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— Es un gusto verla tan recuperada, doctora Greco

El Conde apareció en el amplio espacio que era el comedor, la vajilla relucía a través de la alacena, el sol de la mañana se colaba por las ventanas cuyas cortinas de una tela tan suave como el pelaje de un oso de peluche estaban levantadas. En el Comedor, Victoria Greco estaba terminando el desayuno; se le veía mejor, la palidez de su rostro se había ido para dar paso a su color habitual: un tono sonrosado y terso.

— Espero que haya dormido bien, doctora y espero también que me tenga una respuesta respecto a mi generosa oferta.

Victoria levanto la vista de su plato vacío y miro con ojos interrogantes al Conde. Unos ojos enrojecidos que delataban que no había podido descansar y que seguramente había llorado hasta secar sus glándulas lagrimales.

— Doctora, por favor, — dijo el conde en tono sereno y despreocupado — No llegaremos a ningún lugar si usted se mantiene sin decir palabra. Sería una lástima qu

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