Capítulo IV: Esposa por despecho

Rori veía a su hermana sufrir, estaba angustiado por ella, pero debía estudiar y trabajar como repartidor en la pizzería, su hermana estaba de vacaciones del despacho, y debía volver en dos semanas más a laborar, Rori esperaba que en ese tiempo mejorara y todo volviera a la normalidad.

Al día siguiente antes de irse a la universidad, se despidió de su hermana, la vio tranquila, pero con el mismo ánimo triste, apenas Rori se fue, Violeta corrió a vestirse, se puso unos jeans y jersey, salió de prisa, necesitaba verlo con sus propios ojos, sin saber que la seguían muy de cerca, llegó a la mansión Hesant, y tuvo la fortuna de que al hacerlo, él estaba entrando con su auto a la mansión, se puso justo frente a él, retándolo, si Hugh decidía arrancar el motor podría arrollarla, pero se detuvo, bajó del auto, cerró la puerta y la miró fijamente, ella observó sus ojos verdes esmeraldas, ella se veía mal, pálida y triste, pero él no parecía ni arrepentido, ni sentimental

—¡¿Qué quieres aquí?!

—¡¿Por qué lo hiciste, Hugh?! Me destrozaste, me engañaste, juraste amor eterno, todos estos años estuviste a mi lado, estuve contigo, ¿Qué fue lo que pasó? Merezco una explicación.

Él la miró con firmeza, con desprecio profundo, y luego sonrió

—Tú no me dices lo que debo hacer, nena, no tengo que decir nada, no te debo algo, así son las relaciones, un día empiezan, un día terminan, ¿Acaso no conoces la dignidad?

—¿Cómo puedes convertirte en un monstruo de la noche a la mañana?

—Tal vez siempre he sido así, soy el monstruo de tus sueños, tú me elegiste, ahora vete.

—Eres malo, eres cruel, y… —ella caminó hacia él, dolía ver como su tristeza no lo traspasaba, ni le calaba, eso la hacía sufrir, saber que a él no le afectaba, que él no se sintiera mal por su engaño, que le importara tan poco, eso la frustraba, la hería, le causaba tanta rabia, como nunca sintió en la vida—. ¡Te odio! Miserable, embustero, maldito, mil veces, te desprecio —gritó golpeando su pecho, llorando de coraje, mientras él la detenía de las manos

—¡Cállate! Lárgate de mí vista, y de mi vida, no vales nada, tanto esperar por tener tu cuerpo, y ahora ya sé, que serías tan aburrida en la cama, como tu patética vida, bórrate de mi presencia.

Ella lo soltó, hizo una mueca de furia y luego contuvo su llanto, para reír

—Te lo juro, lo vas a pagar muy caro, algún día voy a volver, y te veré padecer, te juro que haré que te arrastres como un gusano, suplicando perdón, pero no vamos a tener piedad de ti.

Hugh comenzó a reír como un poseído, mientras ella lo veía con estupor

—¡Qué graciosa eres! Deberías volverte una comediante, y quizás así, podrías dejar de ser tan insignificante.

Ella sonrió

—Tal vez ahora te parezca un bufón, pero volveré siendo tu verdugo, te recordaré este día, ya lo verás, mientras tanto ríe, yo recordaré que al final, quien ríe al último, ríe mejor —dijo con ojos severos, y caminó alejándose, Hugh contuvo una mueca burlona, pero cuando la vio partir su rostro se volvió serio

«Ódiame todo lo que quieras, Violeta, ódiame por ahora, al final cuando tenga todo mi dinero, cuando me haya deshecho de la bruja de Milena, entonces te buscaré, me perdonarás y reconquistaré tu amor» pensó con seguridad

Violeta caminó al subterráneo y lo tomó, sentía el odio hervir en su sangre, pensar en Hugh ya no era algo cálido, ahora era una marea de lava que la hacía rabiar, su rostro ya no le parecía hermoso, ya no quería verlo sano y feliz, ahora solo quería su mal, quería verlo destrozado, llorando, suplicándole por su perdón, y sabía dentro de sí que algo estaba roto en su corazón, la piedad, la compasión se habían borrado de su mente, ahora solo quería verlo pagar.

Pronto llegó a ese edificio elegante, subió al ascensor, la gente la miraba raro y cayó en cuenta que se trataba de su forma de vestir, no se dio por aludida, y pronto llegó a ese pent-house, tocó la puerta y una mujer abrió

—Buenas tardes, busco al señor Hesant.

—Pase —dijo la mujer—. Puede encontrarlo en la primera habitación, subiendo la escalera, la puerta debe estar abierta, él ya la está esperando.

—¿Cómo? —dijo, pero la mujer siguió con su trabajo de limpiar

Violeta lanzó un suspiro de descanso y subió las escaleras, pronto llegó, tocó la puerta, y escuchó que alguien dijo adelante

Ella entró y la visión que tuvo fue intensa, ahí estaba el señor Hesant, su cabeza estaba cubierta por una toalla, como si secara sus cabellos grises oscuros, mientras que solo vestía ropa interior, dejando a la vista su cuerpo atlético, tenía un torso musculoso, firme, a pesar de sus cuarenta y un años, piernas fuertes, era realmente un hombre atractivo, como un dios griego, cuando Sebastián se quitó la toalla del rostro, encontró a Violeta admirándolo, sonrojada, ella dio la vuelta asustada y el sonrió, luego tomó una bata de baño y se cubrió

—Ya estoy visible —dijo y ella volvió la vista, mientras trataba de contener el calor que había impregnado en su cuerpo—. ¿Y a que debo tu visita?

—Yo… He venido a… acepto su propuesta.

Él alzó la vista y la miró con cejas levantadas, como si le sorprendiera

—¿Te convenció Hugh?

—¿Cómo lo sabe? —exclamó con estupor

—Te mande a seguir con uno de mis hombres, sé todo lo que has hecho.

Ella le miró confusa

—Su hijo, quiero decir, su hijastro, es un maldito, y pagará por lo que me hizo.

—Por lo que nos ha hecho, así es, vaya, por lo visto el despecho es más fuerte que el sentido de la justicia, ¿No lo crees?

—Deje sus ofensas atrás, ¿Qué quiere que haga para vengarme de su hijo?

Él sonrió y admiró su temple

—Tengo un plan, un gran plan que, si lo cumplimos, será benéfico para ti y para mí, a cambio de tu ayuda, Violeta, al terminar esto y cuando Hugh sea arrestado, te daré diez millones de dólares, para que vivas con comodidad.

Ella le miró con una sonrisa falsa

—¿Tanto dinero? ¡No lo quiero! Solo… me conformó con vengarme y hacer justicia. Tal vez, un puesto en su empresa, sería suficiente para mí.

Él sonrió al verla

—Tendrás lugar en mi empresa, pero recibirás ese dinero, quieras o no.

—¿Y que debo hacer? —preguntó abrumada, deseosa por comenzar ese plan que le daría el gozo de ver humillado a quien la lastimó

—El primer paso consiste en casarnos.

—¡¿Qué? —exclamó en un gritó, con los ojos más grandes que Sebastián jamás le vio—. ¿Es una broma?

—No, Violeta, serás mi esposa, y juntos vamos a vengarnos de Hugh y Milena viviendo bajo su mismo techo, jugando su mismo juego, los haremos padecer, los destruiremos, y luego, los enviaremos a la cárcel.

Ella le miró con ojos muy grandes

—Pero, yo…

—¿Qué pasa, perdiste el valor? ¿Recuerdas todo lo que te dijo Hugh, hoy? Él tenía razón, no eres lo suficientemente fuerte, solo eres un bufón.

Ella le miró sorprendida y sintió de nuevo esa furia que dominaba su cuerpo y explotaba en sus entrañas

—Acepto, lo haré, seré su esposa por despecho —dijo con voz fuerte y segura. 

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