La llamada de Alex llegó quince minutos después de la del abuelo.
La voz de Alex era fresca y bonita como siempre, como si fuera una canción interpretada por un arroyo y las piedras de la montaña.
—¿Voy a recogerte?
Noa había aceptado la oferta del abuelo y por eso no lo rechazó.
—Bien ––respondió.
Después de colgar, Noa preparó la ropa que necesitaría al día siguiente, luego se puso una mascarilla facial y se acostó.
Sin embargo, solo diez minutos después, su móvil sonó otra vez. Miró la pantalla y vio que era Alex quien llamaba. Noa frunció el entrecejo, pensando si este tenía otras cosas que decirle, y cogió la llamada:
—¿Sí?
La voz amplia y varonil vino del otro lado del móvil:
—Parece inconveniente que yo suba. ¿Puedes bajar tú?
Noa no entendió sus palabras. ¿Qué quería decir? Alex no oyó su respuesta y le preguntó de nuevo:
—¿O tal vez dejar que Fernando te ayude?
Con esas palabras, Noa lo entendió.
—¿Por qué estás en Guadalajara?
—Vine aquí para un mitin. —Hubo una pausa, lue