Capítulo 2

Octavia

"¿Lucas?" Probé conectar con mi hermano, él sabría dónde está Orión. La voz de Lucas en mi mente fue un alivio momentáneo.

"Octavia, ¿estás bien?" Respondió rápidamente, su voz cargada de preocupación. Mis manos temblaban ligeramente, y mi respiración se volvía más irregular.

"Sí, sí, yo estoy bien. ¿Sabes algo de Orión?" pregunté tímidamente, como si el simple acto de pronunciar su nombre pudiera traerlo de vuelta.

"Él se ha ido hace una hora a prepararse para su cita de esta noche. ¿No ha llegado aún?" Me informó Lucas. La información era desconcertante, y un nudo se formó en mi garganta.

"No, pero ¿a dónde se ha ido a preparar? He estado casi toda la tarde en la habitación con Sam, y a él no lo veo desde hace horas..." La preocupación me estaba consumiendo, y mis pasos se volvieron más rápidos mientras me dirigía a la casa de la manada.

"Vi, ¿intentaste vincular con él?"

"Claro que sí, Lucas. Fue lo primero que hice. Ciro no responde a Darcy y Orión no me responde a mí. ¿Dónde estás?" Devolví el enlace mientras me paraba frente a la casa de la manada, mi pulso latiendo con fuerza.

"Estoy en mi oficina..." Respondió rápidamente. La tensión en el aire era palpable, y mi mente daba vueltas tratando de encontrar respuestas.

"Voy en camino", dije mientras caminaba con paso decidido de regreso a la casa de la manada. Cada paso resonaba con la incertidumbre que se apoderaba de mí.

"Él no nos ha dejado plantadas", la voz de Darcy se quebraba en mi mente. Sus emociones me confundían; estaba triste, tenía miedo. Solo esperaba que sus emociones no fueran un mal augurio. La inquietud crecía mientras la posibilidad de una sorpresa se desvanecía, reemplazada por la preocupación por la seguridad de Orión.

Entré corriendo a la oficina de Lucas sin golpear. Por suerte, él estaba solo. Sentado detrás de su escritorio, se paró y avanzó hacia mí en cuanto cerré la puerta detrás de mí. La habitación, normalmente tranquila, ahora estaba llena de tensión palpable. El aire se sentía cargado de ansiedad.

—¿Qué está ocurriendo? —indagó preocupado, su mirada buscando respuestas en mi rostro.

—Orión no ha aparecido. No es normal en él, me ha dejado esperando más de 45 minutos. Él no me dejaría así... Lucas... Algo le pasó...

—Octavia, claro que él no te dejaría esperando tanto tiempo, te hubiera avisado... —dijo Lucas con voz suave, tratando de calmarme.

Las palabras de Lucas solo incrementaron el miedo que sentía. Mi corazón comenzó a latir cada vez más fuerte, el sonido retumbaba en mis oídos. El aire no llegaba correctamente a mis pulmones, y la sensación de terror no me abandonó. Mis manos temblaban ligeramente, y mi piel se erizaba ante la incertidumbre.

Me di la vuelta y salí de la oficina para llegar a la de Orión. Lucas me seguía a dos pasos detrás de mí. Abrí la puerta de la oficina y me lancé al escritorio. La madera fría contra mis manos era una distracción momentánea del pánico que se apoderaba de mí. Miré todos los papeles que había allí, sin atreverme a tocar nada para no perder las posibles pistas.

Mi mirada recorrió cada documento en su escritorio, las letras de los informes danzaban ante mis ojos. Una palabra congeló mi sangre, y una punzada de dolor se clavó en mi pecho.

Samuel.

No era coincidencia que ese nombre estuviera hasta arriba en los papeles; habíamos decidido dejarlo como último asunto a tratar, así que si estaba hasta arriba...

—Él no podría escucharme si estuviera en las mazmorras, ¿no? —Pregunté levantando la mirada hasta mi hermano.

—No, no podría.

Sam llegó hasta nosotros en su búsqueda por Lucas. Cuando entró en la habitación, se estremeció como si hubiera sentido la desesperación en el ambiente. El aire se volvió más denso con la presencia de todos, y la tensión flotaba en el espacio.

—Tú no deberías estar aquí, ¿qué pasó? —preguntó mirando de Lucas a mí.

—Es Orión. Él no apareció en la cita...

—Mierda... —fue su única respuesta. Sus ojos reflejaban la misma preocupación que sentía en mi interior, y el peso del silencio se hacía cada vez más opresivo.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire, y el silencio se apoderó de la habitación como un manto pesado. El tintineo de los papeles y el murmullo del viento en la ventana creaban una atmósfera de ansiedad. Lucas se acercó a mí y puso una mano reconfortante en mi hombro. Podía sentir el calor de su contacto, una pequeña chispa de consuelo en medio de la oscuridad que se cernía sobre nosotros.

—¿Alguna señal de él? —preguntó Sam, con la voz más tensa de lo normal.

Negué con la cabeza, incapaz de articular palabras en ese momento. La preocupación y la impotencia se mezclaban en un torbellino dentro de mí, dejándome paralizada.

—Deberíamos buscarlo —sugirió Lucas, y su tono indicaba urgencia. Sus palabras resonaron con un eco de determinación, pero también con la carga de la incertidumbre.

Salimos de la oficina de Orión con pasos decididos. La noche estaba despejada y un viento cálido abrazaba cada parte de mi cuerpo. La gente aún iba y venía ayudando a quien lo necesitara.

Los hombres de Samuel, que no representaban amenaza, se habían retirado a sus respectivos lugares, prometiendo justicia contra aquellos que no aceptaran el nuevo liderazgo de Orión. Mientras tanto, nuestra ciudad se libró de los traidores que conspiraron en nuestra contra, muchos de ellos adultos cuyo resentimiento provenía del mandato del antiguo Alfa, el padre de Orión.

Al llegar a las mazmorras, percibimos de inmediato que algo no estaba bien. En el aire flotaba un olor extremadamente dulce, tan abrumador que provocaba náuseas. Sam estaba detrás de mí, las arcadas evidenciaban su malestar.

—No tienes que entrar Sam... —Dije dándome la vuelta y enfrentándola.

—¿Y quedarme aquí fuera sola? Nop, ya he visto varias películas de terror, siempre muere primero la rubia que se queda sola... —respondió ella con sarcasmo en su voz.

—Bien, cuando tienes razón, tienes razón.

Adentrándonos en las mazmorras, la humedad y la desolación persistían, pero algo rompía la habitual quietud. Caminé en la oscuridad a pasos lentos, tocando las paredes para orientarme en el pasillo, cuando estaba cerca de la celda de Samuel, tropecé y caí al suelo.

—Octavia ¿estás bien? —escuché decir a Lucas detrás de mí. —Sam prende la luz de tu celular.

Mis sentidos captaron cada movimiento de mis compañeros, pero mi atención se centró en el bulto bajo mí. Mis manos exploraron, y la luz reveló un horror indescriptible: un hombre sin vida. Levanté la vista hacia el pasillo, solo para descubrir más de diez cuerpos destrozados.

Sam avanzó con determinación, pero su rostro pálido reflejaba horror y disgusto. El brillo usual de sus ojos había desaparecido, reemplazado por una mirada de incredulidad.

—¿Esto es... esto es real? —murmuró Sam, su voz temblorosa.

Sentí la mano de Sam temblar cuando intentó iluminar los rincones más oscuros, su expresión reflejando el impacto emocional de la escena.

—¡Esto no puede ser! —exclamó Lucas, su grito resonando en el espacio.

Cada sombra se convertía en una amenaza potencial mientras todos avanzábamos por las mazmorras. El sonido apagado de nuestros pasos resonaba como un tambor en un pasillo sin fin. La linterna de Sam temblaba ligeramente en su mano, y sentí el nudo en mi estómago apretarse con cada segundo que pasaba. Cada esquina oscura era una incógnita, y la tensión en el aire se espesaba, como si estuvieran adentrándose en lo desconocido.

Avancé entre los cadáveres, cada paso resonando como un eco ominoso en los pasillos de las mazmorras. La penumbra era densa, solo interrumpida por la luz intermitente de las linternas que sosteníamos. El olor acre y metálico del desastre llenaba el aire, provocando arcadas ocasionales mientras intentábamos mantener la compostura.

Las siluetas inmóviles de los cuerpos se alineaban como sombras tétricas en los bordes del camino. Los rostros de algunos eran familiares, lobos de la manada que habían caído en la traición o se habían convertido en víctimas involuntarias de la masacre. Mis pasos eran cautelosos, como si temiera despertar a los muertos que yacían a mi alrededor.

Finalmente, llegué a la celda de Samuel. La tenue luz de la linterna reveló la puerta entreabierta. Mis ojos se fijaron en el interior oscuro, y una mezcla de temor y esperanza se apoderó de mí. El silencio en la celda era inquietante, solo interrumpido por el murmullo lejano del viento.

—No, no, no, no... —caí de rodillas, desesperada, ante la celda vacía. La conexión entre la desaparición de Orión y la celda vacía de Samuel se volvía clara, como las piezas de un rompecabezas oscuro y retorcido que encajaban.

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