CAPITULO 2

— El rey te ha citado en sus tierras, es hora de volver a la batalla — dijo Angus su mano derecha, estaba serio como siempre, al encontrarlo en el campo de entrenamiento, este lo ignoro y siguió afilando su espada.

En una semana estaría frente al rey o lo encontrarían en medio de la guerra, no se podía esperar algo seguro jamás.

— Preparaos, en unos días partiremos, entrenen, descansen lo suficiente que será un trabajo arduo — les hablo fuertemente, cuando este emitía algún anuncio, todo el lugar se quedaba en completo silencio, era el jefe del clan y le debían respeto, además de eso, se lo había ganado.

Chaid Mackay, el frío, siempre había vivido tan orgulloso de sus hazañas, su apodo lo había ganado cuando tan solo tenía veinte años, en su segunda batalla, este había logrado derribar a medio ejercito totalmente solo.

Era demasiado bueno con la espada, muchos hombres sentían miedo cuando este la blandía, miro a su guerrero y asintió levemente, no le gustaba hablar en medio de un entrenamiento, así que después de dejar el mensaje partió.

Esa mañana habían decidido salir a cazar, tenían que tener suficiente comida para su gente y su familia antes de partir.

— Me traes esas moras, por favor — dijo su madre mientras tenia a Effie en sus brazos, le dolía ver a la pequeña, era la vivía imagen de su padre, este había muerto antes de poderla conocer, en una batalla, dos hombres lo habían atacado al mismo tiempo y este cayo de su caballo rompiéndose la cabeza, lucho así y en segundos se desplomo al suelo; desde ese día la vida de Chaid cambio, ahora era el Laird y de él dependía que todo estuviese en orden, así que asintió y se marchó sin siquiera despedirse.

Su madre siempre pensaba en él, le dolía aquel cambio tan drástico en su personalidad, era un joven vivaz, con una sonrisa siempre, ahora nunca lo hacía, ni a ella, no dejaba siquiera que se acercara un poco y mucho menos a la pequeña, no la quería, es como si la culpase por su destino.

Todos iban en silencio, los días en los que reían eran otros, no era como su padre, eso decían muchos, Lachlan Mackay, el noble, como se le conocía, un guerrero aguerrido, pero con un corazón demasiado noble, Larissa había caído a sus encantos gracias a su buen sentido del humor, todos quedaron devastados cuando el jefe había caído, juraron cobrar venganza, pero hasta ahora, no sabían quién había mandado a que lo atacaran aquel día.

— Shhh — les dijo a sus hombres, había escuchado el crujido de una rama y un olor diferente al de sus hombres, desenvaino su espada y miro hacia todos lados, alerta de lo que pudiese ocurrir.

— ¡Sal de ahí, Duncan! Reconozco tu asqueroso olor desde la llanura — hablo fuertemente, sus hombres muchas veces no entendían como sus sentidos eran tan sensibles.

— Eres como un maldito animal Mackay, hueles la presa desde lejos, como los lobos — dijo y este se quedó mirándole seriamente.

— ¿Qué quieres? — pregunto sin rodeos.

— No lo sé, quizás que juguemos un poco — le contesto y este se irrito de inmediato.

— No estoy para tus tonterías, estoy de caza, así que vete si no queréis ser la presa — le contesto y siguió su camino, tenían un trato de que se respetarían los espacios, la rivalidad había comenzado meses atrás, cuando Chaid decidió romper el compromiso con la hermana de Duncan, estaban destinados a un matrimonio desde que estaban niños, cuando crecieron ninguno de los dos estaba dispuesto y enamorado y él decidió que el compromiso no se haría, haciendo que dos clanes comenzaran una rencilla entre ellos, realmente Duncan lo odiaba, quizás hubiese otra razón mucho más fuerte, pero la que siempre proclamaba a los cuatro vientos, era el orgullo de su hermana, lo había mancillado.

— El problema es que yo llegue antes que tú, así que vete de este bosque, Mackay, llegue primero — dijo y se quedaron mirando, Chaid no tenía la paciencia para aguantarlo así que desenvaino su espada.

— O te largas de una vez o te mato aquí mismo, maldito — le dijo mientras se acercó rápidamente y la puso en su garganta.

— Si me vas a matar, primero debes batirte en duelo — dijo el otro en burla.

— Hagamos algo, si gano, te quedas tranquilamente en mi bosque y si tu pierdes, saldrás enseguida — aquel reto le parecía estupido, pues sabía que ganaría, pero su ego era grande que acepto sin titubear.

Era un enfrentamiento que los dos ansiaban, así que estaban dispuestos a todo, ninguno de sus hombres debía intervenir, solo eran ellos dos, sin armas y sin caballos, el más fuerte ganaría.

En menos de media hora estaba Duncan en el suelo, noqueado, los hombres Mackay celebraron y esto hizo que los otros enfurecieran, sacaron sus espadas y atacaron, Chaid no podía creer que estos hubiesen hecho esto y de la rabia tomo su espada y acabo con ellos.

Salieron de ahí, dejando a Duncan en el suelo inconsciente, este al despertar confundido y sin saber ni siquiera lo ocurrido, vio la escena y con enojo juro vengarse, el maldito había incumplido y había asesinado a sus hombres.

Para Chaid todo había sido justo, no le importaba la vida de los que asesinaba, hace mucho había perdido esa empatía, Angus sabía que podía pasar algo más grave, lo presentía, intento advertirle, pero este no permitía que cuestionaran su palabra, todo era como él decía y punto.

Con una amenaza latente y que no tenía idea, se fue cinco días después de aquel episodio, era hora de ver al rey, tenían casi cinco días de camino si querían llegar pronto y mucho antes del invierno.

— Espero que cuando llegue este todo en orden — dijo a su hombre de confianza y partió.

Angus era viejo y conocía perfectamente a los Skay, su padre los había calmado por años con aquel matrimonio, buscarían cualquier excusa para apoderarse de sus tierras y tristemente Chaid se las había dado sin siquiera darse cuenta.

— Mi señora, os pido que, si pasa algo en alguno de estos días, ustedes se esconderán en los túneles, no saldrán hasta que Chaid vuelva — dijo este haciendo que la mujer comenzara a llorar del miedo, no quería una nueva guerra, había perdido a su esposo, no quería perder a nadie más, ya había tenido suficiente.

Los días en el castillo parecían augurar que algo escalofriante se aproximaba, las aves no cantaban y el viento no soplaba los cultivos, los pocos hombres que habían quedado estaban atentos, con sus sentidos totalmente alertas, presagiaban una fatalidad, la tierra era el mejor mensajero y este les estaba dejando claro aquello.

— Lleva el mensaje al laird Mackay, debe volver enseguida — dijo a uno de sus caballeros, era muy joven, este era el encargado de llevar el mensaje a tú laird.

— Estad atentos a cualquier cambio, es el momento de defender la soberanía de nuestro reino con orgullo — Angus grito a los guerreros del clan, había pedido a la gente que su pudiese saliera, era viejo y sabio, conocía las tierras altas y sabía que tan solo en tres días estaría rodeado de un gran número de hombres que querrán destrozarlo todo.

Los hombres sabían que no sobrevivirán, los Skay eran un clan bastante grande y los destrozarían, tenían la idea solo de frenarlos hasta que los ancianos, mujeres y niños estuviesen a salvo.

Dos días y la tensión estaba latente, justo cuando al siguiente día el sol apenas intentaba salir, se escuchó el grito de los Skay, estos venían como una ráfaga, cientos de guerreros contra unos cuántos, pero no se dejarían, lucharán hasta el final como un Mackay.

— Por los nuestros — grito Lachlan y se lanzó contra ellos.

La batalla era una danza dispareja esta vez, sentían que sus fuerzas iban cayendo, los hombres de Duncan se estaban apoderando de todo, Angus lo observó, en su rostro se notaba la diversión, disfrutaba aquello, le llenaba saber que su enemigo estaba recibiendo su merecido.

Duncan Sky odiaba al laird Mackay y ahí lo estaba demostrando, entró al castillo, Angus iba detrás, no lo dejaría llegar a su señora jamás, había prometido cuidarle con su propia vida y eso haría.

Embistió con su espada, toda su fuerza la colocó en ese ataque, pero como ya era de esperarse, a su espalda tres arqueros estaban atacándole.

Le miró mientras su vida se desvanecía.

— Maldito eres Duncan Skay, tu y todas las generaciones que vendrán, tu cobardía y falsedad te auguran la muerte como un perro — le dijo y cayó.

— No, el que cayó eres tú y luego será tu señor — dijo con orgullo y dejándolo ahí, se adentró al lugar.

Todo estaba vacío parecía ser que estaba preparados, esto le enojo un poco, tenía planes para la familia, los quería ver sufrir, suplicar por sus vidas.

Tan solo un ruido las delató, la voz de Effie se impuso ante el silencioso túnel, generando un eco que lo hizo girar en su dirección.

La victoria estaba servida y ya tenía el premio mayor.

Tomó a las dos y las expuso ante lo que quedaba de su gente y sin más, las eliminó.

Parecía estar feliz con ello, no quería aquellas tierras, tenía suficientes y era una ofensa ocupar un lugar donde había estado sentado aquel bastardo.

Así que se marchó, feliz de haber cumplido su meta y darle a Chaid el peor de sus finales.

La noticia había llegado tarde, pues a aquel joven le había tocado desviarse, el camino estaba rodeado y si se dejaba ver, acabarían con él.

—Debe volver a Mackay, su gente está en peligro — dijo con la voz entrecortada por el esfuerzo, había perdido hasta su caballo.

Chaid tan sólo escucho aquello y tomo su caballo.

Sus hombres y algunos otros de diferentes clanes hicieron lo mismo, sabían que demorar unas horas sería fatal.

Pero la vida nuevamente le estaba dando otra patada, frente a él estaba su pueblo en cenizas, un castillo que aún ardía en llamas, sin siquiera mirar a los que estaban en los campos fue adentro, no tuvo que buscar mucho, pues ahí estaba su familia frente a él.

Un grito desgarrador salió de él, el dolor era profundo y ardía en su pecho, quería acabar con todo, matar lo que se atravesase.

Sin más salió rápidamente y subió a su caballo, Lancer intentó detenerlo, pero este lo impidió, iría a arreglarlo todo.

— ¡Sal Dagda! — le grito a la marea, había recorrido cinco días, hasta llegar a ese enlace, uno que tan solo era un mito para todos, tenía la certeza de que este lo ayudaría.

Estaba cansado de hablarle a la nada.

— No soy Dagda, el dios druida no vendrá hacia ti, no digáis sandeces — dijo un hombre anciano.

— Soy Aod — dijo con voz fuerte.

— ¿Aod, druida? — pregunto confundido, haciendo un recuento de aquella historia de los cisnes que contaba su madre.

— Realmente no me importa, solo he venido a vos por una sola cosa, quiero a Effie de vuelta y a mi madre también — dijo dolorido y con el alma rota.

— La vida y la muerte deciden por nosotros, cambiar la naturaleza del mundo es algo que trae consecuencias — dijo este, era algo que siempre le habían pedido muchas veces antes, todos habían tenido el mismo fin, convertirse en un alma errante, nadie salía del inframundo, era algo que jamás ocurría.

— No me importa morir si ellas volviesen, soy culpable de lo que os paso, hazlo, quiero sacarme este dolor del pecho, las quiero devuelta —.

— Si es lo que deseas, deberás subir el árbol e ir por tu cuenta, llegaras ahí y no regresaras, tenlo claro, tu clan depende de ti, eres el único que puede darle nuevamente el honor a tu gente, de ti depende la descendencia de los Mackay, si entras ahí, todo acabara — les respondió, quería que este entendiera el problema que estaba causando a futuro.

— Me importa una m****a mi descendencia, solo quiero que ellas vivan — les dijo y este no dijo más, solamente abrió el camino a aquel árbol, aquel era de gran magnitud, era lo más magico que había visto, en su mente solo había una sola necesidad, volver a la vida a su familia.

Al llegar a la copa, luego de muchos meses, tenía dolor, sus músculos estaban lastimados, no había comido en mucho tiempo, no entendia como su cuerpo no había perecido en una semana, pero ahí estaba, en la copa de aquel árbol, con la intención de devolverlas, era terco y con él no había marcha atrás, miro hacia donde debía seguir, todo a su alrededor se desvaneció.

Estaba cayendo y el miedo que sentía era tan profundo, nunca había sentido algo así, el temor le estaba llegando hasta los tuétanos, hasta que cayo, el lugar difería mucho a lo que su mente pensaba que sería el inframundo, este era verde y un gran lago a su lado, lo hacía ver bastante bien, como el de su propio hogar, el cielo estaba despejado y algo de sol salía, se levantó totalmente adolorido y con un hambre impresionante, si pudiese cazar aunque fuese un venado o cualquier ave, estaría bastante contento.

— ¿Joven, se siente bien? — pregunto una mujer mayor, que hacía ejercicio cerca de aquel parque, era un hombre bastante grande y parecía un poco desorientado.

— ¿En el inframundo había gente que conversara entre ellos? Aquel lugar estaba cada vez más extraño — se dijo así mismo.

— ¿Dónde estoy? — pregunto en un idioma que el jamás había escuchado.

— California — dijo la mujer.

— ¿Quieres comer algo? — le dijo al ver que este parecía estar cansado y algo débil.

— California — dijo en voz alta, era algo que jamás había escuchado.

Sí, California Estados Unidos, ¿de dónde eres? — le pregunto mientras le daba de comer unos pequeños cupcakes que llevaba para sus nietos.

— De las tierras altas de Escocia, soy el laird Mackay — dijo con orgullo, la mujer pensaba que quizás estaba drogado o simplemente deliraba.

— Vienes de muy lejos, hace mucho fui a ese país con mi esposo, era mi sueño conocerlo, es hermoso — le conto, era su lugar favorito en todo el mundo, para Chaid era algo demasiado extraño, para su lógica, no había razón de que el Inframundo fuese tan placentero, aquel druida había sido un exagerado al decirle que se moriría ahí.

Comió como nunca, aquellos pequeños pasteles parecían ser muy deliciosos, comió todos los que pudo ante la mirada asombrada de aquella mujer.

— ¿Vas al festival? — le pregunto al ver aquel traje, había una fiesta cerca y esta seria de disfraces, Halloween siempre tenía fiestas por todos lados, eran casi las cuatro de la tarde, en dos horas comenzaría.

— Creo que sí, voy a buscar a mi familia, me indica el camino hacia allá, gentil mujer — le dijo y está sonriendo ante él, no dudo en guiarlo, estaba bastante lejos y tendría que ir en autobús.

— Llegaré en un rato, gracias por su ayuda, en algún momento le compensare su diligencia — dijo y esta se quedó mirándolo.

— Ojalá mi Robert fuera asi de sexy, ¡qué hombre, que trasero! — dijo mientras lo veía alejarse con un tartán, quizás representando a los Mackay, como el mismo decía que le llamaban, jamás había visto un hombre con ese cuerpo, esa masculinidad y esos músculos que parecían esculpidos en roca, sonrío y siguió su camino.

Este era bastante largo, el sol era fuerte y agotador, algunas personas le miraban divertidos, aquel día los disfraces abundaban, asi que ver a un enorme Highlander no les parecía para nada extraño.

Se estaba anocheciendo y por fin a lo lejos vio aquel festival, miro todo, lleno de gente con vestiduras de animales, otros vestidos como sus mayores enemigos y algunos con muy poca ropa, miro a su alrededor, todos tomaban algo, decidió probarlo, era licor, no dudo en tomar mucho más, cada vez que caminaba y avanzaba le daban una y otra vez un nuevo vaso que veía rápidamente.

En poco tiempo se sintió mareado, choco con una mujer, esta lo siguió y detuvo su paso.

— Highlander, ¿bailamos? — la escucho decir y sonriendo la tomo en sus brazos y la beso, era como una pequeña ninfa, cabello como el oro y los ojos como el verde del campo, una diosa de piel dorada y rostro angelical.

— Si es de condenarme a esto, no me arrepiento de venir al mismo infierno —dijo y la llevo a un aparato, la tomaría ahí mismo, esta parecía sentir lo mismo que el, la atracción era innegable y no dudo en aprovecharla, seguiría buscando a su familia en unas horas y así lo hizo.

La luz entro por las ventanas, parecía ser que la mañana había llegado, abrió los ojos adaptándolos al resplandor y la vio, estaba frente a él, seguía siendo igual de hermosa que la noche anterior, de lo poco y mucho que recordaba.

— Eres el demonio más hermoso que hubiese visto, necesito que me quites este hechizo y volver a mi búsqueda — le dijo totalmente embelesado, haciendo que esta riera.

Adhara se estaba divirtiendo al máximo con aquellas palabras, cada vez decía una más extraña.

— No soy un demonio, pero podría serlo por ti — le dijo con mirada sexy y lo beso, era hora de retomar lo que habían comenzado la noche anterior.

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