La impresión que me causó ver a Lucciano inconsciente y sangrando sobre la camilla me dejó impactada.
Las piernas me fallaron y tuve que sostenerme a la pared para evitar caer al suelo.
Su cabeza estaba hacia un lado con los ojos cerrados, pero su pecho subía y bajaba. Al menos estaba vivo, por ahora.
El médico que atendió a mi hermana estaba sobre Lucciano clavando unas pinzas en sus heridas y apretando los labios con fuerza como si le costará mucho esfuerzo.
Me levante, no sé cómo, y decidí que no iba a dejarlo morir. Me prometió que volvería, y por mi vida que lo iba a hacer vivo.
-¿Cómo ayudo? -pregunté remangando mis brazos.
-Señora, no es momento de bromear, intento salvar a su esposo.