Amelia no se atrevió a decirle nada. Las pruebas positivas quemaban en su mano, pero la incertidumbre se apoderaba de ella. Se sentía demasiado insegura, demasiado vulnerable para soltar una bomba así justo ahora. Guardó los test en su bolso y, con una sonrisa forzada, le preguntó:
—¿Qué haces aquí?
Maximilian, con esa ceja elevada que tanto la descolocaba, le respondió:
—¿No puedo entrar a tu oficina?
—No, no quiero decir eso—apresuró a aclarar Amelia, el corazón latiéndole a mil por hora—. En realidad, ¿qué necesitas?
Él le dedicó una sonrisa enigmática.
—Necesito que vayamos a un lugar luego de aquí.
—¿A qué lugar?
—No te lo diré todo. Bueno, solo iba a decirte eso—declaró, deslizando una sonrisa que la dejó aún más confundida. Luego, salió de la oficina, pero Amelia aún podía sentir el rastro de su perfume, un aroma que la envolvía y la inquietaba a partes iguales.
Se sentía con el corazón galopando sin parar. No podía dejar de pensar adónde la llevaría. La incer