El beso se prolongó por largos minutos, en los que ninguno de los dos sentía intención alguna de separarse. El beso era lento, suave y no daba cabida para pensar en otra cosa que no fuese sentirse en la boca del otro, robándose el aliento y sin ser demasiado conscientes del palpitar desaforado de sus corazones.
El beso que estaban compartiendo era de lejos sexual. No había lujuria ni morbo, solo un roce de labios apasionado y en extremo dulce, capaz de empalagarlos y borrar de sus mentes todo vestigio de furia que sentían de momento.
En un beso estaban sintiéndolo todo, como sus cuerpos encajaban a la perfección y como sus seres se unían en un mismo son.
Jeray afincó sus manos en su rostro y profundizó el beso más suave y tierno que alguna vez haya podido darle a una mujer. Y, aunque iba lento, disfrutando de la sensación de sus labios al rozarse y de todo lo que provocaba en él, no tenía deseos de arrancarle la piel de otra forma que no fuese con un beso cargado de emociones. Más bie