Sus ojos recorrieron las líneas del contenido, reconociendo de inmediato el nombre del anfitrión: un importante socio comercial de la familia Delacroix… uno que también tenía lazos con los Rochette.
El corazón de Margot dio un pequeño brinco.
—¿Voy a ir contigo? —preguntó a su marido, sin levantar la mirada del papel, aún fingiendo un poco de indiferencia.
Bastien le dio otro sorbo a su café antes de responder.
—Por supuesto que vas —dijo, como si la pregunta fuera absurda—. Sigues siendo mi esposa. Mi señora Delacroix. Aunque no quieras serlo… aún lo eres.
Alzó su mano izquierda y movió los dedos, dejando que el anillo de matrimonio captara la luz del sol. Su mirada azul se clavó en ella.
—¿O piensas que puedo presentarme solo, como un viudo prematuro? —bromeó él, con su molesto estilo habitual.
Margot apretó los dientes. Guardó la invitación en el sobre y se lo devolvió a Hugo, que ya sabía que debía retirarse.
—Está bien —dijo ella, casi como un susurro, pero firme—. Iré.