—¿Casarnos? —exclamó Inés, con una mezcla de sorpresa y molestia que tensó los músculos de su rostro.

—Sí, querida, es la mejor forma de fortalecernos ahora que no contamos con el Grupo Reymond —dijo Zelda, exhalando una calada de humo de su cigarrillo—. Y, evidentemente, esa niñita no va a cooperar.

La joven, aún aturdida, dirigió su mirada a las tres personas que la rodeaban. —¿Quién tiene el Grupo Reymond ahora? —preguntó, sintiéndose completamente confundida por la conversación.

—Yalens Reymond, hija. ¿La recuerdas? —le recordó Leo.

El nombre la golpeó como una bofetada. Inés se dejó caer nuevamente en la silla, sintiendo que el mundo se le venía encima. Acababa de regresar de París, de terminar su carrera, y ahora se enteraba de que la iban a vender como mercancía porque los Rochat se habían dejado engañar. Suspiró, intentando procesar toda la información.

—Pero, Zelda, ¿no es prudente evidenciar nuestra relación ahora que ese hombre tiene aún más poder? —intervino Leo, lucie