—Señor, nos resultó imposible encontrar las demás bodegas con la mercancía de Lorenzo, me temo que no hemos tenido avances. — decía un hombre a otro que observaba en silencio tras su fino escritorio de roble blanco.
Aquella habitación era completamente blanca, y no había mancha alguna que alcanzara a observarse en ningún rincón en ella. Levantándose de su asiento, el hombre tras el escritorio, acomodaba las rosas blancas en su jarrón gris de aspecto barato y viejo; aquel era la única pieza que no encajaba en aquel ambiente pulcro y perfecto, y mirando a su subordinado con molestia, Laurent Visconti frunció el entrecejo mientras sus ojos azules se quedaban fijos en aquel jarrón que le había obsequiado hacia tantos años la única mujer de la que él se enamoró.
—Mi hermano menor es una mancha en la perfecta familia Visconti…una mancha que debo desaparecer cuanto antes…y ustedes no son menos imperfectos de lo que lo es el. — respondió Laurent. — Busquen en todos los muelles, paguen a cuanto informante pueda darnos una pista…si Lorenzo sigue expandiéndose, no podré detenerlo, y el no pagará por su pecado. — terminó de decir.
Tragando duro, el subordinado asintió.
—Seguiremos buscando, mi señor. — respondió el sirviente.
Regresando a su escritorio, Laurent sonrió al mirar una vieja fotografía de la mejor alumna que tuvo cuando ejerció de profesor de artes, su mayor pasión, aquellos cabellos rubios y sus ojos tan grises, eran el recuerdo más hermoso que Laurent tenia de la única época en la que fue realmente feliz en su vida, antes de convertirse en el heredero de su poderoso padre.
—Victoria… — susurró aquel nombre, y Laurent cerró los ojos recordando a la amada mujer que nunca fue suya, mientras intentaba no pensar en su odiado hermano menor.
Al otro lado de la ciudad, en el Bar Paradise, Lorenzo recibía a sus invitados.
—Señor Visconti, esta promete ser una velada inolvidable, y si es así efectivamente le daré mi total apoyo a su causa, su padre y su hermano no son personas para tomar a la ligera, así que espero que comprenda que debemos de tener nuestras reservas, no todos los días se desafía a la familia más importante de Italia, menos aun cuando nuestros negocios no son tan grandes e importantes como el suyo, La mafia Sacra y usted, su líder el Satán de Palermo, ya dominan casi toda la región de nuestro país y se han expandido a otros países…pero no cometa el error de pensar que puede dominar fácilmente a su familia, a pesar de su poder, su padre y hermano siguen siendo casi de la realeza, así que es un riesgo para todos nosotros que nos inste a unirnos a su causa…le daré mi respuesta al terminar esta velada, y todo dependerá de lo que pueda ofrecerme, si usted me comprende. — decía un hombre de baja estatura, piel sebosa y regordete, bastante desagradable a la vista, y que sostenía de la cintura a una hermosa joven que lucía incomoda a su lado.
Lorenzo frunció en entrecejo, Maurice Lefevre era un importante mafioso de origen francés, que le resultaba incomodo y desagradable por su trato hacia las mujeres.
—Le aseguro que se divertirá esta noche, siempre y cuando no le falte el respeto a las mujeres que trabajan en mi bar. — respondió Lorenzo alejándose del hombre de inmediato.
Maurice rechistó ante la respuesta de Lorenzo. Lorenzo, por su parte, se acomodó en su mesa frente al escenario ya esperando por ver a la violinista que Rebecca había contratado sin consultarle previamente.
Nerviosa, y tras bambalinas en el escenario, Victoria se observaba de nuevo en el espejo del lugar; aquel vestido rojo que Becca le había prestado, le quedaba muy ajustado al cuerpo y dejaba su espalda al descubierto, y el maquillaje, aunque no era exagerado, la hacía sentirse incomoda; sus labios brillaban en un carmesí intenso haciendo que las hermosas facciones de su rostro delicado y femenino resaltaran por completo. Recatada como había sido siempre, la hermosa rubia de ojos grises se sentía avergonzada, pero había aceptado aquel empleo por la enorme necesidad que tenía en ese momento. Tomando tanto aire como le permitieron sus pulmones, Victoria tomó su violín ya escuchando a Becca llamándola al escenario.
Con paso firme y sobre aquellos altos tacones de aguja en color rojo, Victoria salió al escenario para dar comienzo a su interpretación del invierno de Vivaldi.
Cerrando sus ojos, Victoria comenzó su interpretación, tocando el violín tan apasionadamente como siempre hacía, que su dulce melodía llenó por completo aquel recinto y sobre el escenario la hermosa rubia resplandeció ante la mirada llena de asombro de todos los presentes…en especial, ante la mirada de Lorenzo que la reconoció como aquella hermosa mujer, la madre de los gemelos.
Victoria se deslizaba en el escenario como la gran violinista que era, dejando encantados a todos los que la estaban mirando con su interpretación perfecta del invierno de Vivaldi; lucía majestuosa y seductora ataviada en aquel vestido rojo, y Lorenzo no podía dejar de verla. Era casi imposible de creer, dedujo el hombre de cabellos negros, que aquella en el escenario fuera la misma mujer que le sostuvo la mirada y que se negó a estar con él una noche.
Impresionado, Lorenzo Visconti sonrió complacido, encontrando a aquella mujer sumamente interesante…una hermosa violinista de cabellos rubios, que era la madre de dos pequeños.
Sin embargo, la mirada cargada de lujuria de Maurice Lefevre también se había clavado en la figura de Victoria.
Al terminar su pequeña interpretación, Victoria miró sin realmente prestar atención al publico que la aplaudía, y siguió tocando aquella noche dando su mejor esfuerzo manteniendo en su mente únicamente a sus preciosos Liam y William…iba a sacarlos adelante a cualquier precio, lo había decidido.
Después de una velada esplendida, Victoria se había retirado del escenario hacia los camerinos del lugar, y volviendo a tomar aire, esperaba haber causado una buena impresión en el misterioso dueño de aquel lugar. En ese momento, sin embargo, la puerta de su camerino se había abierto.
—Mi bella Donna, me has dejado impresionado, realmente resplandecías como una rosa carmesí en medio del fuego de ese escenario, es una pena que seas una de las trabajadoras de Lorenzo, porque si fueras mía, me aseguraría de llevar a tu talento y a tu belleza para recorrer el mundo entero… — dijo Maurice Lefevre acercándose a Victoria con un ramo de rosas en sus manos.
Victoria que se hallaba ya usando una bata de baño, se cubrió instintivamente sus senos ante la mirada lujuriosa de aquel hombre regordete.
—Se lo agradezco…pero no creo que usted deba de estar aquí. — respondió Victoria.
Maurice sonrió maliciosamente al notar la timidez de la mujer.
—Dime, hermosa rosa, ¿Cuánto me costará un servicio más privado?, puedo pagarte lo que sea… — respondió Maurice.
Victoria sintió asco de aquel hombre.
—Se está confundiendo señor, yo no ofrezco esa clase de servicios. — respondió Victoria sin ocultar su molestia.
—Vamos, trabajas en el bar de Lorenzo Visconti, claro que ofreces esa clase de servicios. Dime tu precio. — respondió Maurice entre risas maliciosas acercando una de sus manos a Victoria para tocarla.
A punto de levantarse a encarar a aquel hombre, Victoria vio con asombro como una fuerte mano tatuada que reconoció al instante, detenía la mano del hombre regordete que intentaba tocarla.
Alzando su vista, Victoria pudo ver para su gran sorpresa al mismo hombre que había salvado la vida de su pequeño Liam alejando de un empujón al hombre gordo para alejarlo de ella.
—¡Lorenzo!, ¿Qué cree que hace? — gritó Maurice con enojo.
Lorenzo le dio una mirada fría y al mismo tiempo furiosa a Maurice.
—Le advertí, señor Lefevre, que no debía de faltarle al respeto a mis empleadas… — dijo Lorenzo con voz cavernosa.