Acababa de ver a Sabine hacía tan solo unos días, cuando llevó el resultado de paternidad a mi casa, pero aún así me supo amargo el reencuentro. Y me supo más amargo que Dominic la dejara quedarse en esa reunión familiar, sentada a su lado. Tanto Adam como yo supimos que algo en aquella relación había cambiado: Dominic Baker la había vuelto a aceptar; la quería de nuevo.
Durante una hora permanecí sentada en una mesa alargada, entre mi esposo y Miranda, oyendo temas financieros que realmente no comprendía y escuchando a cada oportunidad cómo Israel insinuaba que el puesto de mi marido debería ocuparse por alguien más. En algunos momentos hubo discusiones, se alzaron voces y amenazas, hasta que Dominic arrojó el papeleo que leía sobre la mesa y el silencio se produjo.
—¿Crees que puedes estar al frente de mi negocio, Israel? ¿Con qué derecho lo harías? —preguntó con voz rasposa, antes de lanzarle un vistazo despectivo—. A ojos públicos, solo tengo un hijo. ¿Cómo planeas manejar eso?
La