A la mañana siguiente, Regina bajó a desayunar, sintiéndose un poco extraña al estar de vuelta en una casa en la que pensó que no iba a regresar jamás.
Lo peor era que el lugar estaba tal cual lo había dejado, aunque debía admitir que la mansión se sentía un poco más fría y ajena.
Al entrar en el comedor, se encontró con dos hombres imponentes, vestidos con pulcros trajes de color negro. Estos individuos estaban junto a la mesa simulando que eran un par de estatuas.
No quiso ser entrometida y preguntar directamente quiénes eran, ya que no tenía ningún derecho. Solamente saludó con “buenos días”, mientras detallaba más de cerca los rostros serios y las posturas rígidas.
—Buenos días, Regina —le dijo Nicolás, quien ya estaba sentado en la mesa, observándola con cautela—. Ellos son tu nuevo equipo de seguridad —agregó señalando a los dos sujetos. Se levantó entonces y comenzó con las presentaciones, pero sus nombres se perdieron en su mente, aun procesando la sorpresa inicial—. Se enca