había vuelos para llegar al opulento país desde donde estaba, era más factible hacer el viaje en camionetas especiales para ello. Así que con una mochila al hombro y una pequeña maleta en la mano abordó una de esas camionetas todo terreno. Rodeada de niños, mujeres que solo se les veían los ojos y hombres que le lanzaban miradas que la hacían querer salir volando de allí, Gabriela empezó el viaje observando por la ventanilla. La vista de las dunas de arena la relajó y encontró más fascinante aún el desierto.

La ciudad que quedaba fronteriza empezó a verse en la distancia y ella se alegró de que faltara poco, pero en eso un ruido extraño le llamó la atención. Soltando una retahíla de palabras a todas luces malsonantes, el conductor se bajó de la camioneta y con gran aspaviento anunció que la camioneta estaba descompuesta y que tendrían que esperar en lo que apareciera otra y llegara a la ciudad, y de regreso les trajera el repuesto que necesitaba, para eso pasarían muchas horas. Faltaba poco para el atardecer y ella vio que la ciudad no estaba demasiado lejos, con dificultad se hizo entender con el conductor y le preguntó en cuanto tiempo llegaría si se iba a pie, por toda respuesta recibió una especie de bufido y después la risa de los otros que escucharon.

¿Con que una mujer no es capaz de caminar esa distancia eh? Pensó enojada por la poca estima con que la mujer era considerada. Con una mirada de determinación que tan bien conocían sus padres y todo el que la conociera aunque sea un poco, se puso la mochila, tomó su maleta y empezó a caminar rumbo a la ciudad oyendo aún las risas de los demás.

No eran precisamente dos kilómetros como ella había calculado se dijo exhausta como una hora después, eran más bien cinco o quizás seis, el desierto podía ser muy engañoso. Caminar en la arena era un ejercicio bastante vigoroso y cansado sobre todo por que ella desde la madrugada había andado arriba y abajo por todos lados. Se sentó sobre la maleta y vio que aun le faltaba un buen tramo para llegar a su destino, la camioneta ya no se miraba en la distancia, el viento empezó a correr con más fuerza y la arena se le empezó a meter por todos lados del cuerpo sobre todo en los ojos. Se puso a reír para impedir que se pusiera a gritar y se levantó para seguir.

En la distancia vio que se acercaban a ella hombres a caballo vestidos a la usanza tradicional. Bueno, eso era lo normal allí ¿no? Que de pronto se aparecieran personas en esos tremendos caballos y vestidos como bandidos del desierto, aunque no lo fueran ¿verdad? ¿Serían bandidos? ¿Por qué siempre se encontraba en situaciones complicadas?

Por que ella misma se las buscaba se recordó ¿Qué hacía ahí de pie esperando que llegaran? Se ajustó la mochila y sin soltar la pequeña maleta echó a correr, hecho bastante singular si se tomaba en cuenta que hacía escasos minutos sentía que no podría volver a dar un condenado paso en la arena. Con terror vio que los hombres azuzaron sus caballos y que pronto le darían alcance. Corrió como si la persiguieran mil demonios y no estaba tan lejos de esa realidad. Sorteó dunas, brincó encima de ellas y siguió corriendo, cada vez viendo más de cerca la ciudad e ignorando que su corazón quisiera salírsele del cuerpo por el esfuerzo. Teniendo más o menos cerca la meta, de pronto un caballo enorme la hizo pararse pues se le puso enfrente. Ella se detuvo y vio con anhelo la ciudad, pero comprobó con horror que en realidad faltaba bastante para llegar. Enseguida se vio rodeada como de diez hombres con sus respectivos animales que desde la altura la observaban con interés ¿Querías ideas para tu próxima novela Gabriela? Bueno, ahí tienes el inicio pensó con sorna y con el miedo extendiéndose por todo el cuerpo.

Mira lo que nos ha traído el desierto – Dijo uno con una risotada. Los demás rieron igualmente ignorando que ella entendía poco, pero entendía. Su conocimiento del idioma se había multiplicado por diez se dio cuenta Gabriela ¿Era por la situación que estaba viviendo? De lo que estaba segura es que se defendería con todo. Siguiendo el consejo de su amiga Jaquie, había entrenado duramente una temporada artes marciales hasta dominarlas en su aspecto básico y pese a que le había hecho caso, en su momento había considerado exagerado hacerlo, y ahora quizás eso le ayudara. Si regresaba sana y salva gracias a ello, tenía que ir a agradecerle a Jaquie, de todos modos ella lucharía hasta morir.

Alá ha sido generoso – Añadió otro.

No olvides que yo la he visto primero.

Siempre y cuando la compartas… - Dijo otro hombre.

No lo sé, es demasiado hermosa como para compartirla.

Gabriela tragó saliva y trató de cubrirse más el rostro mientras observaba a todos lados tratando de encontrar una salida a semejante situación.

Puedes quedártela – dijo un hombre joven – No quiero ni pensar en lo que nos harían por llevarnos a esta mujer a la fuerza. Las leyes de Durban son muy claras y estrictas al respecto, además se ve que es extranjera. Debemos dejarla ir.

No estamos en Durban – Dijo con burla el mismo hombre de mirada libidinosa que la reclamaba para sí.

Pero si muy cerca y al príncipe Asad no le importará la ubicación si eso significa que estamos cerca de sus dominios y se violan sus leyes.

Quédate con tu cobardía – Bramó el tipo. Pero los demás parecieron concordar con el joven en cuanto oyeron el nombre de Asad y se echaron atrás literalmente.

Gabriela entendía palabras, frases y rellenaba espacios vacíos por lo que creyó ver un rayito de esperanza y siguió aferrándose a su maleta que tenía delante del cuerpo como escudo. Los hombres se dieron la vuelta y la dejaron todos excepto el que quería llevársela y ella le plantó cara sabiendo que enfrentar a uno no era lo mismo que enfrentar a diez y había más probabilidades de salir bien librada.

Cuando hizo el intento de subirla al caballo ella le golpeó con la maleta en el rostro logrando que cayera y aterrizara en la arena quedando en posición bastante graciosa. El hombre se levantó enfurecido y ella se quitó la mochila y se puso en posición de combate, trató de agarrarla y ella se hizo a un lado con soltura mandándole un golpe en la entrepierna de paso. El hombre dio un alarido y quedó de rodillas. Casi de inmediato se volvió a levantar y la mirada de odio y furia que le lanzó hizo que Gabriela por poco se lanzara a correr pero un ruido no tan lejano llamó la atención de los dos y vieron muy cerca otro nutrido grupo de hombres a caballo. El hombre que luchaba con Gabriela corrió despavorido a su caballo y se alejó al galope. Ella deseó tener un caballo igualmente. Todo parecía complicarse, algo le decía que esta vez no tenía escapatoria.

Vestidos con túnicas de color azul oscuro y con ribetes plateados esos hombres al parecer pertenecían a un clan en específico. Todos tenían cubierto el rostro y se acercaron a ella dejándola en medio otra vez, segundos después dieron paso a un hombre que se miraba más imponente que todos y que iba en un precioso corcel negro cuyo tamaño hacía palidecer a los demás, iba vestido diferente, llevaba una túnica blanca con remates dorados y un turbante igualmente blanco con dorado. Unos hermosísimos ojos del color de la miel la miraron con interés dejándola hipnotizada.

¿Por qué las mujeres siempre se encuentran en situaciones absurdas? – Dijo con voz profunda y varonil, pero dejando entrever burla en su comentario, el cual obviamente no iba dirigido a ella si no a sus acompañantes.

¿Será por que los hombres nos orillan a ello? – Le respondió en árabe, logrando la atención de todos y que la miraran casi con espanto, menos ese hombre de ojos color miel.

¿Habla nuestra lengua? – Preguntó con calma e indiferencia.

No, que va, acabo de aprenderla en este instante – Respondió desafiante.

Es usted muy imprudente – Le dijo lanzándole una dura mirada y hablándole en perfecto inglés con un ligero acento de Inglaterra.

Bueno, ese es un idioma que conozco se dijo Gabriela. Cuando iba a replicar de pronto se vio tomada por la cintura y subida al caballo de ese hombre.

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