Orión
Sentado en la sala que ahora servía como comedor comunal, me encontraba sumido en pensamientos profundos, tratando de planificar nuestro próximo movimiento. El espacio, iluminado tenuemente por unas cuantas luces parpadeantes, estaba lleno del murmullo de las conversaciones y el sonido de los utensilios contra los platos. A pesar de estar rodeado de mi manada, un sentimiento de soledad e inquietud me envolvía, como una densa niebla que no lograba disipar.
Una de las lobas del grupo, que ayudaba en la cocina, se acercó a mí con paso vacilante. Su expresión era tensa, una mezcla de preocupación y respeto.
—Alfa, nos estamos quedando sin alimentos para todos, —murmuró en voz baja, casi como si temiera perturbar el frágil equilibrio que manteníamos.
Sus palabras me sacaron de mis reflexiones, recordándome una de las muchas realidades crudas que enfrentábamos en nuestro refugio subterráneo.
—Bien, haremos una salida especial para traer recursos, —le respondí, tratando de mantener una voz firme y segura, aunque por dentro me sentía inquieto por la logística y los riesgos que eso implicaba.
Terminé el café que tenía en la mano, su sabor amargo y quemado reflejaba perfectamente la dureza de nuestra situación.
Miré a mi alrededor, observando a los miembros de mi manada. Algunos conversaban en voz baja, otros comían en silencio. Todos mostraban en sus rostros las señales del estrés y la fatiga que esta situación les estaba causando. Sabía que debíamos actuar pronto; no solo por la necesidad inmediata de alimentos, sino también para mantener la moral y la esperanza en el grupo.
Levantándome, me preparé para organizar el equipo que saldría en busca de suministros. Cada decisión que tomaba parecía estar cargada de riesgo y consecuencias, pero era mi responsabilidad como Alfa guiar y proteger a mi manada a través de estos tiempos oscuros.
Me dirigí hacia la mesa donde Heider, Jake, Robert y Hanna estaban reunidos.
—Jake, Robert, salimos en unos minutos, —les anuncié con firmeza, sin detenerme para discutir los detalles. Había urgencia en mis pasos mientras continuaba hacia la sala de computadoras.
Lucas había estado allí inmerso en su tarea desde que volvimos, su concentración fija en el desafío de conectar las radios para la comunicación con los demás búnkeres. Era un trabajo crucial, y sabía que no podíamos permitirnos más retrasos en ese frente.
—Voy de salida, estamos escasos de suministros, —le informé rápidamente, saliendo casi corriendo para evitar que él o Samantha, decidieran unirse a la misión. Sabía que Lucas querría ayudar, pero su labor aquí era demasiado importante, y llevar a Samantha sería un riesgo innecesario.
—Orión, —llamó Lucas detrás de mí, su voz atravesando el espacio entre nosotros.
Me detuve, girándome para enfrentarlo antes de que pudiera ofrecerse a acompañarnos.
—Tú no puedes salir, tienes que terminar con eso. Y no llevaré a mi hermana, tu compañera embarazada a esta misión, —dije, anticipándome a sus palabras. Lucas sonrió a pesar de la situación, su humor siempre presente incluso en los momentos más tensos.
—Vaya, parece que ya lo tienes ensayado y todo, —se burló. Luego, su expresión se volvió más seria. —Si consigues baterías, te lo agradecería.
—Bien, —asentí, comprendiendo la importancia de su solicitud. Las baterías eran vitales para mantener nuestra comunicación y operatividad.
Con un último vistazo hacia Lucas, me dirigí a la puerta del búnker, dónde pude ver a Jake, Robert y Hanna ya listos para partir.
La decisión era clara en mi mente, y mi mirada hacia Hanna reflejaba toda la desaprobación que sentía.
—Tú no vas, —le gruñí con firmeza, haciendo hincapié en mi decisión. No podía permitir que la línea entre la disciplina y los deseos personales se difuminara, especialmente en momentos críticos como este. Hanna, con una voz apenas audible, intentó protestar.
—Pero yo puedo ayudar... —murmuró, bajando la mirada, un gesto que revelaba tanto su decepción como su respeto hacia mi autoridad.
—Sé lo que pretendes, niña, no pasará nada conmigo, —le dije con una severidad que esperaba disuadirla de cualquier pensamiento ilusorio que pudiera tener sobre mí.
Recordaba la reacción que tuvo al enterarse de la supuesta muerte de Octavia; el brillo en sus ojos no había pasado desapercibido para mí. Era una mezcla de emoción y algo más que no podía, o no quería, entender. La única razón por la que toleraba su actitud era porque era la prima menor de Jake. Intentando apelar a mi compasión o quizás buscando una conexión, Hanna extendió su mano hacia mi brazo.
—Alfa yo no... —empezó a decir, pero no pude permitir ese tipo de familiaridad.
Al ver su mano acercándose, Jake a su lado se tensó, consciente de la inminente reacción. Con un movimiento rápido, retiré su mano de mi brazo y la advertí en un tono que no admitía réplica.
—Si vuelves a tocarme, —dije, mirándola directamente a los ojos para que entendiera la seriedad de mis palabras, —perderás la mano.
Mi voz era fría y decidida, un recordatorio de que yo era el Alfa y que ciertas líneas no debían cruzarse. Con esa advertencia hecha, me di la vuelta y me dirigí hacia la salida del búnker, con Jake y Robert siguiéndome, listos para enfrentar lo que nos esperaba en el mundo exterior.
Con las mochilas cargadas y firmemente aseguradas a nuestras espaldas, salimos del búnker hacia lo que una vez fue nuestra ciudad, un lugar ahora irreconocible, transformado por el caos y la destrucción.
La misión era clara y peligrosa: recolectar tantos suministros como fuera posible antes de que los Elegidos de la Diosa comenzaran su patrulla. Además, teníamos que estar constantemente alerta para evitar las bestias y demonios que ahora pululaban por las calles, criaturas que se habían convertido en una amenaza constante en nuestro día a día.
El aire en la superficie era frío y pesado, cargado con el olor a humo y a ruinas. Los edificios a nuestro alrededor, algunos aún humeantes y otros ya reducidos a escombros, eran un testimonio silencioso del conflicto y el terror que habían azotado la ciudad.
Caminábamos con cautela, cada paso medido y silencioso, nuestros sentidos afinados al máximo para detectar cualquier signo de peligro.
El ambiente era tenso, cada uno de nosotros consciente de los riesgos que corríamos. Los Elegidos de la Diosa eran implacables en su patrulla, y el más mínimo error podría llevarnos a un enfrentamiento del que quizás no saldríamos victoriosos. Además, las criaturas que habían invadido la ciudad eran impredecibles y mortales.
La tienda que habíamos encontrado, que en mejores tiempos había sido un supermercado, era ahora poco más que una cáscara de lo que fue, con sus estantes derribados y productos esparcidos entre los escombros. A pesar de la destrucción, había una promesa de recursos valiosos que no podíamos ignorar.
—Ustedes junten todos los alimentos que puedan, yo iré por medicamentos. Si encuentran otras mochilas o algo que podamos cargar, lo hacen, —les ordené a Jake y Robert, consciente de que cada minuto en este lugar incrementaba el riesgo de ser descubiertos.
Nos movimos con rapidez y eficiencia, recolectando todo lo que podíamos. La sensación de urgencia era palpable; cada lata de comida, cada paquete de alimentos no perecederos que encontrábamos era un pequeño triunfo en nuestra lucha por la supervivencia.
Me dirigí a la sección de la farmacia, donde, para mi alivio, encontré una buena cantidad de medicamentos aún intactos. Recordando la solicitud de Lucas, busqué y recogí todas las baterías que pude encontrar. También me aseguré de tomar vitaminas prenatales para Sam, sabiendo lo importante que era mantener su salud durante su embarazo, especialmente en estas condiciones.
Una vez que nuestras mochilas estuvieron llenas y aseguradas, nos preparamos para el camino de regreso al búnker. A pesar del éxito de la misión, la tensión no disminuyó; el viaje de regreso estaba lleno de peligros, y no sería hasta que estuviéramos de nuevo en la seguridad de nuestro refugio que podríamos respirar con un poco más de tranquilidad.
"Al fin puedo volver a hablarte," murmuró, su voz sonando adormecida y lejana, como si estuviera despertando de un largo sueño.
"Lamento que estés pasando por eso, Ciro," respondí, lleno de una nostalgia que pesaba en mi pecho. "Pronto volveremos a la superficie y podrás correr libre."
Mis palabras eran tanto una promesa para él como para mí mismo. La idea de volver a ver a Ciro correr libremente, sin las restricciones de los muros del búnker, era una imagen que me aferraba en los momentos más oscuros.
La esperanza de restablecer la comunicación con los otros Alfas era lo que nos mantenía enfocados. Estábamos en el umbral de una revolución, una batalla por recuperar nuestras vidas y nuestra libertad.
Mientras nos dirigíamos de regreso, con la oscuridad de la ciudad en ruinas a nuestro alrededor, sentía un renovado sentido de propósito. Cada paso que dábamos nos acercaba a nuestro objetivo final, y aunque el camino era incierto y peligroso, estábamos decididos a enfrentar lo que fuera necesario para restaurar el mundo que una vez conocimos. El sonido grave y repentino en el bosque nos hizo detenernos en seco, nuestros cuerpos tensos y nuestros sentidos en alerta máxima.
Un ciervo emergió de detrás de un árbol. Era un animal grande, robusto, su presencia inesperada pero bienvenida en medio de la tensión. Su aparición significaba una valiosa oportunidad para obtener alimento adicional para la manada.
Miré a Jake y Robert, evaluando rápidamente la situación. Asentí en dirección al ciervo, indicando sin palabras que deberíamos aprovechar esta oportunidad. Jake, comprendiendo el plan, se ofreció voluntario.
—Yo iré, —dijo, con una determinación que conocía bien.
Con movimientos lentos y cuidadosos, evitando hacer el más mínimo ruido que pudiera alertar al ciervo, Jake me pasó su mochila. Sus ojos estaban fijos en el animal, calculando el momento y la distancia.
Entonces, en un instante de pura habilidad y gracia, se lanzó hacia el ciervo, transformándose en su forma de lobo justo antes de cerrar sus fauces sobre el cuello del animal.
Mientras observaba, sentí una mezcla de alivio y orgullo.
Con el ciervo asegurado, nos preparamos para regresar al búnker. Este éxito no solo significaba comida adicional, sino también un impulso moral para todos, un recordatorio de que aún en las circunstancias más difíciles, podíamos encontrar maneras de sobrevivir y prosperar.
OctaviaEncerrada en la oscuridad de mi celda, había perdido la noción del tiempo. El concepto de día y noche se había desvanecido, dejándome en un eterno crepúsculo. Me traían comida dos veces cada cierto tiempo, pero los intervalos eran irregulares, añadiendo a mi sensación de desorientación.No quería comer, pero una parte de mí se aferraba a la vida, una chispa de resistencia que se negaba a extinguirse a pesar de mi desesperación.La comida en sí misma era insípida, a veces estaba fría y otras veces apenas comestible. La tragaba sin saborearla, y siempre terminaba por vomitarla.No quería vivir más esta pesadilla. Cada día era un ciclo interminable de soledad y desesperanza, un laberinto de dolor y pérdida del que no veía salida. La ausencia de Darcy era un vacío constante, un agujero negro en mi corazón que nada podía llenar.Me recostaba en el suelo frío de la celda, abrazando mis rodillas y cerrando los ojos, intentando escapar de mi realidad a través del sueño o la imaginació
OriónLa voz de Lucas, tensa y urgente, llegó a mis oídos en el momento exacto en que cerramos la puerta del búnker detrás de nosotros.—Código rojo en el búnker del sur, —anunció, sus palabras cargadas de una gravedad que inmediatamente me puso en alerta.—¿Qué está pasando? —grité, mi voz elevándose sobre el murmullo de la manada que se agitaba con la alarma de Lucas. Podía sentir la tensión en el aire, una mezcla de miedo y urgencia que me empujaba a la acción.Fue Sam quien respondió, su voz tensa pero controlada.—Unos Elegidos de la Diosa interceptaron a unos lobos que habían ido a buscar comida, —informó. Su semblante reflejaba la seriedad de la situación, y supe que teníamos que actuar rápido.Rápidamente entregamos las mochilas llenas de suministros a unos miembros de la manada que pasaban por allí, dándoles instrucciones de llevarlas a la cocina y a la sala médica. Sin perder un segundo, me dirigí a la pared cerca de la puerta y tomé algunas armas. La necesidad de acción inm
OctaviaCuando la comida llegó una vez más a mi celda, extendí la mano para tomar la bandeja, notando cómo mi cuerpo había cambiado durante mi cautiverio.Mis dedos se sentían más delgados, frágiles casi, y mi piel parecía más pálida bajo la tenue luz que se filtraba en la celda. Mis dedos recorrieron mi piel, notando cómo la falta de una nutrición adecuada había dejado mi cuerpo notablemente más delgado.Las costillas eran ahora más evidentes bajo la piel, y mis brazos y piernas se sentían frágiles, como si la fuerza que una vez poseían se hubiera esfumado. Cada hueso parecía más prominente, cada curva menos definida.Luego, mis dedos se deslizaron hasta la marca de Orión en mi cuello. Con un suspiro, recordé el momento en que esa marca fue hecha, un símbolo de un vínculo que creí eterno.A pesar de los esfuerzos de Lucien por borrarla, la cicatriz parecía intacta. Era como si, a pesar de todo, la conexión con Orión se negara a ser eliminada.Al tocar la marca, una oleada de emocione
OriónLa pérdida de Robert era una sombra que pesaba sobre mi corazón, una carga de culpa y remordimiento que me acompañaba en cada paso que daba. Sabía, en lo más profundo de mí, que su muerte había sido mi culpa. Mi necesidad de sentir algo, cualquier cosa, que sacudiera el frío y la apatía que se habían asentado en mi interior desde la pérdida de Octavia, me había llevado a arriesgarme imprudentemente. Había buscado la adrenalina, un atisbo de emociones, sin medir completamente las consecuencias de mis acciones.Y eso había costado la vida de Robert. Después de asegurarme de que todos en el búnker del Sur estaban a salvo, tomé la dolorosa decisión de regresar con el cuerpo de Robert. Lo llevaba sobre mi hombro, un peso físico y emocional que me recordaba constantemente mi responsabilidad en su muerte.En el camino de regreso, Jake y otros lobos se unieron a mí, ayudándome a llevar el cuerpo de Robert. Cerca de nuestro búnker, encontramos un lugar para enterrarlo. Aunque no podíamos
HeiderEse día, me encontraba en la sala de comunicación cuando Lucas logró establecer el primer contacto con otro de los Alfas. La tensión que había impregnado el aire durante días se disipó por un momento, reemplazada por un rayo de felicidad y alivio palpable. Era como si una carga colectiva se hubiera levantado de los hombros de todos en la sala.—Beta Lucas soy Alfa Zane, —resonó una voz fuerte y clara a través del altavoz. La voz de Alfa Zane, llena de autoridad y experiencia, captó inmediatamente nuestra atención.—Alfa Zane, ¿cómo están las cosas por ahí? —preguntó Lucas, su voz reflejando la preocupación que todos sentíamos.La respuesta de Zane no tardó en llegar, aunque no era lo que esperábamos oír.—Hemos perdido a varios, tenemos tres búnkeres con nuestra gente, hemos podido hablar con otros Alfas y la situación es similar. —Su tono era sombrío, y cada palabra parecía pesar en la sala.—Mierda... —murmuró Lucas, un eco de lo que todos sentíamos en ese momento. La graveda
SamanthaEra muy tarde en la noche cuando nos convocaron a la sala de comunicaciones para discutir y tomar decisiones sobre la propuesta de los otros Alfas. La atmósfera estaba cargada de tensión y preocupación, especialmente cuando nos enteramos de lo que se esperaba de mi hermano Orión.—Es una locura que quieran que vayas, ¿no es suficiente con que mandes un audio o algo así? —pregunté, incapaz de ocultar mi ansiedad. La idea de enviar a Orión en una misión tan peligrosa me llenaba de temor.—Así no funcionan las cosas, Sam. —intervino Lucas, que estaba a mi lado. Su voz intentaba ser tranquilizadora, pero no lograba disipar mi miedo. Incapaz de contener mi frustración, repliqué con sarcasmo:—¿Entonces qué? ¿Alfa Orión simplemente va como una princesa en su carruaje a saludar a todos? —No podía creer que estuviéramos considerando seriamente esa propuesta.—Algo así, sí, —bromeó Orión, pero su humor no alivió mi preocupación.—Esto no es gracioso. ¿Vas a arriesgar tu vida? —lo repr
OriónEl amanecer apenas se insinuaba en el cielo, las nubes permanentes que lo cubrían teñían todo de una oscuridad sombría y persistente. Caminábamos con cautela, nuestros pasos medidos y silenciosos, conscientes de que cualquier ruido podía atraer a los Elegidos de la Diosa o a alguna de las criaturas que ahora acechaban estos parajes.El aire estaba frío y húmedo, y sentía cómo la bruma matutina se pegaba a mi piel. A pesar de la opresiva atmósfera, manteníamos un ritmo constante, moviéndonos con un propósito claro.Llegamos al Búnker del sur en poco tiempo. Al entrar, me reuní con los consejeros que habían quedado a cargo del lugar. Sus rostros mostraban una mezcla de alivio y preocupación al verme. La tensión era palpable, cada uno de ellos consciente de la gravedad de la situación.Les informé sobre mi misión, explicándoles los detalles y el objetivo de visitar los otros búnkeres. Era crucial que entendieran la importancia de esta tarea, no solo para nuestra manada, sino para t
OctaviaAllí, de pie frente a mí, había un niño que no llegaba ni a mis hombros. Observé con asombro cómo cada detalle de su apariencia parecía meticulosamente arreglado: no tenía ni una sola marca en su piel y su ropa estaba tan prolija y limpia que parecía haber salido de una pintura, más que de la cruda realidad de nuestro mundo. Su presencia en aquel lugar sombrío y desolado era tan inesperada que por un momento dudé de su realidad.—¡Perfecto! Las alucinaciones han llegado, —me burlé de mí misma, mi voz cargada de ironía. La idea de que mi mente estuviera jugándome una mala pasada en aquel momento crítico parecía plausible, dada la tensión y el estrés que había estado soportando.Pero entonces, el niño habló con una voz que sonaba tan pura y serena, tan inesperadamente angelical, que me hizo cuestionar mis propias palabras. —No son alucinaciones, hija mía, —dijo, y su tono estaba lleno de una sabiduría que no parecía corresponder a su joven edad.Me quedé mirándolo, completament