No nos alejamos, pudimos pasar abrazados horas y se me pasaron demasiado rápido, nos sentamos en el sofá del jardín, encendió la hoguera y me acurruqué a su lado hasta quedarme dormida.
Me desperté en su cama, escuchaba el trasteo de algo y bajé los pies al suelo para caminar hacia el ropero. Tenía mi maleta subida a la isla con cajones que habia en el centro de la habitación de armarios (más tarde descubrí que dentro tenía corbatas, calcetines, y joyas)
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
Me froté los ojos y Enzo enganchó uno de mis vestidos a una percha.
—Colocar tu ropa.
Chasqueé la lengua.