59

El aire fresco de la tarde se sentía denso, casi pesado, mientras Natalia terminaba de despedirse de todos. Sus palabras de triste despedida flotaban en el ambiente, pero en sus ojos brillaba una determinación férrea.

Nathan, en brazos de su madre, era besado por sus abuelos, quienes lo miraban con una mezcla de cariño y melancolía.

—Pórtate bien, mi amor —murmuró Graciela mientras acariciaba su mejilla—. Te vamos a extrañar.

—Te veremos pronto, campeón —añadió Roberto, con una sonrisa afectuosa.

Nathan murmuró algo ininteligible antes de apoyar su cabeza contra el hombro de su madre.

Isabella, que observaba desde el umbral de la puerta, no perdió tiempo. En cuanto vio que la despedida estaba llegando a su fin, su voz cortó el aire como un látigo.

—Simón, vámonos de inmediato a nuestra habitación —dijo con tono autoritario, como si no aceptara resistencia.

Simón apretó los labios. Su incomodidad era palpable, pero obedeció, aunque cada paso le costaba.

Simón, que se encontraba
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