Elizabeth, cruzada de brazos, a pocos metros de la Esperanza, rodeada de árboles reflexionaba sobre el incidente suscitado minutos atrás.
Comprendió que Carlos, tenía razón y ella había actuado impulsivamente, ahora Pedro había escapado y de seguro puso sobre aviso a los contrabandistas.
Un mal presentimiento se apoderó del cuerpo de la joven, un escalofrío le recorrió la piel.
Respiro profundo, con la confianza de que nada malo fuera a suceder, se puso a caminar esperando a Carlos, quien en ese momento tenía una fuerte discusión con su madre.
—Vos no vas a denunciar a nadie —ordenó Luz Aída—. Fui yo la que le mandó a Pedro, vender el oxicloruro de cobre —confesó sin ningún reparo.
—Mamá, ¿vos te volviste loca? ¿Podés ir a la cárcel si te descubren?
Luz Aída observó a Carlos, con cinismo.
—A menos que vos me denu
Por fin se reconciliaron.