Octavia
Desperté en medio del campo de batalla, sumergida en un mundo de sensaciones abrumadoras. Podía oír el crepitar del fuego que consumía restos de la batalla a mi alrededor, una sinfonía de chasquidos y crujidos que llenaba el aire con un calor sofocante. Los gritos y gemidos de los heridos perforaban la noche, cada sonido un recordatorio de la brutalidad de lo que acabábamos de vivir.
Miré hacia abajo y vi a Heider, su rostro concentrado mientras trabajaba en mis heridas. Sus manos se movían con una habilidad y cuidado que me llenaban de gratitud. A pesar del caos que nos rodeaba, ella estaba completamente enfocada en su tarea, una isla de calma en medio de la tormenta.
A mi lado, Orión sostenía mi mano con una fuerza gentil, su cabeza inclinada y sus ojos cerrados en un gesto de preocupación y alivio. Su presencia era un ancla en el tumulto de emociones que me inundaba.
—Orión, —susurré, necesitando ver sus ojos, buscar en ellos la confirmación de que todo había terminado, que