—Papá —gritó Francine una vez más, sin importarle mucho sus modales en ese momento. El alivió inundaba su cuerpo, había convencido a Lucien con facilidad o se había estado tratando de convencerse a si misma.
A los pocos minutos de la entrada de Francine, llegaron Lucien y Adne. Lucien estaba claramente agitado, no podía decir ni una sola palabra debido a su respiración entrecortada.
El ruido zumbaba en sus oídos, su visión se empañaba y su corazón empezaba a latir con más velocidad al ver a su padre, vivo y bien frente a él. Quiso correr y abrazarlo como lo había hecho Francine, pero esos ojos verdes tenían una extraña frialdad en ellos, pasaron de ser suaves y cálidos a fríos y duros, el contraste entre ambos hermanos era asombrosamente claro.
—Estás aquí —fue todo lo que le dijo, antes de envolver a Francine entre sus brazos nuevamente, acariciando su espalda delicadamente sin dirigirle una segunda mirada a Lucien.
—Sí padre.
—Es sorprendente como un inepto como tú a logrados sobre