Enhorabuena

—¿Qué pasó con que no calificaba para elegirme porque no parecía conveniente? —Él le tendió el pañuelo y ella secó lo que parecía ser una lágrima que casi había escapado de sus ojos y la cual no notó hasta que él se lo hizo entender al darle el pañuelo.

—Cierto, que no me pareció elección conveniente, es verdad será tedioso al comienzo y podrá ser incómodo, pero tú estás muy segura y talvez pueda equivocarme, así que lo pensé mejor. Realmente es una elección muy importante, pero si te considero para la vacante talvez me acostumbre más rápido a verte a tí en ese lugar que a una persona que no conozca.

El humor de Agnes mejoró y dejó de fruncir el ceño, pero seguía bastante extraña por esa manera de cambiar de opinión.

«Solo espero no estar haciendo algo imprudente» pensó al abrir uno de los cajones de su escritorio.

Después de mirarla solo un momento y respirar pesado, su jefe pareció aceptarlo, estaba convencido de lo que iba a hacer.

—Espero no arrepentirme —habló mientras dejaba un documento sobre el escritorio—. Si estás tan segura, firma el acuerdo y estará hecho.

Agnes observó con agrado que era realmente suyo el trabajo, estaba álgida, pero se mantenía calmada en el exterior para mostrarse estoica.

»Espero que después no te vayas a arrepentir, una vez lo tomes no habrá vuelta atrás, en cuanto lo firmes no hay queja alguna que valga —le recordó una vez más antes de ponerle a su alcance el bolígrafo para que firmara.

Tanto fue el impaciente afán de ella por su disimulada euforia, que no dudó en tomar el bolígrafo y firmar sin ver siquiera lo que estaba escrito a detalle. Su prisa no le daba espacio a la prudencia y tan pronto había hecho oficial aquel acuerdo entre ellos por su propio puño y letra, lo devolvió a manos de su jefe para que este lo revisara.

—Okey… —murmuró tras ver la firma de ella en el papel y volteó a mirarla con un semblante complejo—. Me ocuparé del resto y tú puedes volver a trabajar. Puedes retirarte, y no dejes pasar a nadie más a mi despacho. Debo revisar esto en privado, haré su anuncio en cuanto todo esté en orden.

Su sola presencia parecía amenazadora, la observa con escrutinio, con esos ojos de cascabel que a ella le daban algo de temor en algunas ocasiones. Sintiéndose indefensa, se retiró a su cubículo y respiró aliviada en cuanto estaba allí sentada de regreso.

«No puedo pasar otros tres años atorada en este cubículo» se decía en su cabeza, conforme revivía su reciente lluvia de reclamos a su jefe en su oficina segundos atrás.

Un par de horas después su jefe salió de la oficina para retirarse temprano y ella permaneció en su cubículo tras que se hubiera marchado, no sin antes avisarle que se iba, porque tenía cosas que atender y ella aún debía darle motivo de quienes preguntaran por él en su ausencia.

Isa se acercó para hablar con ella tan pronto como su jefe se había ido, parecía que la expresión de burla se asomaba de nuevo en su mirada y llegó para acompañarla.

—Eso salió bien, qué digo bien, salió mejor que solo bien. —Le dio un toque con el codo por el costado a ella para luego dejarle sus manos en los hombros—. Conservas su trabajo, después de gritarle al jefe. —Mostró una expresión sarcástica de estar “asombrada” como parte de la burla—. Eso tuvo que ser memorable. En todos los años que llevo trabajando aquí eres la única que le grita y sale ilesa. Cuando lo habías hecho me asusté, pensé que te iban a correr y de veras tendrían que sacar un reemplazo.

Agnes simplemente frunció los labios y dejó pasar el incómodo peso de la tensión que traía con un suspiro. Sí, había salido bien. Conservó su trabajo y le habían dado la vacante, eso la reconfortaba, había salido bien y mucho más.

Estaba aliviada cuando pensaba en eso.

***

El siguiente Lunes por la mañana, estaba en su cubículo tomando un pequeño respiro. Habían pasado unos días desde que había tratado con su jefe cuando lo vio salir de la oficina aquella tarde.

Durante esos últimos días solo la llamaba para darle a encargo papeleo importante y órdenes breves que le interesaba cumpliera de inmediato, no tenían tiempo de hacer mención alguna a otra cosa que no fuera el trabajo inmediato, tan pronto como entraba salía, era un remolino de ocupaciones y tareas.

—Ah, Jesús tenme piedad… —murmuró a forma de réplica mientras se sobaba un hombro y daba un suspiro exasperado—. No desesperes, pronto habrá mejoras —se decía a sí misma al observar hacia el despacho que continuaba vacío y al cual ella aseguraba pronto iba a trasladar sus pertenencias.

—Agnes —la voz de su jefe la sacó del ensimismado pensamiento y la devolvió a la realidad cuando se giró para verlo ante ella, él estaba de pie en el frente de su cubículo, con un brazo apoyado en uno de los paneles laterales y con su otra mano en el bolsillo de su pantalón. Le enarcó una ceja con intriga y ella se puso nerviosa de ser atrapada tonteando en el trabajo, pensó que le iba a dar un llamado de atención.

Pero fue una sorpresa cuando no lo hizo y en cambio le volvió a hablar como si nada.

—Te necesito en mi despacho —sentenció con voz fría antes de mirar por el rabillo del ojo hacia el costado donde estaban algunos de sus empleados en sus áreas de trabajo. Le devolvió los ojos hacia ella y continuó—. Tenemos que hablar sobre lo que ocurrió la semana pasada.

—Ah, sí… —murmuró poniéndose tensa en cuanto se había levantado de su asiento para quedarse congelada. Agnes se sintió temerosa y dubitativa cuando pensó en la semana pasada. Pues luego de esa misma tarde del pasado miércoles, al encontrarse sola en casa tras salir del trabajo. Fue por la noche antes de ir a dormir que cayó en cuenta de lo que había hecho.

Le había gritado a su jefe y no le gustaba para nada la mirada que él llevaba en cuanto salió ese día. Esa vez la vio de manera muy seria. Incluso cuando le daba aviso de que se iba, sintió que la había mirado con un mayor escrutinio y desdén del que había mostrado cuando habló con él en su oficina.

—¿Continuas? —inquirió él, señalando con su mano para que prosiguiera a andar hacia su oficina. Con las piernas temblorosas y un poco de pánico, se hizo andar por delante de él mientras la seguía caminando con una mirada demasiado seria para que lo que fuera a decir fueran buenas noticias.

En cuanto entró a su oficina, él siguió después de ella y le pasó por un lado para dirigirse a su escritorio y le señaló el asiento que estaba al frente.

—¿Has pensado en lo que hablamos desde la semana pasada? —Él dejó los codos apoyados sobre el escritorio y la miraba con ciertas reservas.

—Ah, sí…

—¿Estás nerviosa al respecto?, qué curioso, no lo estabas cuando me gritaste.

—De eso... Disculpe por gritarlo, no sé qué me pasó, yo… —Antes de que hablara más, él le señaló con un gesto alzando la mano ante ella para que no lo hiciera, evitando lo que parecía sería un aluvión de disculpas innecesarias.

—No le estoy dando importancia, pero debemos hablar sobre eso. —Se veía más atemorizante que la vez anterior, sus ojos rasgados se sentían como lanzas apuntando directo hacia ella. Dejó en su escritorio una carpeta frente a ella para después echarse recargado hacia atrás en el respaldo de su asiento.

»Aquí encontrarás que está todo en orden, ya solo falta escoger en que fecha hacer el anuncio oficial, pero el asunto del matrimonio ya está arreglado.

—¿Qué?, ¿de qué matrimonio habla? —Los ojos de Agnes se abrieron amplios y se mostraba desconcertada ante lo que acababa de decir. Su jefe se volvió a encimar sobre el escritorio y reposó su peso en sus codos para mirarla.

—Del nuestro —contestó—, el que firmaste aceptar la semana pasada y del cual me reclamaste no considerarte a tí para ello.

La sorpresa dejó a Agnes sin voz, estaba tan desconcertada que tomó el documento de dentro de la carpeta y vio lo que había firmado, en su cara se drenó el color, pues lo que tenía en sus manos era un contrato ligado a un acta matrimonial, había firmado el compromiso inmediato y la unión por medio de matrimonio con él.

—Espere, yo no sabía que esto era de lo que usted estuviera hablando. —Estaba agitada cuando lo volteó a ver, el rostro de él también mostró desconcierto y por un instante se notaba lo que parecía ser pánico. Pánico que desapareció de un momento para otro cuando respiró volviendo a mostrarse sereno.

—¿Ah no?

—No —chilló Agnes alarmada. Él suspiró pesado y le entornó el semblante con disgusto.

—Haberlo sabido, porque por desgracia ahora los dos estamos casados.

—¿Cómo es posible?, esto no era lo que yo estaba pensando.

—A ver ¿qué pensabas que estabas firmando?, ¿no lo leíste en donde decía que era un acta de matrimonio?

Agnes reprimió su voz y le esquivó la mirada con pena, en su apuro por tomar la oportunidad de lo que pensaba era su ascenso, ni siquiera le importó saber lo que ahí decía.

Se había dado contra una piedra con eso, se casó por error, ella creyó que era un mejor puesto de trabajo el que estaba aceptando y era un acta de matrimonio.

Trató de explicarle su error, el caso de porqué había firmado a ciegas y que todo fue una confusión, para aclarar así las cosas con su jefe. Tras su explicación, él solo la miró con una expresión fría, todo había resultado obra y fruto de que tanto él como ella pensaban que el otro estaba hablando de la misma cosa que ellos.

Su amenazante mirada intensa la dejaba paralizada hasta que él solo cerró los ojos un segundo, se podía ver la presión en sus cejas al fruncir el ceño. Respiró de nuevo y tras frotarse las sienes respondió.

—Básicamente, yo pensé que hablabas de una cosa…, y tú pensaste que yo hablaba de otra… —Agnes asintió y se sintió la burla de ser mirada con tal gaje de desdén por su jefe, él miró hacia la hoja de contrato donde figuraban sus nombres, “Agnes Callen y Herman Rodh”, seguido de la línea donde se enfatizaba que ella pasaría a tener su apellido de ahora en adelante—. Qué… —suspiró antes de remitir su queja y la dejó a medias.

»Pues enhorabuena, ahora eres la señora Agnes Rodh, mi esposa.

—Esto no puede ser… —Ella se quedó pálida y desconcertada ante la aparente falta de preocupación de su reciente e inesperado esposo.

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