El salón estaba tenso, al igual que el aire estaba cargado de reproches no dichos y de rivalidad en estado puro.
Natalia sostuvo a Isabella firmemente por su cabello color miel, sus dedos se cernían alrededor de las hebras de la mujer que intentaba soltarse a toda costa.
—¡Déjame, maldita! —gritó Isabella, revolviéndose como un pez fuera del agua. Sus ojos, cargados de ira y humillación, se clavaron en Natalia, que apenas se inmutó.
Natalia se inclinó hacia ella, sus labios torciéndose en una sonrisa helada.
—¿Sabes qué era lo que más disfrutaba de poner a perras superficiales como tú en su lugar cuando estaba en la preparatoria? —preguntó con voz baja pero peligrosa.
Isabella apretó los dientes y negó con la cabeza, mientras un destello de miedo cruzaba brevemente su mirada.
—Confirmar que solo ladraban y no mordían —continuó Natalia, su tono cargado de desdén—. Solo eres una fachada, Isabella. Una perra de plástico.
Con un movimiento rápido la soltó, empujándola ligeramente h