Irene regresó a su hotel con cierta dificultad.
Estrella la vio y la observó de arriba abajo antes de preguntar: —¿Cómo llegó Diego aquí? ¿Cómo supo dónde estábamos? ¿Te hizo algo?
Actuaba como una niña curioso, Irene sonrió: —Vino por trabajo y yo salí a dar una vuelta, justo lo encontré.
—Qué coincidencia —dijo Estrella—. Parece que ustedes dos están destinados.
No era un destino de amor, más bien todo lo contrario.
Irene le preguntó: —¿Y la ropa?
Estrella la llevó apresuradamente a verla: —Está casi lista, ¿puedes echarle un vistazo?
Mientras hablaban de ropa, sonó el celular de Irene. Era Diego.
Le dijo a Estrella que iría al balcón a contestar, principalmente por temor a que Diego dijera algo inapropiado y Estrella lo escuchara, lo que la preocuparía aún más.
—Irene, ¿dónde estás ahora? —preguntó Diego con su habitual tono frío apenas ella contestó.
Irene respondió con calma: —He vuelto al hotel.
—¿Quién te dio permiso para irte? —gritó Diego—. ¿Vuelves por tu cuenta o tengo que