Cuando fueron bajados del auto, aún Seraphyna y Rori iban tomados de la mano
—¡Tengo miedo, Rori! —sollozaba, él la sostuvo con fuerza, aunque quisiera negarlo, él mismo también temía
Entraron a ese lugar, y fueron llevados por los guardias, ahora hombres vestidos de blanco
—¡No somos adictos, lo juro! Háganos antidoping, saldremos limpios.
Los guardias y un doctor que se acercó a ellos se miraron confabulados, el doctor hizo una seña, y los guardias los sujetaron, mientras una enfermera les inyectaba, ambos gritaron enloquecidos, sus manos se soltaron
—¡Déjenla! —gritó Rori, pero tuvo la misma suerte que Seraphyna y fue pinchado, luego quedaron en un trance, mientras sus cuerpos se desvanecían en el suelo.
Pablo no podía dormir, pensaba en Violeta, que era demasiado joven para morir
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