CAP 12 - Luna

La sala estaba repleta de trajes caros, relojes que valían más que un auto promedio y miradas frías que escrutaban a Luna como si fuera un error de sistema.

—Buenos días —saludó ella, sintiendo la presión en cada célula de su cuerpo, pero sin permitir que su voz temblara.

Comenzó su presentación. Los primeros minutos fueron fluidos, su voz transmitía fuerza y convicción. Algunos directivos tomaban notas, otros asentían. Pero no todos estaban impresionados.

—Interesante enfoque, señorita Romano —interrumpió Giorgio Baresi sin esperar a que terminara—. Pero este no es un salón de beneficencia. Aquí priorizamos retorno de inversión, no cuentos sociales.

Las palabras flotaron como veneno en el aire. Algunas risas discretas se escaparon entre los más conservadores de la mesa.

Luna respiró hondo, sus dedos se aferraron al borde del podio. Pero no retrocedió.

—Con todo respeto, señor Baresi —dijo con tono firme—, el retorno de inversión no solo se mide en ganancias inmediatas. Las marcas que invierten en su comunidad construyen lealtad, reputación y estabilidad a largo plazo. Los datos en la pantalla lo demuestran, y si lo desea, puedo compartirle los estudios académicos que respaldan esta visión.

Giorgio alzó una ceja, incómodo.

—A veces la pasión nubla el juicio.

—Y a veces el privilegio ciega la empatía —respondió ella con una leve sonrisa—. Pero por suerte, los números no tienen emociones... y están de mi lado.

Un silencio denso cubrió la sala.

Alessandro disimuló una sonrisa desde su asiento.

Otro inversionista levantó la mano.

—¿Cuál es su experiencia formal en dirección estratégica, señorita Romano?

—Licenciatura en Administración con mención en Proyectos Sociales. Actualmente cursando una especialización en liderazgo organizacional, señor —respondió con seguridad—. Y aunque mi currículum no tiene apellidos pesados ni viajes en yates, tengo diez años de experiencia real trabajando desde abajo. Conozco el sistema desde el polvo, no desde las alturas.

Murmullos. Algunos cabeceaban. Otros, visiblemente molestos, se removían en sus asientos.

Una mujer del consejo, de cabello plateado y rostro severo, habló:

—Entonces, ¿usted propone que nos convirtamos en filántropos?

—No —dijo Luna, esta vez acercándose un paso al borde del estrado—. Les propongo que se conviertan en pioneros. En una empresa que no solo genera riqueza, sino que transforma vidas. Porque si ustedes no lo hacen… alguien más lo hará. Y tomará la delantera.

La sala quedó en completo silencio.

La misma mujer asintió, lentamente.

—Interesante. Muy interesante.

Cuando terminó, hubo aplausos. No todos sinceros, pero sí inevitables. Luna no solo había sobrevivido a la sala de los lobos. Les había demostrado que no era una presa.

Alessandro la recibió en el pasillo, sonriendo.

—Tienes el fuego exacto que ellos temen y admiran al mismo tiempo —le dijo.

Luna, con el corazón aún latiendo rápido, respiró profundo.

—No permitiré que nadie me subestime.

Y Alessandro, con un brillo en los ojos, le respondió:

—Y por eso… estás exactamente donde debes estar. Lo hiciste increíble —dijo finalmente—. Estaban impresionados.

—¿De verdad? —preguntó ella, sorprendida.

—Conmovidos sería una palabra más adecuada. Algunos incluso preguntaron si serías parte del equipo ejecutivo.

Luna rió, abrumada.

—Bueno… es un poco pronto para eso.

—Para ellos quizás. Pero no para mí.

Hubo un silencio cargado entre ambos. Una energía que palpitaba con intensidad.

—Gracias por confiar en mí —dijo Luna.

—Siempre lo haré.

Empezaron a caminar hacia la salida, pero antes de subir a la limusina, Alessandro se detuvo.

—¿Puedo invitarte a cenar esta noche? No como parte del trato… sólo tú y yo.

Ella lo miró, tanteando el terreno.

—¿Solo tú y yo… o tú y yo con el peso de ser socios, cómplices y falsos prometidos?

Alessandro sonrió, casi con tristeza.

—Solo tú y yo, Luna.

Ella asintió.

—Está bien.

En el restaurante, la conversación fluyó con naturalidad. Luna aún sentía algo de incomodidad, pero la calidez de Alessandro la envolvía poco a poco.

—¿Sabes? —dijo él mientras apartaba su copa de vino—. Verte hoy frente a todos esos hombres… me recordó algo.

—¿El qué?

—A alguien más que lo intentó… pero no tuvo tu fuerza.

—¿Isabella? —preguntó Luna sin rodeos.

Alessandro se tensó un instante. Bajó la mirada a su plato.

—Sí.

Luna lo observó en silencio, sin presionarlo.

—Ella y yo nos conocíamos desde niños. Nuestras familias nos criaron para estar juntos. Estudiamos en la misma universidad. Era hermosa, elegante… y calculadora.

Luna frunció ligeramente el ceño.

—¿Qué pasó?

Alessandro tomó aire.

—Estábamos comprometidos. La boda era en primavera. Pero unas semanas antes, sin explicación, me dejó. Me mandó una nota diciendo que quería priorizar su carrera, que no estaba lista para ser esposa de un Moretti.

—¿Y tú?

—Yo estaba devastado —admitió él con voz baja—. Por primera vez en mi vida, no fui el CEO, ni el heredero, ni el fuerte. Fui solo un hombre... abandonado.

Luna se sintió extrañamente conmovida. No por la historia de amor que no fue, sino por el dolor que aún asomaba en su voz.

—¿La sigues amando?

Alessandro la miró con seriedad.

—No. Después descubrí que tenía una relación con uno de mis socios. Fue un golpe duro, pero me curó de cualquier ilusión.

—¿Y ahora?

—Ahora... hay alguien que, sin prometerme nada, sin deberme nada... está cambiando mi forma de ver la vida —dijo él, mirándola intensamente—. Tú, Luna.

Ella bajó la mirada, sintiendo que el corazón se le aceleraba.

—No sé si soy lo que esperas.

—Eres más de lo que me atreví a esperar.

Al día siguiente, en la oficina, la cordialidad profesional entre ellos intentaba enmascarar lo ocurrido la noche anterior. Pero todos lo notaban. Miradas, sonrisas ocultas, silencios que hablaban más que las palabras.

Y entre esas miradas estaba Giorgio Baresi.

—¿Así que la chica nueva ahora da discursos conmovedores y cena con el heredero? —dijo en voz baja al director de comunicaciones.

—Parece que sí.

Giorgio sonrió con desdén.

—Entonces será mejor que empecemos a mirar sus antecedentes… Nadie escala así sin dejar huellas.

En casa de Rosa, Camila y Sofía se cruzaron con una nota en la prensa que decía:

“Reunión con inversores: Luna será la oradora principal.”

Camila rompió el papel en dos con rabia.

—¡No puede ser! ¡Ahora también habla por la empresa!

—Es más peligrosa de lo que creímos —murmuró Rosa, entrecerrando los ojos.

—¿Qué vamos a hacer?

—Lo que toda familia inteligente hace cuando una oveja quiere volverse reina… la tiramos al lodo.

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