CAPÍTULO 4. Desesperación

Alan corrió con aquel niño en brazos mientras tras él escuchaba el llanto angustiado y bajo de la mujer. Podía imaginar su desesperación, porque era de todo menos un médico insensible, pero cuando llegaron a la sala de Urgencias y pidió a gritos una camilla y asistencia, solo puedo girarse hacia una enfermera y ordenar.

—¡Quédate con la mamá!

—¡No, espera... mi hijo...! ¡Tiene alergias... por favor...! ¡Déjame entrar! —sollozó Mar y él la tomó por los hombros con firmeza.

—¡Mírame a los ojos! Tu hijo necesita un médico, a mí. Luego te necesitará a ti. Yo iré primero y te llamaré ¿de acuerdo? —Mar temblaba entre sus manos—. ¡¿De acuerdo?!

—¡Sí... sí...! Por favor ayúdalo... —suplicó angustiada y Alan le hizo un gesto a la enfermera para que se quedara con ella.

Entró al cubículo y ya un residente con experiencia lo estaba asistiendo.

—Parece alergia estacional. Vías tapadas pero no hay erupción en los conductos... —comenzó a explicarle mientras Alan comenzaba a ventilarlo y revisarlo.

La respiración del niño era muy débil, pero el oxígeno con broncodilatadores lograron mejorarlo poco a poco; su pecho se elevaba y bajaba con cada aliento y Alan vigilaba atentamente cada indicador en los monitores.

Finalmente diez minutos después se sentó a su lado en la cama y le tomó la pequeña mano. Odiaba ver a un niño enfermo, la mayoría de las veces pensaba que era masoquista por su decisión de ser pediatra, pero verlos recuperarse y abrir los ojos era la mejor sensación del mundo.

Finalmente el pequeño comenzó a reaccionar y Alan respiró aliviado.

—Deja entrar a la mamá —le ordenó al residente y un segundo después la veía entrar, limpiándose las lágrimas y fingiendo la más fuerte de las sonrisas para su hijo.

—Hola, mi amor. ¿Te sientes mejor? —le preguntó y agarró su manita al ver la expresión desorientada de su niño—. No pasa nada mi cielo, no pasa nada, todo está bien, mami está aquí. ¿Te sientes mejor, verdad?

Michael hizo un puchero y ella lo acarició para calmarlo, pero ni se puso histérica ni permitió que se quitar su mascarita de oxígeno.

—¿Me puedes decir cuál es el nombre de este campeón? —preguntó Alan con una sonrisa y ella pasó saliva.

—Mi... Michael —respondió.

—Bien, voy a derivar a Michael con una especialista, necesita pruebas de alergia y tratamiento de largo plazo. Pero con el medicamento adecuado te aseguro que todo estará bien —le dijo entregándole las indicaciones.

Mar asintió con el corazón encogido.

—Muchas gracias doctor, de verdad no tengo cómo agradecerle —dijo en un hilo de voz mientras sus ojos se humedecían—. No tengo cómo pagarle, yo... ¿qué puedo hacer por usted? ¡Cualquier cosa!

Alan negó con severidad, pero cuando habló su tono era menos tenso de lo que pretendía.

—Me conformaré con que no escupas en mi café, por favor.

Mar miro al suelo avergonzada y asintió mientras él se despedía.

Poco después una de las mejores alergólogas del hospital entraba a ver a Michael. Mar la conocía levemente de las juntas médicas y se notaba que era una mujer amable y dedicada. Sin embargo su amabilidad no bastaría para solucionar el problema que aquella pequeña familia de dos tenía frente a ellos.

—Escucha Mar, estos tratamientos los cubre el seguro, el tuyo no es muy amplio, pero es mejor pagar una parte que tener que pagar todo.

La muchacha se abrazó el cuerpo con expresión angustiada. No podía poner a Michael en su seguro social. Sandor evidentemente era un hombre más poderoso de lo que ella había imaginado, Mar se había dado cuenta aquel fatídico día al verlo vestido como un magnate. Él había dicho que su otro hijo era el heredero de dos imperios, así que ella no podía arriesgarse a ponerse en la mira de un hombre con tantos recursos.

—Doctora, nosotros... tenemos una situación muy delicada. No puedo... no puedo meter los datos de mi hijo al sistema —murmuró y la mujer asintió con comprensión.

—Entiendo, pero en ese caso tendrás que comprar el medicamento por fuera del seguro y realmente será... será costoso.

Mar sintió que se desmayaba cuando vio aquella cifra. Incluso con el seguro las medicinas eran caras, porque el tratamiento se componía de varias. Pero sin el seguro era prácticamente impagable para ella, el tratamiento de un mes para Michael era casi tanto como la renta de su departamento, y no tenía ni idea de dónde podría sacar ese dinero.

Tomó la receta con mano temblorosa y la doctora suspiró compasiva.

—Escucha, sacaré para Michael el tratamiento del hospital, te alcanzará para algunos días, cuatro o cinco, pero es todo lo que puedo hacer, luego debes comprarlo.

Mar asintió, agradeciéndole profundamente a la doctora, y cuando por fin la dejaron llevarse a su hizo a casa, volvió arrastrando los pies y el alma porque se veía sin salida. Si compraba el tratamiento no pagaba la renta y era probable que se quedaran sin un techo bajo el que dormir. En el peor de los casos podía pedir ayuda a la fundación que la había mandado a Los Ángeles, pero en los últimos tres meses había evitado el contacto por miedo a que Sandor llegara a encontrarlos a través de ellos.

Esa noche no durmió, cuidando el sueño de su hijo y pensando en una solución que no le llegaría, así que al día siguiente después de dejar Michael en la guardería, fue a usar la única opción que le quedaba: pedirle al ser más rastrero del hospital que le autorizara un adelanto del sueldo.

Sabía que solo iba a encontrar ofensas y humillaciones, quizás por eso Alan la vio tan angustiada cuando casi pasó junto a él sin verlo y tocó a la puerta del subdirector.

—Dime por dios que tienes una buena excusa para venir a molestarme a esta hora —gruñó el hombre bebiendo su café.

—Señor Preston, perdone que lo moleste pero vengo a pedirle un favor.

Lo vio echarse hacia adelante con expresión ladina y su estómago se revolvió.

—Tú dirás.

—Necesito un adelanto de mi sueldo par...

—¡Por supuesto que no! ¡Ni hablar! —la interrumpió Preston con un gesto despectivo—. No te voy a dar dinero adicional para nada. ¿Qué pasó? ¿Se te acabó la bolsita de "yerba" antes de lo previsto este mes?

—¿Qué...? —Mar se quedó atónita—. ¡No quiero el dinero para comprar drogas! ¡Y no es un adicional! Solo es un adelanto de mi sueldo... usted hace eso por otros trabajadores...

—Otros trabajadores no tienen tu... condición —replicó Preston—. Posiblemente quieras solo robarte el dinero de unos cuantos meses y escaparte.

—¡Claro que no, señor Preston, por favor! ¡Ni siquiera soy ilegal, llegué a este país a los diez años, soy americana, trabajo, pago impuestos...!

La barbilla de Mar temblaba intentando contener las lágrimas. Con tanta gente buena que había en el mundo y a ella le tocaba depender de un desalmado como Preston.

—Mira te voy a dar un consejo —dijo el hombre con sorna—. Hay un restaurante aquí a la vuelta donde seguro pagan decentemente por lavar platos. Ya si te pones más fina hay un burdel a media milla, con tu... personalidad estoy seguro de que podrías ganar mucho más en una noche.

—¡No soy una prostituta, Preston! —gruñó ella furiosa y el hombre se encogió de hombros.

—Pues los platos será.

—¡Tengo a mi hijo enfermo, por favor... solo necesito el adelanto para comprar sus medicinas...!

—¿Pues quién te manda a tener un hijo sola? —escupió Preston en uno de sus mejores accesos de misoginia—. ¡Si no tienes un hombre que te provea es tu problema! ¡El gobierno hasta tiene que dar ayudas a madres solteras como tú! ¡Es una vergüenza! Ahora lárgate de mi oficina que no tengo tiempo para perder contigo. ¡Vamos, vete!

Mar salió de allí con expresión desolada y Alan se parapetó detrás de una esquina para que ella no lo viera.

"Bueno, al menos ahora sé para quién era el café", pensó con molestia. "A la próxima le escupimos los dos".

Pero aquella solo era una muestra de lo que estaba terriblemente mal en aquel hospital y Alan sabía que solo podría solucionarlo desde el cargo adecuado.

Se dio la vuelta y caminó hasta la sala de Urgencias, revisando las indicaciones que había dejado la alergóloga en el archivo del día anterior. Le llamó la atención que solo estuviera el nombre del pequeño en el archivo, sin apellido, pero finalmente se fijó en las medicinas que le había indicado la doctora y fue a la farmacia interna del hospital.

—Necesito una de esta y dos de esta otra, por favor —pidió amablemente haciendo la receta.

—¿Tiene el número de seguro? —preguntó el farmacéutico.

—No, lo pagaré yo mismo, no hay problema —respondió él con seguridad.

Pagó y sacó el tratamiento de un mes y se guardó los frascos en el bolsillo de la bata médica mientras regresaba para buscar a Mar, pero se encontró con que Wayland había salido a una reunión y la había llevado con él. Esperó todo el día para darle las medicinas, pero Mar salió de las reuniones con el director directo a la guardería de su hijo.

Iba con el corazón estrujado, porque no podía creer que estuviera en una situación tan desesperada. En su mente repasaba una y otra vez qué había hecho mal, en qué se había equivocado para terminar escapando de un monstruo como Sandor, pero se limpió las lágrimas antes de que su hijo la viera porque aquello no solucionaría sus problemas.

Solo le quedaba una cosa por hacer y la decisión estaba tomada. Michael estaba primero, su salud estaba primero, luego ya buscaría dónde vivir.

Se detuvo en la farmacia cerca de su edificio y sacó el dinero que tenía para la renta sin que la mano le temblara.

—Por favor, necesito comprar estas medicinas —dijo poniendo sobre el mostrador las recetas y el efectivo.

Y nadie que estuviera cerca, ni siquiera la sonriente chica despachándole, se dio cuenta de que Mar estaba completamente destrozada en aquel momento.

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