— ¡Levántate, hermosa!
Si la frase no hubiera estado acompañada de una sonora nalgada, Gaia hubiera asegurado que era el despertar más romántico de la historia. Olía a café y a tostadas francesas, y su estómago rugió haciéndola abrir primero un ojo para encontrar la posición justa de Alessandro. A los pies de la cama, completamente desnudo, sosteniendo una bandeja con el desayuno.