La mañana en la oficina Moretti se desarrollaba con una tensión apenas perceptible, pero latente como electricidad en el aire. Luna se concentraba en sus tareas, organizando presentaciones para el proyecto social que había diseñado junto a Alessandro. Él, por su parte, tenía una reunión importante, y su ausencia sólo sirvió para abrir una grieta en la normalidad.
Camila y Sofía irrumpieron en el edificio con sus mejores atuendos. Ambas sabían que Alessandro solía revisar personalmente los proyectos en el piso ejecutivo, y aunque no trabajaban oficialmente allí, Rosa había conseguido pases temporales para que "visitaran a su prima". Una excusa tan débil como innecesaria: su objetivo estaba claro.
—Hoy sí que estás deslumbrante, Camila —dijo Sofía con una sonrisa venenosa—. Pero recuerda que a Alessandro le gustan las mujeres con carácter, no solo con piernas largas.
—Y a ti te gusta hablar mucho, pero no haces nada. Ya verás quién se lo gana —replicó Camila con los ojos centelleantes.
Luna las observó desde su escritorio, sintiendo cómo la atmósfera se volvía pesada. Ellas se dirigieron a la oficina de Alessandro justo en el momento en que él regresaba del almuerzo.
—Alessandro —dijo Camila, acercándose con seguridad—, mi hermana y yo queríamos invitarte a una exposición de arte. Sé que estás muy ocupado, pero pensamos que podrías necesitar relajarte.
Sofía se adelantó con una sonrisa más dulce.
—O podríamos preparar una cena en casa. Una más íntima, sólo nosotros. Sería un placer conocerte mejor...
Alessandro frunció el ceño, sorprendido por su repentina familiaridad. Su mirada se desvió discretamente hacia Luna, que fingía concentración en su monitor. Luego, con una sonrisa cortés, respondió:
—Lo aprecio, pero tengo la agenda llena esta semana. Tal vez en otra ocasión.
—¿De verdad? Qué lástima —murmuró Sofía, mientras Camila apretaba los dientes.
Las dos se retiraron derrotadas, pero no vencidas.
—¿Y bien? ¿Cómo les fue?
—Ese hombre no se deja seducir tan fácilmente —dijo Camila, lanzando su bolso sobre el sofá.
—No todavía —corrigió Rosa. Luego se sirvió una copa de vino y miró a sus sobrinas con malicia—. Hay más de una forma de separar a un hombre de una mujer. Sobre todo cuando la mujer en cuestión duda de su lugar.
—¿Qué estás pensando? —preguntó Sofía.
—Lo que siempre funciona: sembrar la duda. ¿Tú crees que Luna está segura del cariño de Alessandro? ¿De su fidelidad? ¿De su propósito?
Camila sonrió al comprender.
—Y si logramos que ella dude... ¡entonces ella misma lo alejará!
Al día siguiente, Luna bajó al café de la planta baja para tomar aire. Mientras esperaba su bebida, Rosa se acercó discretamente.
—Hola, querida. Me alegra encontrarte sola.
Luna la miró sorprendida. Rosa nunca se aparecía en su trabajo.
—¿Qué haces aquí?
—Vine a dejar unos papeles para Camila. Pero ya que estamos... ¡no sabes cuánto me alegra que estés tan cerca de Alessandro!
—Gracias, supongo —respondió Luna con cautela.
Rosa tomó un sorbo de su té antes de lanzar su dardo.
—¿Sabes que hace unos años, Alessandro estuvo a punto de comprometerse con Isabella?
Luna parpadeó. No lo sabía.
—Una joven preciosa. Su madre y yo nos conocíamos de los círculos sociales. La clase de mujer que esperaban para él. Mismo nivel, misma educación, mismos sueños. Alessandro fue muy devoto de ella durante mucho tiempo.
—¡Ya no están juntos! —dijo Luna, intentando sonar firme.
—Claro, claro. Solo que a veces los hombres como él... —Rosa se inclinó más cerca, como si revelara un secreto—. A veces se aburren de lo sencillo. Buscan algo nuevo, emocionante. Pero cuando la novedad pasa... regresan a lo que conocen. A lo que entienden. A su mundo.
Luna apretó la taza entre sus manos, sintiendo un nudo en el estómago.
—Gracias por tu preocupación, Rosa. Pero Alessandro y yo estamos bien.
Rosa sonrió, satisfecha con la semilla plantada.
—Solo quiero lo mejor para ti, querida. Solo eso.
Esa noche, Luna no pudo dormir bien. Las palabras de Rosa resonaban como un eco venenoso. Recordó los gestos de Alessandro hacia ella, su ternura, sus palabras sinceras. Pero también recordó los silencios, las ausencias, las miradas de otras mujeres.
—¿Y si sólo soy un capricho pasajero? —murmuró en la oscuridad.
El celular vibró con un mensaje.
Alessandro: "Mañana tenemos una reunión importante con los inversores. ¿Puedes acompañarme? Me encantaría que estés a mi lado."
Luna sonrió levemente, pero en su interior, la duda ya había echado raíces.
Y Rosa, desde su habitación, miraba una foto vieja de Alessandro con Isabella y murmuraba:
—Tarde o temprano, todo vuelve a su lugar.
La luz del crepúsculo bañaba el estudio de madera antigua donde Giovanni Moretti hojeaba una carpeta olvidada. Al abrirla, una foto en blanco y negro resbaló entre sus dedos y cayó al suelo. En ella, él y Ricardo Valenti, sonriendo con copas en mano, celebraban la firma de su primer proyecto conjunto. Sus rostros eran jóvenes, ambiciosos, y llenos de sueños.
Giovanni se agachó lentamente, recogió la imagen, y la miró con una mezcla de nostalgia y amargura.
—Si tan solo hubiéramos seguido por el mismo camino...
Años atrás...
Era una tarde vibrante en la ciudad. Los autos antiguos llenaban las avenidas y los rascacielos apenas comenzaban a brotar del suelo. En una oficina con vista al río, Ricardo Valenti y Giovanni Moretti sellaban un trato con un apretón de manos.
—Esto es solo el inicio —dijo Ricardo con su tono sereno—. Si seguimos unidos, nuestros hijos heredarán un imperio digno.
—A eso vamos, hermano. Alessandro y Luna... imagínalo —sonrió Giovanni.
Por años trabajaron juntos, creando residencias de lujo, hoteles y fundaciones sociales. Se respetaban, se complementaban. Ricardo era prudente, generoso; Giovanni, audaz y ambicioso.
Pero los ideales se torcieron con el tiempo.
Un día, Giovanni presentó una propuesta de expansión en un país inestable políticamente, con contactos dudosos. Ricardo la rechazó de inmediato.
—¿Estás loco? —le gritó, lanzando el portafolio sobre el escritorio—. ¡No pondré un solo centavo en un proyecto tan turbio!
—¡Tú no entiendes de poder! —bramó Giovanni—. No basta con construir. Hay que conquistar.
—Y tú has olvidado lo que es construir con valores.
El silencio fue sepulcral. Las palabras sellaron el quiebre. A partir de ese momento, los caminos se dividieron. Ricardo se alejó, llevándose a su hija, a sus principios, a su legado.
Y entre las sombras, Rosa Romano observaba todo.
Rosa, hermana de Ricardo, no toleraba que su hermano tuviera todo. Siempre le había guardado un rencor silencioso por su éxito, por la forma en que era admirado, incluso por Giovanni. En el fondo, Rosa deseaba lo que nunca tuvo: poder, control... y respeto.
Cuando la amistad de los socios se agrietó, ella se convirtió en la grieta misma.
Comenzó a visitar a Giovanni en privado. Primero con excusas banales. Luego con susurros calculados.
—¿Sabes por qué Ricardo no quiso asociarse contigo? —decía mientras le servía una copa de vino—. Porque piensa que eres inferior. Cree que tu apellido no está a su altura.
—¿Qué estás diciendo?
—Lo que nadie tiene el valor de decirte, Giovanni. Que para él, tú solo fuiste una herramienta útil... hasta que dejaste de servirle.
Ella plantó dudas como espinas bajo la piel. Giovanni, impulsivo y orgulloso, no tardó en caer en el juego.
Rosa también manipulaba a Ricardo.
—¿Por qué sigues defendiendo a Giovanni? —le decía con fingido tono de hermana preocupada—. Hay rumores de que ha hecho tratos con mafiosos. Si no cortas con él, te arrastrará.
—¡Él es mi amigo! —decía Ricardo.
—Lo era. Pero te ha traicionado... y lo sabes.
Lo que Rosa nunca dijo es que ella misma había enviado esos rumores a los periódicos. Que había creado un escenario perfecto para dividirlos. Porque cuanto más se destruían entre ellos, más espacio tenía ella para intervenir, para controlar, para beneficiarse.
Hasta que ocurrió lo inesperado.
Ricardo enfermó.
En su lecho, con la voz quebrada, llamó a Rosa.
—Si algo me ocurre... cuida de Luna. Prométemelo.
Rosa se acercó, fingiendo ternura.
—Te lo juro, hermano.
Pero en sus ojos, no había compasión. Había cálculo.
Presente...
Giovanni dejó la foto sobre la mesa y suspiró profundamente. Encendió su celular y abrió un artículo reciente: “Alessandro Moretti, futuro heredero de Moretti Enterprises, sorprende con su cercanía a una joven de origen humilde: Luna Romano.”
La sangre se le congeló. El apellido Romano. Los ojos de la joven. La misma mirada de Ricardo.
—No puede ser... —susurró.
Tomó el teléfono. Marcó un número encriptado.
—Quiero saber todo de esa muchacha. TODO. Y si es quien creo... —hizo una pausa—. No permitiré que otro Romano se acerque a mi hijo.
Colgó. Y en el silencio de su despacho, el eco de la traición volvía a latir.
Hola
Gracias por leer este capitulo.
No olviden que estoy en redes sociales como Genemua.Libros y en mis historias destacadas encontrarán a los personajes como yo me los imagino.
Espero se puedan pasar por ellas y disfrutar de estos personajes.
Nos leemos despues.