Yo amo los retos

El día del juicio ha llegado. Ser la nueva nunca es bueno. Pero ser la nueva en un pueblo donde absolutamente todo el mundo se conoce es desastroso. Los nervios están haciendo estragos en mi sistema. Tengo malestar de solo pensar cómo va a transcurrir todo el día: presentación, preguntas, presentación.

Soltando un suspiro resignado, me acerco a la pared y me miro al espejo para comprobar que estoy lista. Esta mañana cuando iba a cambiarme, decidí que sin importar donde esté, iba a seguir siendo yo, o al menos, la mejor versión de mí; me cambio con un jean oscuro y una blusa azul holgada al cuerpo y me veo bien, como una chica normal de diecinueve años, es como si nada hubiera pasado hace un año atrás, como si los monstruo no estuviesen ocultos detrás de mí, y debajo de mis párpados cuando cierro los ojos esperando el momento para salir.

Sacudo mi cabeza y fijo mis ojos en el reflejo del espejo, detallando la imagen que me regresa la mirada; los ojos verdes como los de mi padre y el cabello castaño, que ahora llevo demasiado largo enmarcan mi rostro. Aparto la mirada incapaz de seguir observando y dejo salir un suspiro tembloroso antes de tomar mi bolso y caminar escaleras abajo.

Mi padre ya se encuentra en la mesa de la cocina para cuando llego, está con un café en mano y la página de los crucigramas de un periódico extendida sobre la mesa. Al escucharme entrar desliza los ojos del diario hacia mí y me regala una sonrisa.

―Buenos días cariño. ¿Estás lista?

―Tan lista como puedo estar ―le digo, sin ocultar el nerviosismo en mis palabras.

―Vas a estar bien, Gabe. La universidad es una gran experiencia ―comenta mi padre sin sacar la sonrisa de su rostro―. ¿Comerás algo?

Mis ojos viajan a la mesa frente a mí y es cuando veo el tocino y el café servidos ahí, mi estómago se revuelve no más al verlo.

―Creo que paso, estoy segura que si como algo podría vomitar a la primera persona que me hable. 

―Tomo las llaves de mi auto y me acerco a mi padre para darle un beso, y él me aprieta fuerte contra su pecho en un abrazo.

―Será un gran día ―dice antes de soltarme.

Regalando mi mejor sonrisa asiento con la cabeza hacia papá.

―Será un gran día ―repito. Y realmente espero que lo sea.

Para ser un pueblo pequeño, La Academia de Arte, Cultura y Deporte: River Fleur, es bastante grande. Y en estos momentos puedo entender perfectamente la razón de su nombre. Un edificio de tres pisos en ladrillo blanco con forma de espiral, que a medida que te acercas se va viendo cada vez más como una flor. Un Ranúnculo, para ser más exactos.

No está nada mal para un pueblo tan pequeño, pienso mientras bajo de mi vehículo y camino hacia la entrada. De hecho, es bastante impresionante. Aún más impresionante la cantidad de vehículos que veo en el parqueadero. Dudo que todas estas personas sean de River’Hills.

Aún con la visión de la fachada en mente atravieso las puertas del lugar y de inmediato la oleada de risas y murmullos característicos de las escuelas me envuelve. Es como si el mundo fuera distinto dentro de estas cuatro paredes.

Evitando ser tropezada o pisoteada por la lluvia de hormonas moviéndose por los pasillos, me voy abriendo paso para llegar a la dirección del programa de Fotografía y buscar mi respectivo horario como todos los nuevos.

En el camino veo todo tipo de personas y por un momento una corriente de entusiasmo atraviesa mi cuerpo. Hay chicos de estilo bohemio que no había visto desde que llegué al pueblo llevando guitarras en sus espaldas y chicas con estuches de violines conversando en las entradas de los salones. Algunos llevan grandes estuches de arte, muy parecidos a los de mi padre, mientras arrastran un caballete a sus espaldas. Por un instante logro sentirme parte de algo.

Sosteniendo con fuerza mi morral con el estuche de mi cámara, termino de subir las escaleras que llevan a la dirección. Para mi sorpresa hay muchos nuevos.

La dirección de aquí no es muy diferente a la de cualquier otra escuela en Manhattan, un sector de oficinas dentro de la Academia donde una mujer con rostro amable ―aunque muy pocas veces lo es― te hace esperar.

La mujer está atendiendo a un chico moreno delante mio que lleva monturas rojas cuadradas, el estuche de una Nikkon cuelga del hombro del muchacho. Cuando este se da la vuelta para irse me observa de pies a cabeza con el ceño fruncido antes de salir de la oficina.

Me acerco hasta la recepción y de inmediato la mujer frente a mí me sonríe.

― ¿En qué te puedo ayudar, linda? ―pregunta. En su uniforme cuelga un botón en qué se lee Mindy Rogers.

―Mi nombre es Gabriel Blanchett, señorita Mindy, vengo por mi horario.

La mujer abre muchos los ojos al escucharme y me da una sonrisa de oreja a oreja que logra asustarme un poco.

«¿Qué tiene la gente de acá que sonríe como loca?».

―Tú eres la chica de Manhattan ―dice la mujer con demasiado entusiasmo.

Yo me limito a asentir con la cabeza en su dirección y darle lo que espero haya parecido una sonrisa amable.

―Normalmente solo asisten los jóvenes de las ciudades cercanas, nunca había venido alguien de tan lejos―Comenta Mindy, y yo solo sonrío porque no sé que espera que le diga―El director te espera en su oficina con tu guía, linda ― Finaliza, señalando la puerta a su derecha.

―Gracias ― le digo y apresuro el paso hacia la oficina que me indicó.

Toco la puerta dos veces antes de escuchar un suave "adelante" proveniente del interior. Con cuidado abro la puerta y me adentro en la oficina. Huele a pino y frutas frescas. Un hombre que parece entrando a sus sesenta me recibe detrás de un gran escritorio de madera pulida de color caoba, apenas me ve me sonríe y me indica que me acerque; al hacerlo es cuando noto a la chica a su lado.

―Bienvenida, señorita Blanchett ―me dice el director, quien sé por la investigación previa que hice del lugar, se trata de Louis Beltrux, esposo de Jean Pierre Laver y uno de los dueños de la Academia.

Yo murmuro un gracias y mis ojos vuelven a ir a la chica a su lado, mi lado artístico respondiendo ante sus facciones. Tiene rasgos asiáticos con un ligero toque propio de Europa.

―Ella es la señorita Mei Leing Laver, y será su guía el día de hoy para ayudarla a encontrar las clases. Así podrá saber dónde queda cada salón. ― ¡Oh! No paso por alto el apellido y mis ojos vuelven con mayor insistencia a la chica, que ahora tiene la vista fija en mí. Con disimulo retiro la mirada y la fijo nuevamente en el director. Supongo que a esto se refería Mindy cuando dijo que el director me esperaba con una guía― Su horario ―agrega el hombre tendiéndome un papel laminado, antes de darme una sonrisa―. Bienvenida a River Fleur, srta Blanchett, nos alegra mucho tenerte por aquí. Ahora a sus salones.

Cuando salimos de la facultad, pienso en si sería demasiado grosero hacer algún comentario sobre su parentesco con el director tan pronto, pero para mí total sorpresa la chica se me adelanta.

―Así que tú eres la famosa Gabriel ―dice, mirándome detenidamente.

―No sé a qué te refieres con famosa ―contesto y miro el horario, tengo introducción a la imagen a la primera hora―. ¿Dónde queda el salón G3?

― ¡Oh, pero claro que eres famosa, chica! Eres de lo único que hablan ―responde Leing ignorando mi pregunta.

Mi cuerpo se estremece ante ese comentario, ya sé que la gente habla de mí y me mira cada vez que salgo, soy bastante consciente de ello. Pero no deja de hacerme sentir rara.

―No me agrada que todo el pueblo hablé de mí ―digo mirando al pasillo y comenzando a caminar. Siempre puedo encontrar yo misma el salón.

―Yo no hablaba de todo el pueblo, tonta ―expresa la asiática riendo―. Me refería a mis chicos.

Entonces freno en seco. Eso es incluso más loco a que todo un pueblo hable de mí, que chicos pueden ser esos, no conozco a nadie, a menos que ella esté hablando de…

―Oh no… ―digo soltando un suspiro.

Y porque el mundo tiene un rencor especial hacia mí, los tres posibles modelos hacen su entrada en el pasillo. Cada chica del lugar se gira para verlos caminar hacia sus salones, parecen salidos de una versión moderna de Beverly Hill's 90210. Puedo sentir mis manos cerrarse en puños ―ahí desaparecen todas mis esperanzas de que esta pueda llegar a ser una experiencia agradable―

Girando los ojos vuelvo mi atención hacia la chica.

―Con todo respeto, tus chicos son unos idiotas.

Y con eso me encamino hacia el bloque en el que creo puede estar el salón G3, ya buscaré el casillero después. Detrás de mí, escucho la estruendosa risa de la chica.

― ¡Me llamo Mei! ―grita la muchacha a mis espaldas―. Nos vemos en clase.

Después de casi media hora dando vueltas por el lugar, al fin consigo encontrar el bloque G y por ende el salón, me apresuro a entrar agradeciendo a los santos que el profesor no haya llegado aún y busco un asiento que esté cerca a la ventana que da al exterior para ubicarme.

En el colegio nunca fui de las alumnas más sobresalientes, de hecho, suelo distraerme bastante, espero que ahora que estudio lo que me gusta las cosas sean diferentes. La puerta del curso se abre y yo me acomodo en mi lugar esperando ver a quién será mi maestro en todo este año, pero quienes entran son el grupo de idiotas y Mei, quien para mi total sorpresa viene tomada de la mano de Nataniel. M****a.

¿Qué probabilidades tenía que los cuatro estuvieran viendo la misma materia que yo? Solo espero que esta sea la única asignatura en la que tenga que soportarlos.

Ellos se adentran en el salón y yo trato de escurrirme en mi puesto centrando mi vista en lo que pasa por la ventana. ¿Nunca han pensado que si ustedes no miran a la gente ellos no los verán a ustedes? Bueno eso es lo que estoy intentando justo ahora, hacerme invisible, recibir ayuda divina.

― ¡Gabriel! ―El grito a mis espaldas me confirma que los esfuerzos han sido en vano.

Girando mi rostro hacia la entrada del salón, encuentro a pelos en punta Luke, sacudiendo enérgicamente su brazo hacia mí, y regalándome una de sus grandes sonrisas, cuando, para mí total desgracia camina hacia donde me encuentro.

― ¿Qué tal? ―pregunto tratando de ser educada. Mi padre estaría orgulloso en estos momentos.

Él toma asiento a mi lado, lo que hace que más de la mitad de la gente del curso me quede viendo con total descaro y murmuren cosas que no alcanzo a entender.

―Bien… Eh Gabriel yo quería mmm… disculparme por lo de hace unos días ―dice el chico bajando la voz y viéndose notablemente apenado.

―No pasa nada ― Y hablo en serio, ese mismo día comprendí que a pesar de ser un idiota, él no había dicho las cosas con mala intención. Para hacer énfasis le doy una sonrisa. Que él no duda en responder.

―Derek dice que a veces puedo decir cosas que no debo sin darme cuenta, aunque no lo hago por mal ―agrega el rubio pareciendo un niño inocente.

―Estoy de acuerdo con el otro idiota ―le digo―. Sé que no lo hiciste por mal, además no fue nada solo estaba algo irritable, es todo.

El chico me mira tratando de ver algún atisbo de mentira en mis palabras, pero al final parece convencerse, porque me da una sonrisa de medio lado y se inclina para hablarme más de cerca.

―Hablando de Derek… Si yo fuera tú, cogería otro asiento.

Mirándolo con el ceño fruncido, me aferró al pupitre antes de hablar con los dientes apretados.

― ¿Por qué lo haría?

Antes que Luke conteste, el sonido de algo golpeando la madera me sobresalta. Derek acaba de dejar caer su mochila en mi pupitre y me está mirando fijamente.

―Porque este es mi asiento ―contesta el castaño, señalando el pupitre con el dedo, para dejarlo claro.

Me quedo viendo al chico un instante y estoy a punto de levantarme, realmente lo quiero hacer, pero entonces él coloca esa sonrisa come m****a en su rostro viéndome con superioridad. Y bueno, digamos que me dan ganas de arrancarla; y eso hago.

―Era tu puesto ―digo recostándome en la silla―. Ahora es el mío.

La sonrisa se le borra tan rápido como llegó a su rostro y por primera vez en mucho tiempo una auténtica se forma en el mío. A mi lado Luke está riendo por lo bajo.

― ¿Entonces no piensas darme mi lugar? ―pregunta Derek acercándose peligrosamente hacia mí.

Mi pulso se dispara y por alguna razón no sé qué hacer con mis manos. No me gusta la manera en que él me mira. Hace que me sienta nerviosa y a la vez logra sacarme de mis casillas.

―No, no lo haré.

Una gran sonrisa se posa entonces en su rostro. «De verdad que este chico es bien rarito». Recoge su mochila y pasa de mí, percibo el momento exacto en que se sienta en el pupitre detrás del mío.

La puerta del curso vuelve abrirse y un hombre a mediados de los treinta y anteojos entra en el aula. Justo antes de sacar mi agenda, siento el aliento de Derek en mi oído desde el puesto trasero, haciendo que mi cuerpo entre en cortocircuito.

―Acabas de retarme, acosadora… Y quiero que sepas que yo amo los retos.

«¡Oh, m****a! ahora en qué fue lo que me metí».

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