~Damián~
Temblaba como si una maldita droga acabara de entrar en su torrente sanguíneo. No. No una droga. Yo. Mi verga. Mis manos. Mi voz. La obscenidad que le susurré al oído mientras lloraba encima de mí y suplicaba montarme de nuevo.
Y ahora... Ahora estaba flácida. Temblorosa. Sin aliento. Su coño estaba empapado, goteando por mi largo y sobre las sábanas, mezclándose con el semen que ya le había disparado dentro. El cuarto apestaba a sudor, sexo, piel quemada por el deseo. Su cuerpo seguía contrayéndose, sus muslos brillantes de flujo, el interior de sus piernas pegajoso con todo lo que le di. Su pecho subía y bajaba con dificultad. Sus pezones estaban mojados por mi lengua. Su garganta estaba enrojecida donde la había asfixiado mientras se corría.
¿Y su coño? Dios, su coño estaba hinchado. Resbaladizo. Perfecto. Todavía agarrando mi verga como si no hubiera tenido suficiente. Yo seguía duro. Todavía enterrado dentro de ella. Todavía viéndola desmoronarse como la gatita drogada de