Capítulo 02

"Tragos con el sin-apellido"

Esa mañana Milka estaba sentada en su pequeño cubículo en la oficina de Mary Gary's. Era como una lata de sardinas, pero peor. Estaba concentrada en su tema, pero Carly, insistente, llamó su atención.

—¿Hola? ¿estás escuchando?

—Sí, claro, lo siento. ¿Qué pasó? —le preguntó la castaña, con la mirada cansada a punto de desplomarse.

—Acabo de oír de la jefa que necesitamos más artículos para la próxima edición —contó Carly estresada—, ¡ah! ¡esa mujer! ¡alguien tiene que ponerle corra a bulldog!

—Lo sé, ya estoy trabajando en algo —contó Milka—. El problema es que no sé si va a estar satisfecha con eso o si prefiere que monte otra sección sobre consejos para dejar las ventanas impecables.

—Bueno, asegúrate de que sea bueno. La jefa está muy estricta con el contenido últimamente —insistió Carly—. Ya me rechazó dos artículo porque, según ella, no son lo suficientemente sustanciosos.

Milka asintió mientras continuaba cuando de casualidad su celular comenzó a vibrar con un mensaje de texto, el cual luego supo era de León. Ella no pudo resistir la tentación de verlo y leyó el mensaje rápidamente por debajo de su escritorio, como estudiante de secundaria que se burla del profesor.

"Hey Milka, ¿cómo estás? Quería preguntarte qué has estado haciendo para el artículo que acordamos, ¿sigue en pie?".

Milka se sintió aliviada de ver que el chico estaba un poco mejor después de la ruptura. Dcidió responderle con apuro:

"Hola, estoy bien gracias. ¿Tú cómo estás? Claro, sigue en pie, ponte al día".

"Gracias, lo haré. Te enviaré al hacerlo. Bye".

Milka sonrió.

La castaña se enterneció al leer el mensaje. Regresó a su trabajo, pero el uso de la razón y el sentido común no le dejaban en paz ni un minuto; ¿por qué aquella mujer había destruido la casa de León de forma tan... rara? ¿era normal que algunas personas fuera así? Qué miedo. Jamás se arriesgaría a vivir bajo el mismo techo que una persona que pueda lanzarle la laptop por la ventana y el cereal por el techo. Milka decidió que tendría que preguntárselo a León en alguna ocasión aunque fuera de mal gusto. ¿No es lo mejor para saber si realmente es tan malo estar sola?

Sin embargo, León jamás le respondería cómo ella quería. Él no quería que Milka supiera que su ahora ex-novia estaba celosa de ella porque no quería que se sintiera responsable de su ruptura. No le daría esos pensamientos negativos. Además, León quería mantener la paz y evitar cualquier situación incómoda o tensa que, con sinceridad, ¿era necesario?

Esa misma tarde mientras Milka trabajaba, León estaba sentado en una mesa de un restaurante chino con sus amigos, rodeado de botellas de cerveza y platos de comida refrita. La mesa se tambaleaba, tenía medio rota una pata. Todos ellos estaban animados por un juego de béisbol que veían en la TV del sitio.

¡Ponche! ¡ponche! ¡ponche!

Uno de sus amigos, Camilo, —un tipo regordete, de piel dorada y cabello oscuro— le preguntó a León cómo estaba después de su ruptura. Había sido un tema de agarrar con pinzas para sus amigos, pues al pelinegro no le entraban los ánimos de discutirlo demasiado y de una vez ponía mala cara; no se molestaba ni en disimular.

León se encogió de hombros y le dijo:

—Estoy bien, supongo. Solo necesito un poco de tiempo para superarlo. Fue mucho tiempo, ¿me entiendes? Es más fuerte la costumbre que el amor dicen por la radio, eh.

Otro amigo, Sebastián, intervino.

—¿Sabes? Nosotros siempre supimos que no era la adecuada para ti. Era demasiado extraña y posesiva, como una mantis a punto de volarte la cabeza todo el rato —comentó con aires de comedia este tipo pálido y larguirucho, como espagueti.

—Sí, eso es verdad —el pelinegro le dio la razón—, pero no quiero hablar sobre Nuria ahora. Estoy tratando de entender por qué... ¡AH, M****A! ¡¿POR QUÉ ESE PITCHER ES TAN MALO?! Agh... de pasar un buen momento con ustedes.

—¿Y qué tal el trabajo, bro? —preguntó Camilo.

—La fotografía se me da excelente.

Camilo y Sebastián se miraron entre sí, preocupados.

—Me refería... al otro trabajo.

León ignoró la pregunta por unos minutos.

—No me gusta la arcilla —contestó, seco.

Ambos amigos asintieron con comprensión y cambiaron de tema, disfrutando del resto de la tarde viendo el juego y tomando. León sabía que tenía que tomar una decisión sobre qué hacer con sus ansias, pero por ahora, estaba contento de estar rodeado de sus compañeros y olvidarse de sus problemas por un momento en vez de terminarse dos cajas de muerte de un solo episodio de estrés.

El juego de béisbol estaba en el punto más bobo y la tensión en el restaurante chino era de morirse de risa. León y sus amigos estaban sentados en una mesa cerca de la televisión, rodeando una pila de botellas vacías de cerveza. De repente, hubo una anotación en el juego y los pocos presentes gritaron de todo, aplaudieron y hasta insultaron al jugador que hizo la carrera por ser "tan lento" que casi no llega a la gloria. León con los ojos brillantes de emoción y la boca reseca por el alcohol, levantó su botella de cerveza en el aire y gritó:

—¡Eso, carajo!

Y en ese momento, una corriente de cerveza salió por la nariz de León, mojándole la camisa. Sus amigos comenzaron a reírse y a burlarse de él.

—¿Qué pasó, bro? —dijo Sebastián, dándole un golpe en el hombro.

—Creo que se te fue la espuma —agregó Camilo, riéndose.

León se sonrojó y se limpió la nariz con la manga de su camisa.

—Bueno, eso es lo que pasa cuando tus supuestos amigos no te cuidan, ¿cuántas llevo? Irresponsables —dijo el pelinegro con una sonrisa.

Después de todo la estaba pasando bien.

Sus amigos siguieron riéndose y burlándose de él por pendejo, pero a León no le importó una m****a. Al final era un día para relajarse y olvidarse de los inconvenientes que le traía su sobrepensar, y eso le daba el superpoder de no prestar atención al juicio de otras personas.

Mientras, lejos, Milka estaba sentada en su cubículo preguntándose en qué momento termino siendo una sardina más del montón, concentrada en la redacción de un artículo de último momento para la revista y para el bien de su cuello en juego.

Sí, ella era del montón, pero era mejor que andar fuera de la lata, vagabunda y sin empleo.

La castaña de la nada, escuchó su nombre. Miró hacia la puerta de la oficina principal y vio a la secretaria de la jefa de la editorial, quien la estaba llamando para que la acompañara dentro. Milka se puso tan nerviosa que casi sintió que sudaba pensando que la regañarían por no escribir suficientes artículos para la revista durante esa semana.

Se levantó de su silla chocando contra el escritorio la punta de sus zapatos desgastados y siguió a la secretaria, tratando de calmarse para no terminar saltando bajo el escritorio de Carly y luego rodar al estilo misión imposible hasta el ascensor, directo a la huída.

Cuando ambas llegaron a la oficina de la jefa, la secretaria la hizo entrar y le dijo que se sentara en una silla frente a la mesa; un gran escritorio de color negro con pilas de documentos con etiquetas y separadores de todos los tipos y colores. Milka se sentó y esperó, con los ojos fijos en el infinito de la imaginación, nerviosa por lo que podría venir:

Bulldog.

De repente, la jefa entró en la oficina, con una gran sonrisa en su rostro. Era una mujer con buena edad, robusta pero refinada. Su cara, casi siempre, le hacía ver cómo si estuviera enojada —oh, y casi siempre lo estaba— pero, esa vez sonreía. Se acercó a Milka y le dijo:

—¡Felicidades! Tu último artículo fue muy bueno. La gente está hablando de el y la revista está recibiendo más visitas en su sitio web —comentó.

La chica se sorprendió al escuchar estas palabras. No esperaba recibir una felicitación, sino un regaño. La jefa continuó hablando:

—Estoy muy orgullosa de ti, Milka. Pero... —¿pero? ¿ella dijo pero?

Oh, no. Ahí venía la rabia de Nicole, la bulldog de Mary Gary's.

Milka se había emocionado y agradeció por los elogios de la jefa demasiado pronto.

—Es un desastre polémico —dijo la mujer, estirada hasta el cabello—. Irrelevante, no apto para nuestro público, infantil, aburrido, ¡ah! La redacción es tan buena, Milka, pero el tema es tan tan mal, desagradable. ¿Urbanizaciones juveniles? ¿qué es esto? ¿una revista adolescente? —cuestionó con voz suave, pero autoritaria.

Milka tragó saliva y guardó silencio.

—Cambia ese afán de querer buscar más público en el área juvenil, es absurdo. Cámbialo ahora —exigió Nicole—. No mañana, no después. Ahora, Milka.

La castaña quiso llevarle la contraria, de verdad quiso decirle con ánimo que aquél cambio que ella le pedía alejaría las nuevas visitas y ventas de la revista. Pero a un perro viejo no se le puede enseñar trucos nuevos; así era bulldog.

Le dio las gracias por su corrección con voz quebrada y prometió escribir artículos más interesantes y de mejor calidad para la revista. La jefa asintió y la despidió con una sonrisa, una con desazón.

—Carly, ya me llevó el diablo —dijo Milka una vez se sentó en su cubículo de nuevo, a un lado de la pelirroja.

Carly levanta la vista y le sonríe, pero parece una sonrisa sombría cómo forzada desde la mañana.

—Hey, ¿qué pasó? ¿estás bien? —le preguntó Milka.

—Bulldog volvió a rechazarme un artículo —dijo Carly con una mueca de disgusto—. Puedo sentir como mi estómago ruge de solo pensar que no ganaré suficiente como para pasar el mes Milka, ¡¿quién me comprara cereal de canela, Milka?! ¡¿quién me comprara quesito mozarella?!

—No más empanadas con quesito mozarella, nena. Hora de requesón.

—¡NOOO! —Carly hizo ademán de apuñalarse a sí misma con un bolígrafo.

Milka se quedó pensativa unos segundos.

—No te preocupes, ¿sabes qué? Quiero incluirte en mi nuevo proyecto, ese que haré con las fotos del fotógrafo que conocí. Creo que será un buen escape para que ambas salgamos de la baba de Nicole —le dijo con una cálida sonrisa—. Lo malo es que ahora sé que no puedo usar más ideas urbanas... bulldog casi me muerde por eso.

Carly parece sorprendida y agradecida por la invitación.

—Gracias, Milka, gracias por salvar a esta pobre alma de comer requesón —dice la pelirroja con alegría—. ¿Cuándo podemos comenzar a trabajar en ello? ¿tienes el reemplazo del nicho?

Milka sonríe.

—¡Ni idea! —le responde. A Carly de la da un choque.

Qué va, ¡qué esperanza!

• • •

Por la noche, Milka y Carly caminan por las calles, comentando sobre el día y sus planes. Carly se detiene frente un restaurante chino, conocido por sus precios... convenientemente asequibles. Milka sonríe al ver su restaurante favorito y ambas chicas pasan adelante. Era ese tipo de restaurante cuya mesera era la hija menor de la familia, hay dos gatos subiéndose a las mesas y la esposa del propietario grita en chino a toda hora porque siempre está molesta, quien sabe por qué.

El ambiente estaba lleno de risas y conversaciones animadas mientras las dos amigas se sentaban en una mesa cercana a la barra. Mientras esperaban su comida, Milka notó un grupo de hombres sentados en otra de las mesas, incluyendo a León. Él parecía estar inmerso en una conversación con sus amigos, con su sosa chaqueta de mezclilla y sus inquietas manos de fumador.

Sin embargo, no pasó mucho para que León observara a su alrededor —una manía de estar al tanto de si había alguien sospechoso cerca—, y notó, al instante, la cabecilla con mechones verdes de Milka que se asomaban entre un montón de más cabecitas.

El pelinegro se acercó a la mesa de Milka y Carly, con una sonrisa nerviosa en su rostro. Los amigos de León, deshechos en ebriedad, lo rodeaban y le hacían bromas y porras, pero este no les hizo caso y siguió adelante.

—¡Hey...! No sabía que estarías aquí —dijo León, casi que paranoico.

—¿Ligando los juegos de hoy? —preguntó Milka al pelinegro mientras con un par de palillos mordía un rollo primavera a la mitad.

León asintió y señaló hacia su grupo, que aún estaba haciendo porras y bromas, lo cual era ridículamente gracioso —e inapropiado—.

Milka y Carly sacaron sus modales más inventados e invitaron a León a unirse a ellas junto con sus compañeros para tomar un par de cervezas de su parte y este aceptó gustoso. Los tres conversaron animadamente y reían de cosas que en realidad no daban tanta risa.

A medida que la noche avanzaba Carly decidió retirarse de la mesa, dejando a los dos en caso aparte. Se había sentido como un farol hace rato. La pelirroja decidió ir a la mesa de los amigos de León para unirse a la conversación mientras Milka quedaba en su mesa con él.

La noche continuó con normalidad, charlas y más chistes innecesarios.

—¿Por qué decidiste venir aquí? —le preguntó el pelinegro a Milka, puesto que su encuentro había sido una casualidad.

—Este es uno de mis restaurantes favoritos —contestó la castaña—. Tiene, ya sabes, esa chispa de restaurante tradicional chino en el que hay asiáticos peleando y sabes que la comida va a estar rica.

—¿Verdad que sí? —León estuvo de acuerdo—. Mi amigo Camilo me dio a conocer este lugar y desde entonces es un punto de reunión para nosotros, aunque no con tanta frecuencia. Mi amigo Sebastián, por allá, el que está mirando a tu amiga como si fuera un panqué, es un imbécil, pero trabaja mucho. Así que esperamos a que esté libre para hacer esto.

Milka notó como el chico delgado de la otra mesa le coqueteaba a Carly.

—Entiendo, ¡jajaja! —rió Milka.

Un breve silencio se hizo entre ambos.

• • •

Esa calurosa mañana Milka despertó con un fuerte dolor de cabeza y una sensación de haber llenado de más el tanque la noche anterior. A duras penas logró abrir sus ojos y miró su alrededor, tratando de recordar cómo había llegado allí, a su habitación.

Todo comenzó a cobrar sentido a medida que los recuerdos de la noche anterior empezaron a surgir en su mente. La cena en el restaurante chino, la reunión con León y sus amigos, la cerveza que fluyó sin cesar... ahora estaba pagando las consecuencias del reventón.

¿León la dejó? No, había sido su amigo, el robustito, que la había sostenido hasta la puerta y que Carly al final fue quien hasta la arropó.

Pero estaba segura de haber visto al pelinegro fumando al fondo de su salón... mencionando algo sobre su padre, algo sobre... ¿dinero difícil? ¡nah! Mejor dejarle el recuerdo al pasado, que no lograba distinguir las imágenes.

La castaña se arrastró hasta su cocina en busca de agua y una aspirina milagrosa, esto tratando de despejar su cabeza. Mientras se sentaba en su sofá, con su taza de café amargo, Milka se sintió relajada por haber tenido una noche tan divertida y emocionante con gente tan agradable de tratar; los amigos de León eran un desperdicio de oxígeno cuando bebían alcohol, ¡pero vaya que eran re-divertidos!

A pesar de su resaca, Milka tenía buenos ánimos de trabajar en la idea del artículo, ese en el cual ahora Carly estaba incluída, lo cual era excelente. Si dos cabezas piensan mejor que una, imagínate tres. Mientras, León, quien sabe, quizá por fin podría dejar de ir de empresa en empresa como colibrí y podría asentarse dentro de las oficinas de Mary Gary's.

Oh, pero eso significaría que León tendría que aguantarse la rabia de bulldog, ¡mejor no!

Milka abrió lentamente sus ojos una vez más, su cabeza latía con dolor y podía sentir la resaca con más intensidad —el buen ánimo no desaparece el malestar, válgame—. Ella se levantó con dificultad y se dirigió a la cocina por segunda vez en busca de algo que la ayudara a sentirse mejor. La cocina siempre es la opción correcta para sentirse mejor;  necesitaba un buen desayuno para ayudarla a superar la resaca y entonces decidió prepararse una taza de avena con frutas al más puro estilo "that girl".

Sí, sí. Que más tarde sería un ser humano común y corriente, pero engañarse un rato ayuda a no dejarse morir en la alfombra.

Se sentó a la mesa y comenzó a disfrutar de su desayuno, sintiéndose renovada y llena de energía después de comer. Se sentía lista para enfrentar el día... bueno, más o menos. Lo de la avena era pura psicología para convencerse a sí misma de que no se sentía como si la hubiera atropellado un camión.

La cocina de Milka es pequeña pero funcional, con paredes blancas y una encimera de mármol falso gris.

Después de comer, la castaña se sentó en su escritorio y comenzó a revisar su email. No había ningún mensaje de León, pero estaba decidida a no dejarse afectar por eso. Se iba a concentrar en el inicio de su artículo y empezaría a escribir con entusiasmo; ya luego buscaría mostrarle a León el progreso del trabajo.

Pero, mientras ella escribía, la idea de trabajar con León en su proyecto sigue presente en su mente: de repente se le cruzaba en la mente la duda de cómo habría amanecido él esa mañana, ¿tendría también resaca? ¿se acordaría de lo divertido que fue pasar la noche en el restaurante juntos? Milka decidió enviarle un email de todos modos, ignorando su propio criterio de hacerse la desinteresada. Se acercó más a su computadora y escribió:

"Hey León,

Espero que estés teniendo un buen día, yo despierto con resaca pero lista para trabajar en nuestro proyecto. ¿Tú también estás en la misma situación?

Me encantaría reunirnos para discutir los detalles. ¿Podemos encontrarnos en un lugar cercano para tomar un batido o algo así?

Saludos, Milka"

Después de enviar el correo, Sophie recibió una respuesta rápidamente:

"¡Hey!

Jajaja... ¿Alguien aún envía correos electrónicos? Si sabes que existen los SMS, W******p y Telegram, ¿no? Estoy bromeando, claro que sí.

De todos modos, sí, estoy dispuesto a reunirme contigo. ¿Qué tal si nos encontramos en la esquina de la calle principal a las 11 am? De ahí podemos movernos a un lugar donde vendan batidos.

Saludos, León. Qué elegancia la de Francia."

Milka se sonrojó al leer la respuesta. Se sintió incómoda al pensar que tal vez había sido demasiado seria con el email, así que la castaña decidió enviarle desde su celular de manera más relajada y escribió:

"Tienes razón, los correos son un poco demasiado formales a veces, pero no creo que se trate de minimizar nada, solo creo en mantener una línea profesional en el trabajo, jajaja. Hablando de trabajo, hoy debo ir, ¿está bien si es después de esa hora?".

León respondió rápidamente:

"Claro, claro. Llámame y quedamos ;)".

Milka salió de su casa con la cabeza gorda y un sabor amargo en su boca. Había sido una noche divertida, pero sentía que la cabeza le daba demasiadas vueltas. No, la avena no es mágica, chicos.

La castaña caminó por las calles, esto tratando de despejar su cabeza; la avenida por lo general estaba llena de vida, con personas corriendo para llegar a sus trabajos y comercios abriendo sus puertas. Milka sintió un poco de envidia por aquellos que parecían estar disfrutando de su día mientras ella trataba de sobrevivir mínimo esa mañana.

Finalmente, Milka llegó a Mary Gary's; ciertamente aquella empresa se trataba de un edificio con vidrios tintados y puertas automáticas. La chica se detuvo un momento para recoger su aliento y calmar su corazón antes de entrar. Una vez dentro, Milka fue recibida por el sonido de las teclas de los ordenadores y las voces de sus compañeros de trabajo. Ella se dirigió a su mesa, donde Carly la estaba esperando con una taza de café.

—Aquí, lo necesitas más que yo —dijo Carly con una sonrisa comprensiva.

La castaña aceptó una segunda taza ese día, para qué tenerle miedo al exceso de cafeína cuando podía acelerarse el corazón a millón para ser el doble de eficiente. Se sentó en su silla giratoria, tratando de concentrarse en su trabajo. Ella pensaba que era una redactora muy capaz, pero esa mañana con su resaca se sentía insegura y poco confiada en sus habilidades, sobre todo después de los comentarios de bulldog. Lo mejor que podía escribir esa mañana parecía más una carta de renuncia al existir. ¿Muy dramático? Meh. Más dramático era estar vivo.

De repente, Milka se inclinó hacia atrás en su silla y le dice a la pelirroja:

—¿Cómo es que te ves tan radiante? ¿te acuerdas de la noche anterior en el restaurante chino? Dame ese pase VIP a la no-resaca que te cargas en el bolsillo, mujer —bufó.

Carly asintió con la cabeza y sonrió en su dirección.

—Claro que sí, fue divertido. Todos los amigos de León parecían estar encantados —dijo la pelirroja—. Apuesto a que serán padrinos de boda dentro de poco —se burló dádole un sorbo a su propio café.

Estaba dulce.

—Deja la tontería —Milka se ríe y sacude la cabeza—. Apenas nos conocemos.

—Bueno, eso es lo que yo pienso —insistió la contraria encogiéndose de hombros, divertida.

Milka se avergüenza y le dice:

—Gracias. Eres muy amable. Pero realmente no creo que nadie esté enamorado de mí. Además, estamos aquí para trabajar, no para hablar de pendejadas —se excusó—. Ya tengo suficientes problemas por andar respirando, ¡chu-chu-chu, fuera!

La pelirroja asiente con la cabeza y se enfoca en su trabajo, pero no puede evitar sonreír ante la idea.

—León te quería abrazar, pero no lo hizo a la final. Qué raro. Está medio loquito, ¿no? —cuestionó ella—, cómo que te quería decir mucha cosas juntas por borracho, pero era como si algo se lo impidiera. Capaz e iba a confesarte que es un secuestrador amateur —bromeó; toda una payasa con peluca y todo.

—¡Ay, Carly! No empieces con tus locuras —Milka refunfuñó—. Solo fue amable conmigo porque voy a pagarle una parte del artículo. Deja la fantasía que para eso están los libros de dragones.

—Pero tú lo viste, ¿no? —Carly se giró hacia su propio escritorio con una sonrisilla malévola—. Creo que realmente es así, uuuh.

—Maldita sea, déjame tranquila. No quiero pensar en eso —se quejó Milka—. León y yo somos compañeros de trabajo y eso es todo —dijo—. No quiero complicar las cosas con una historia de amor súper innecesaria en la cual terminaré decepcionada por milésima vez al saber que es un vago encubierto o que tiene algún fetiche con pies.

La pelirroja se carcajeó.

—¿Podemos centrarnos en el trabajo y en lo que tenemos que hacer hoy? —pidió la castaña rodando los ojos.

—Claro, estoy lista cuando tú lo estés. Vamos a hacer un gran trabajo hoy. Tú, yo... tus pies...

—¡YA! —chilló Milka y la pelirroja solo pudo estallar en risas una segunda vez. Interrumpida por el sonido de su celular, se detiene y observa la pantalla de este.

Era León, cómo no. Le extrañó. Él sabía que ella estaba en horas de trabajo. Aún así Milka no le dio importancia y contestó a la llamada sin promblemas:

—Eh, qué hay, ¿qué necesitas?

Carly a su lado fingió también estar al teléfono y le mostró una cara ridícula, insinuando que así se veía ella; Milka le miró con fastidio y se giró en dirección opuesta.

—Hola, ¿cómo va tu resaca? —le preguntó el chico del otro lado de la línea—. Si estás en hora de almuerzo, ¿no? Digo, ahí hay hora de almuerzo, ¿cierto? Carajo, ¿estás trabajando?

—Estoy bien, gracias. Sólo un poco de ganas de no estar erguida en una silla y desplomarme contra la alfombra —rió—. ¿Alguna introducción a lo que haremos hoy después de los batidos? —le preguntó Milka.

—Bueno, he estado pensando en ello y creo que ya tengo las ideas adecuadas para las fotos —dijo León— Quizás podríamos incluir algunas imágenes aéreas de la ciudad con el centro comercial en el fondo para darle una sensación de perspectiva, escala y... ¡auch, carajo!

—Eh, ¿estás bien?

—Sí, sí —murmuró León—; me corté con un trozo de cerámica rota, eso es todo.

—Eso suena bien... —murmuró Milka— ¡lo del artículo, no que te cortaras! —agregó disimulando el hecho de que ya no podían hacer un artículo urbano, cómo habían quedado.

—Absolutamente, eso sería perfecto.

—Me encanta esa idea —dijo Milka casi hechizada mientras Carly le hacía más muecas—. Gracias por tus sugerencias. Estoy emocionada por este proyecto —dijo la castaña mientras le devolvía las señas a Carly como diciendo "¡basta!".

—Hasta luego —y así, colgó.

• • •

Pasadas las horas, Milka finalmente sale de Mary Gary's a paso lento. Ella se detiene en la esquina de la calle principal y a lo lejos pudo ver a León acercándose hacia el lugar; a la castaña le parecía ridículo como el pelinegro siempre llevaba el mismo tipo de camisa pero con otro color, ¿no conocía nada más?

Ese día llevaba una beige, que combinaba con la bandida en su dedo, el cual se había cortado torpemente.

—Hey, llegaste pronto —saludó a León risueña; llevaba dos mochilas y una bolsa extra, todo con revistas y recortes para el proyecto.

—Me gusta ser puntual, nunca se sabe si alguien va a morir por culpa de tu retraso. —dijo León ignorando los detalles—. ¿Te gustan los batidos de aguacate con chocolate blanco? Son raros pero ricos.

—¿Morir...? ¿Aguacate con... qué?

—Oh, ¿eres más de caramelo salado? —el pelinegro sonrió—, Diablos, quería ir a ese nuevo restaurante orgánico donde todo lleva aguacate. Ese que está lleno de hipsters, ¿cómo les dicen ahora? ¿aesthetics?

Milka se rió ante la ocurrencia de León; era terriblemente excéntrico y eso chocaba con su aburrida vida de oficina matutina que le obligaba a almorzar la misma comida de microondas a diario y desplomarse en cama por las tardes a baba suelta.

—No, gracias. Soy más de los sabores convencionales —respondió mientras caminaban por la calle sin rumbo—. Y, por cierto, los hipsters no son "aesthetics". Eso se refiere más a la belleza y el arte. Los hipsters son simplemente personas que siguen las últimas tendencias.

—Bueno, lo aesthetic es la última tendencia, ¿eso quiere decir que ahora todos los hipsters son aesthetics? No soy muy bueno en eso de las etiquetas —admitió León—, pero bueno, cambiando de tema, ¿cómo va todo con el proyecto? ¿has podido recopilar suficiente información? Veo que traes mucho material sobre los hombros —dijo al notar con más detenimiento todo lo que Mikka llevaba consigo.

—Por supuesto —respondió ella con confianza—, tengo varias revistas y recortes que podrían ser útiles —explicó—. Y tú, ¿has pensado más en las fotos aéreas? Estoy emocionada, me imagino algo entre las cinco y seis de la tarde.

—Sí, ya tengo algunos lugares en mente que podríamos fotografiar. Sería genial si pudiéramos conseguir un dron para capturar algunas tomas desde arriba —sugirió Jack.

—Eso me parece lo más conveniente —dijo la castaña— Tengo un amigo que tiene uno, tal vez podría ayudarnos. Vayamos de camino y estando allá lo llamo.

El amigo de Milka era un viejo compañero de la universidad. Le gustaban las mantarrayas y escribía sobre fauna marina aunque nadie leyera sus artículos.

Así continuaron hablando sobre los detalles del proyecto mientras caminaban hacia el centro comercial. Milka estaba agradecida por tener a alguien como León en su equipo, aunque el hecho de que debía hacerlo porque él mismo era su competencia era alucinante de estúpido.

El pelinegro también estaba ansioso por el proyecto y estaba dispuesto a ayudar; tenía esta sensación interna de que Milka le permitiría expresarse a través de la fotografía con menos exigencias del tipo empresarial. Sin embargo, a medida que caminaban ella notó que León parecía distraído.

Sus manos estaban temblorosas, las ansias del vicio. Su mirada se apagaba en cuanto ella no le estaba hablando sobre algo que le distrajera de esa aparente preocupación que había traído desde su casa hasta allí.

—¿Pasa algo? —le preguntó la castaña—. Te ves raro.

—Bueno, es que...—León titubeó por un momento antes de continuar—. Me enteré de que mi padre va a probarme para atender su negocio y no sé qué voy a hacer después de eso. Es complicado. Todo un enredo familiar.

—Lo... lamento —le dijo Milka con mucha honestidad—. ¿Qué tipo de negocio es? —preguntó en su dirección.

—Es una alfarería que ha estado en nuestra familia durante generaciones —explicó León, aunque parecía dudoso de sus palabras—. Siempre había pensado en tomar el relevo algún día, pero ahora no sé si es posible. La cerámica y yo no somos precisamente el uno para el otro, pero aún así no me gustaría verlo desaparecer.

—No te preocupes, estoy segura de que encontrarás la forma de buscar un equilibrio entre ambas cosas —dijo la castaña con una voz comprensiva y una mirada cálida en el rostro, inocente e ingenua— Además, si necesitas ayuda con la transición o para organizarte con ello entonces cuenta conmigo, ¡soy la master en el arte de hacer de todo! Creéme, sé cómo hacer lo que quiero y lo que no en un día sin falta.

León sonrió y agradeció el apoyo de Milka. Se sintió afortunado de tener a alguien en quien confiar en momentos difíciles de una forma tan peculiar pues, para él, Milka era una persona muy diferente a lo que estaba acostumbrado: su familia.

La familia de León era constantemente un dolor de cabeza, un índice patriarcal del cual el no quería formar parte, pero que asimismo no tenía opción de negar.

—Acabo de caer en cuenta de que no sé tú apellido —balbuceó León, su vista parecía perdida y su voz distante—, ¿cuál es?

—¿Hmm? Mi apellido es Cartego —contestó Milka con seguridad—. ¿Cuál es el tuyo?

León se hundió de hombros.

—No es necesario.

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