Capítulo 4

Mario

Seguiré como lo hice hasta ahora, mientras siento como se me forma un nudo entre los dientes al no poder hacer lo que mi deseo me exigía, seguiré con la lengua atada mientras controlo lo que quiero hacer y que no debo ni de pensar en ello.

Continuaré siendo el Mario que sonríe y que nada parece pasar y no me dejaré llevar por el Mario que hace unas semanas piensa en lo prohibido, en lo imposible.

—Gracias por la comida, estuvo exquisita.

Su forma de hablar no es de una chica de diecisiete años, ella parece más mayor, más mujer de lo que debería de ser y con tan solo perderme en cualquier parte de sus labios ya dejo de pensar con coherencia, simplemente me bloqueo y espero que no se dé cuenta de ello.

—Me alegra saber que te gustó.

Empezó a recoger la mesa y la ayudé con los platos. Nuestras miradas se cruzaban sin querer y la tensión iba en aumento. No sé cómo voy a hacerlo estos días que permanezca en mi casa.

—Estaré en mi despacho— dije alejándome de ella. Necesitaba esconderme en alguna parte. No soy de trabajar en casa, pero en este caso tenía que ponerlo de excusa.

Las horas fueron pasando y no dejo de pensar. Por más que le doy vuelta al asunto, no soy capaz de llegar a un punto donde la mente se aclare y yo pueda poner fin a esta tortura.

—Hola, mamá— decidí hablar con mi madre, quizás puede sacarme a Leyna de la cabeza por un rato.

—Mario, hijo. Que alegría escucharte.

—Lo siento, madre. Apenas tengo tiempo y por eso no llamo a diario— me justifico—. ¿Cómo estáis?

—Bien— escuché la sonrisa de una niña, de la princesa de la familia.

—Madison está contigo— sonreí por pensar en ella.

—Así es, Chloé tenía una cirugía importante que no podía cancelar y Abel una reunión importante con...— la interrumpo.

—Con mis nuevos clientes.

—Sí, y la pequeña Madison está con fiebre, por eso está conmigo.

—¡Vaya! Espero que no sea nada.

—Según su madre son los dientes.

Chloé es la pequeña de mi hermano que llegó a la vida de Abel para ponérsela patas arriba y cambiarlo por completo. Él dejó de ser el típico hombre que le importaba lo superficial y acabó dándole más importancia a lo que sentía que a lo que solo veía.

—¿Está bien, Mario? Se te escucha cansado, apagado, quizás.

—Estoy con la cabeza hecha un lío, madre. Pero estaré bien.

—¿Tiene que ver con el corazón?

—No, madre, sino con la razón. Tengo que hacerle entender a la razón que hay cosas que no se debe pensar.

—Una mujer, eh.

—Una joven mujer. Una no apta para un hombre como yo.

Era difícil reconocerlo, pero mi madre era mi confidente.

—No hay mujeres no aptas para ti. No digas tonterías, hijo. Si tanto te duele la cabeza por pensar en ella, entonces es porque vale la pena.

Sonrío mientras juego con el bolígrafo entre mis dedos.

—Mejor tomarse un analgésico y dejar que el dolor desaparezca.

Tocan la puerta y su voz sonó en el lugar donde me encontraba— Mario, podemos hablar— entra dentro y mi madre percibió su voz.

—Es ella, ¿verdad? Tu dolor de cabeza— dice mi madre por la otra línea.

—La hermana de Volker pasará unos días en mi casa mientras él esté en España.

—Entiendo. Ve y atiéndela.

—Te quiero, madre.

Concluí la llamada y alcé mis ojos en busca de ella. La observé por unos instantes, tenía el pelo revuelto y se había puesto el pijama.

Esta mañana su hermano me dejó una pequeña maleta de ella donde había guardado sus cosas para los días que iba a estar conmigo.

La naturalidad que desprendía me llegó a causar ternura. Mientras permanecía quieta y en silencio frente a mí, mi interior sintió algo que hasta ahora no había sentido por nadie.

—Cálmate, hombre. Aquí el adulto eres tú y no eres un enfermo que mira a una joven menor de edad— mi subconsciente me devuelve la cordura y pregunto:

—¿Qué necesitas, Leyna?

—Me acaba de llamar Volker y me dijo que te dijera que le devolvieras la llamada, ya que estabas comunicando.

Asentí— gracias, le llamaré enseguida.

Olvídate de todo y deja de mirarla— me digo a mí mismo sin romper mi mirada de ella, el pantalón largo de su pijama cubría sus zapatillas y su anatomía era perfecta, sutil y pequeño con unas hermosas curvas ocultas tras esa tela.

Su belleza era jodidamente arrebatadora.

—Bueno, entonces te dejo hablar— añade y la veo desaparecer por la puerta. Suelto un largo suspiro y marco a Volker.

—Supuse que estabas hablando con alguien importante— dijo él nada más contestar.

—Hablaba con mi madre.

—Pues eso, alguien importante— sonreí.

—Así es, ¿qué tal fue la reunión? Y tú, ¿cómo llegaste?

—Si te soy sincero, fue entretenido, conocí a una chica que me dejó excitado de arriba a abajo.

Sigo sonriendo—. Ya veo, que aparte de cerrar un gran negocio, mojaras pan.

Volker suelta una sonora carcajada—. Eso espero, por cierto, tengo delante a Abel. Y la reunión fue como estaba prevista. Todo irá bien, ya verás.

—Eso espero, amigo.

—¿Y mi hermana qué tal?, hablé con ella hace unos minutos y me dijo que todo iba bien.

—Sí, todo está bien con ella. No te preocupes.

No estaba dispuesto a decirle que vi algo extraño cuando la recogí de la salida del instituto. Tampoco le iba a contar las conclusiones que saqué al hablar con ella sobre ese chico.

— Con lo que sea me dices, voy al baño y aprovecho para pasarte a Abel.

—Así será.

Añadí y me pasa a mi hermano.

—Hermano— su voz sonó en mi oído—. Supongo que no está siendo nada fácil convivir con ella.

Supuse que Volker ya estaba demasiado lejos para que Abel dijera eso.

—No sabes cuánto. A veces pienso en qué momento me di cuenta lo que había cambiado de ella para que llamara la atención.

—¿Y qué piensas hacer? — pregunta.

—No lo sé, la vi crecer, ella solo tenía doce años cuando conocí a Volker. Y ahora se convirtió en una hermosa chica que se coló en mi mente de una manera tan desconocida para mí que la oscuridad nubla mi razón.

—Es una locura, Mario. Pero el amor es así.

—No estoy enamorado de ella, Abel. Solamente me atrae, punto no hay más. De hecho, necesito salir con alguien más para sacarla de mis pensamientos.

—A ver si te va a tocar alguna lunática que acabará por hacerte la vida imposible. Recuerda mi historia.

Sonrío y es que para no hacerlo. Abel pasó, por tanto.

—Lo sé, para olvidarme de esa mujer que también destrozó la vida de Lili. En fin, Abel. Solo espero que los días pasen rápido y ella regrese con su hermano porque no sé hasta cuanto puedo contener mi deseo.

—Agua fría, Mario.

—Ya, claro.

Sonrío de nuevo y después cuelgo la llamada. Me levanto de la silla y abro la puerta y para mi sorpresa me encuentro a Leyna frente a mí.

— Yo si estoy enamorada de ti.

Una onda expansiva llegó a mí—. ¿Qué?

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