Atardeció y el frio comenzó a reinar en la Ciudad, Mia se aseguró de entrar suficiente leña para las fría noche y comenzó la vigilancia desde su habitación, espectante, ilusionada y con un diálogo aprenido y ensayado para cuando viera asomarse al Zamir, estaba lista para ese encuentro. Pero las horas pasaron y nadie se asomaba por su ventana, la que daba a justamente hacia la calle y hacia el único acceso hacia la casa.
El sueño la invadió y rápidamente se durmió. La noche siguiente sucedio lo mismo y se repitió de la misma forma la subsiguiente. No había rastro del Zamir y esa sensación que la afigia era desagradable, era de tristeza, tristeza de pensar que el Zamir realmente se haya ido y ubiese decidido dejarla en paz.
Esa sensación que Mia definía como un estado estúpido, la mantenía desanimada, no lograba reponerse y cada día Esteban se hacía más presente en su vida. Llegaba a casa temprano a desayunar con ambas, hallaba buena opinión por parte de su madre y pese a lo amable q