✧✧✧ La mañana del día siguiente. ✧✧✧
El sol de un nuevo día iluminaba las calles de Roma, Italia. Luciendo un hermoso vestido color champagne con un abrigo corto, la mujer pelirroja ajustó su boina parisina en su cabeza. Dirigiéndose al parque, se descolgó del cuello la cámara, una de muy alta calidad, portátil y liviana que siempre llevaba cuando iba de viaje. El "click" de la cámara resonó una y otra vez mientras capturaba imágenes del parque. La fotografía era su pasión. Lo que había estudiado y a lo que se había dedicado, hasta que su padre murió, y en su testamento, la dejó como única heredera. ¿Por qué el CEO Marcel Dubois cometió un acto tan egoísta cuando tenía otra hija que se preparó para asumir ese puesto? Margot pensó que jamás lo sabría; los muertos no daban explicaciones. "Ni aún haciendo lo que más me apasiona puedo sacarte de mi mente, Charles…" Pensó la pelirroja, soltando un profundo suspiro y guardando de nuevo su cámara. Deseaba volver a ver a ese hombre que murió, su novio, y el difunto padre de su bebé en camino. Margot se dirigió al departamento que estaba alquilando en la ciudad. Eligió uno un poco alejado del centro, más económico, para no llamar la atención. No estaba segura… ¿Bastien la dejaría ir así como así? Ella abrió la puerta y… ¡SUS OJOS SE ABRIERON CON SORPRESA AL VER AL CEO BASTIEN DELACROIX EN EL INTERIOR! Ese atractivo hombre de cabellera negra perfectamente peinada hacia atrás, mantenía su gélida y afilada mirada azul marino en dirección a la puerta, observando a Margot que recién ingresó. Bastien, sentado en un sillón individual con sus piernas cruzadas, sostenía una taza humeante de café esa mañana, mientras sus hombres registraban el departamento y otro de ellos empacaba las cosas de Margot. —¡BASTIEN! ¡¿QUÉ DEMONIOS HACES AQUÍ?! —gritó la mujer, perdiendo la paciencia. Pero él tomó tranquilamente un sorbo de su café. Dejando la taza de lado, se paró, ajustando su saco oscuro. —Nos vamos, mujer. Regresarás conmigo a París. —¡¿Qué?! ¡No!, no pienso estar cerca de ti, te lo dejé MUY claro —gritó la mujer, retrocediendo nerviosamente al ver a los hombres del CEO acercándose a ella y reteniéndola de los brazos—. ¡Ay! ¡Me están lastimando! ¡Haz que me suelten, Bastien! Pero el CEO Delacroix ignoró el pedido de esa mujer que conocía muy bien. Con un gesto sutil, uno de sus hombres sacó una jeringa e… ¡Inyectó a Margot! —¡AAAH! ¡MALDITO! ¡¿Qué me hiciste?! ¡¿Qué me inyectaste?! yo… —la mujer comenzó a sentirse relajada y somnolienta, hasta que, en cuestión de unos segundos, quedó inconsciente. ………… Media hora más tarde. Sus ojos se abrieron lentamente, su mirada verde limón se paseó por los alrededores. Se sentía incómoda; Margot Dubois se dio cuenta de que estaba sentada en un sillón reclinable. ¡Se enderezó de golpe!, viendo que estaba en el interior de un jet privado que probablemente la llevaba de regreso a París. Su ceño se frunció y sus manos se aferraron con fuerza a los descansabrazos del asiento individual. Frente a ella había una mesa con varias carpetas abiertas junto a una pluma. A su costado izquierdo estaba sentado un hombre que reconocía bien… Cédric Dupont, el abogado de los Delacroix, pero eso no fue lo que llamó poderosamente su atención, si no que… En otro sillón individual, estaba Bastien, observándola con intensidad, como un depredador que ha acorralado a su presa y está listo para dictarle su sentencia final. —Cédric, explícale la situación a esta mujer —dijo Bastien sin apartar la mirada de Margot, mientras sacaba un puro que encendía, relajándose con una calma inquietante. —Sí, señor Delacroix —sonrió el abogado, volviéndose hacia Margot. El hombre acercó las carpetas a ella y extendió la pluma—. Tómela. Ella agarró la pluma y volvió a ver los documentos… ¡Eran su contrato empresarial firmado hace dos años! Margot recordó esa noche oscura, donde la desesperación la llevó a llamar a Bastien, suplicando su ayuda para salvar a su familia de la ruina. ¿Quién iba a imaginar que ese sería su primer gran error? Su corazón comenzó a latir con fuerza, respiró hondo, intentando encontrar el valor que le faltaba. —¿De qué se trata esto, Bastien? —preguntó con voz temblorosa. —Permítame explicarle —dijo Cédric, el abogado, con una sonrisa fría—. Hace dos años, firmó un contrato que estipulaba que, a cambio del dinero que el señor Delacroix usó para rescatar la empresa de su padre, usted, como nueva propietaria, cedería todo el patrimonio si no podía devolver al menos el 50% del préstamo en un año. Margot dejó caer la pluma, el sonido resonó en el jet, mientras sus manos temblaban y las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos. —Bastien, tú… me estás… robando… ¿Cómo pudiste? ¿Por qué no me dijiste nada de esto? —le reclamó ella, las lágrimas deslizándose por sus mejillas, la frustración ardiendo en su mirada hacia el hombre en quien había confiado. —¿Robándote? —replicó Bastien, su tono helado y cortante—. Fuiste tú quien firmó ese contrato. No te equivoques, mujer. Te ayudé durante dos años, pero ese último año, lo pasaste viajando con tu novio, que ahora está muerto. —¡Fue una trampa! ¡Me pusiste una trampa! —exclamó ella entre lágrimas de dolor e impotencia—. ¡YO CONFIÉ EN TI! ¡MI PAPÁ HABÍA MUERTO, MI FAMILIA ESTABA EN DECADENCIA! ¡TE CREÍ! Con un aire imponente, y distante a sus reclamos, Bastien exhaló el humo de su puro, observándola con seriedad. —Legalmente, todo me pertenece. Soy un hombre de negocios. Tú incumpliste, y yo cumpliré. Ahora, firma. —¡No voy a firmar nada! —gritó Margot, lanzando la carpeta sobre la mesa—. ¡Dices que ya todo es tuyo por esa m@ldita cláusula! ¡¿Para qué demonios quieres mi firma?! —No. Esa es la copia del contrato empresarial —interrumpió Cédric—. Esta es la que tiene que firmar. Un contrato matrimonial propuesto por el señor Delacroix, si no quiere perderlo todo y terminar en la cárcel por incumplimiento y robo. Los ojos de Margot se abrieron de par en par. No podía creer lo que escuchaba. "¿Un contrato matrimonial? ¿Me quiere obligar a ser su esposa?" Su corazón latía con fuerza mientras limpiaba sus lágrimas, mirando cómo el abogado le extendía nuevamente la carpeta y la pluma. —Firme, señorita. En su posición, es lo mejor que puede hacer, por el bien de su madre, su hermana gemela, y de todo el patrimonio por el que su padre luchó tanto en vida. En ese instante, Margot recordó su embarazo. El bebé inocente que llevaba en su vientre… No quería separarse de él, no quería terminar en prisión, ni ver a su familia en la ruina. Las lágrimas volvieron a caer por las mejillas de la bella mujer. Miró a Bastien, que seguía fumando con tranquilidad. —Te odio, Bastien… —murmuró la pelirroja, con dolor asfixiante—. No sabes a quién te enfrentas. No soy una mujer que se dejará pisotear ni que alimentará tu maldito ego. Margot trató de sonar firme, y fuerte. Aunque su voz temblorosa la traicionaba. Ante las amenazas de Margot, ese CEO simplemente la observaba con tranquilidad, como si sus palabras fueran inofensivas, incapaces de provocar una pizca de temor o duda en él. Ella firmó. A pesar de que su mano temblaba y el papel se manchaba con sus lágrimas de rabia y decepción. En su interior ardía una sed de venganza. Cédric tomó los documentos y se los entregó al CEO. Bastien los agarró, dejando escapar una pequeña sonrisa triunfante. —La boda será en una semana. Más te vale sonreír como la novia más feliz de Francia —le dijo ese CEO, con arrogancia.