Alonzo sintió cómo Roma intentaba apartarse de su beso feroz.
Sus labios buscaban los de ella con desesperación, con esa intensidad que solía doblegarla en el pasado.
Pero esta vez, Roma no cedió. Era como besar una pared, fría y distante, llena de desprecio.
De un empujón, ella lo alejó con una fuerza inesperada y, en un solo movimiento, su mano se estrelló contra su mejilla.
El sonido seco de la bofetada resonó en el aire, dejando a Alonzo completamente perplejo.
Su piel ardía, pero más lo hacía su orgullo.
Roma entrecerró los ojos y, por el rabillo del ojo, vio a Kristal acercarse con pasos inseguros.
Supo que era el momento perfecto para soltar la bomba.
—¡No voy a ser tu amante como lo pediste, Alonzo Wang! —exclamó con una voz cargada de furia, limpiándose la boca con la mano—. ¡No soy esa clase de mujer!
El cuerpo de Kristal se tensó de inmediato.
El miedo explotó en su interior como una ráfaga de metralla. Sus manos temblaban y su pecho subía y bajaba con respiraciones irregula