VIII Intereses secretos

La primera vez que Bea sintió algo parecido a las mariposas en el estómago fue a los trece años. Don Álvaro Grandón, el jefe de su madre, la había autorizado para usar la piscina una tarde de verano.

Como no tenía traje de baño, se sentó en la orilla y sumergió sólo las piernas.

—Hola, Bea. Ven a nadar conmigo.

Ale avanzaba por entre las aguas turquesas, con la agilidad del mejor nadador. A ojos de Bea, su imagen era tan fascinante como ver una sirena.

—No sé nadar —dijo, completamente consciente de que era una mentira.

Mentía descaradamente y con intenciones oscuras. Ella era una experta nadadora, su padre le había enseñado el verano pasado. Se sintió sucia y la única manera de limpiar su alma pecadora era zambullirse en la piscina con Ale.

Se pasaría toda la tarde ocultando sus habilidades natatorias para aprender las lecciones que el muchacho se ofrecería a darle. Lo estaba viendo como una película en su cabeza, tan buena para fraguar las mejores fantasías.

"Acepto", estaba lista p
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