5. Las piezas...

Capítulo 5: Las piezas se mueven

El café estaba a medio llenar, lo suficiente para que nadie se sintiera observado, pero no tan vacío como para que la casualidad fuera tan obvia. Santiago la vio entrar con la misma seguridad que las veces anteriores, como si el lugar le perteneciera.

Paula Green caminaba con la cabeza alta, vestida con elegancia casual, el cabello recogido con sumo cuidado. Parecía que esta vez no esperaba encontrar a nadie allí, pero sus ojos lo encontraron sin dudar.

-- ¿Siempre en la misma mesa? – le preguntó ella, sin sentarse aún.

-- Siempre esperando lo inesperado – le contestó Santiago, alzando su taza de café ya vacía.

Ella señalo el lugar vacío a frente a él y sin esperar su indicación se sentó, no necesitaba pedirle permiso. Dejó su bolso a un lado, cruzó las piernas con total naturalidad y cuando la encargada se acercó a ella, pidió un café americano sin azúcar. Todo con esa precisión de quien sabe exactamente lo que quiere.

-- ¿Vienes solo por el café o por las conversaciones absurdas con desconocidas? – le preguntó, observándolo de reojo.

-- Por las dos cosas. Aunque últimamente, lo segundo se ha vuelto mucho más interesante...sobre todo si la desconocida no lo es tanto – estaba haciendo referencia a su encuentro furtivo y Paula lo pudo notar.

Ella no había hablado con nadie sobre lo que ocurrió en el hotel, solo esperaba que su marido infiel no haya ocupado la suite que separó para su aniversario.

Paula sonrió distraída, era lo mejor en esas ocasiones tan comprometedoras. Pero detrás de esa sonrisa, Santiago veía algo más. Tal vez porque ahora sabía quién era ella realmente.

La nieta del juez Federico Green. El hombre que había destruido la vida de su abuelo y de su toda su familia.

Y sin embargo… no podía quitarle los ojos de encima.

Desde aquella noche, desde ese error, esa chispa, esa tormenta de cuerpos sin historia, algo lo empujaba a buscarla, una y otra vez. Solo que ahora el tablero había cambiado para él. Ya no era solo deseo lo que lo llevaba a ella, era algo más personal, algo mucho más peligroso.

¡¡Venganza!!

-- ¿Te pasa algo hoy? – le preguntó Paula, sin dejar de mirarlo. Él movió la cabeza de un lado a u otro sin hablar. -- Hoy estás menos sarcástico. Incluso podría decir que pareces… ¿tenso? – terminó ella de examinarlo.

-- Debe ser el lugar – le respondió él. -- O tal vez la compañía, que me obliga a pensar –

Ella lo observó con más detenimiento. Santiago siempre había tenido esa mirada de quien guarda secretos, pero ahora había algo distinto en él: como si estuviera conteniéndose por algo.

Como si estuviera a punto de decir algo importante… pero al final decidiera callarlo.

-- ¿Y en qué piensas, señor Soler, si se puede saber? –

-- En estrategias – le respondió él, apoyando los codos sobre la mesa. -- A veces uno tiene una jugada clara. Pero luego descubre que el tablero es otro. Y que la reina contraria ya conoce el juego.

Paula inclinó la cabeza, divertida.

-- ¿Reina? No sé sí tomar eso como un cumplido o como una advertencia –

-- Ninguna de las dos, pero puedes hacer lo que desees. Aunque sospecho que tú siempre sabes lo que haces, bueno con excepción de aquella noche, que en realidad no sabías quien era yo – ella se limitó a observarlo con atención, había algo extraño en él ese día... definitivamente que sí.

El café llegó. Paula removió el líquido oscuro con la cucharita, aunque no tenía azúcar, pero era como si necesitara ganar tiempo para responder. Cuando finalmente lo hizo le dijo:

-- No siempre sé lo que debo hacer... ¡ya lo sabes! A veces solo hago lo que me toca hacer, aunque después tenga que arrepentirme –

Eso lo desconcertó. ¿Un resquicio de vulnerabilidad? ¿O era parte de su juego? No lo sabía, pero temía hacer la pregunta que debía hacer.

-- ¿Y entonces? – ella lo miró un momento más.

-- ¿Entonces qué? – le preguntó seria.

-- ¿Te arrepientes de aquella noche? – Paula no respondió, se levantó de su silla y salió del café.

Esa noche, Santiago no volvió al hotel. Caminó por las calles húmedas, con las manos en los bolsillos y la cabeza llena de preguntas. La nieta del juez Green...

Estaba completamente seguro de que la mujer que le había volado el cerebro con una sola noche de pasión y erotismo era la nieta del hombre que destrozo a su familia.

La misma que ahora dirigía el bufete de abogados más influyente del país, el mismo que él pensaba destruir.

-- ¡Maldición! – susurró para sí.

La ironía era perfecta.

Él había venido al país, para buscar justicia. No sabía cómo, ni cuándo la conseguiría, tiempo y dinero le sobraba. Pero llegó con un plan. Y ahora... ahora tenía que decidir si Paula era el objetivo de ese plan o el obstáculo. O algo peor... un error del destino que podría convertirse en la causante de su derrota.

La recordó sobre él. Esa forma de tomar control, de moverse, de dejar claro que era ella quien mandaba. No había sido una noche cualquiera. Lo sabía. Lo sentía aún en la piel.

Y aún así, lo que más lo inquietaba era lo otro: esa mirada aguda, como si supiera que él también escondía algo.

Ella no es lo que aparenta... pensó él.

Dos días después, fue ella quien volvió al lugar por un café, como lo había hecho desde que esta a cargo del Bufete. Esta vez no lo buscó con la mirada, tampoco se sentó donde siempre lo hacía, esta vez se ubicó en la primera mesita disponible, algo extraño en ella. Se sentó sola, la encargada se le acercó y ella pidió lo mismo.

Sacó su tablet de su bolso y fingió indiferencia.

Santiago ya estaba allí, leyendo un periódico que no pensaba leer.

La había estado esperando, y cuando llegó no dejó de observarla. Cuando Paula terminó su café y se levantó para irse, él también hizo lo mismo.

-- ¿Huyendo? – le dijo al alcanzarla cerca de la puerta.

Paula lo miró, sin detenerse del todo.

-- Lo siento tengo clientes que atender, tu debes saberlo mejor que yo. Aunque me imagino que debe estar bien que estés descansando en la ciudad... ¿ya sabes? no todos tenemos el lujo de cobrar por mirar el techo – esta vez fue algo sarcástica y es que había recibido un mensaje de Rodrigo exigiendo verla para hablar sobre lo ocurrido, o como ella pensaba sobre el ¿por qué? había cerrado las cuentas que tenían en común. 

-- Algunos techos esconden respuestas ¿lo sabías? – le preguntó él, caminando junto a ella, con el mismo paso apresurado.

-- ¿Y tú qué escondes, Santiago? O mejor dicho que conseguiste descubrir sobre el techo de la cafetería –

La pregunta fue directa. Como un bisturí a la yugular. Él se detuvo, se dio cuenta de que algo le estaba pasando.

-- ¿Y tú? – ella le sostuvo con la mirada. Por un segundo, ninguno de los habló. Luego Paula sonrió, como si hubiese ganado otra partida invisible. Al final ninguno de los dos respondió nada.

-- Nos vemos, jugador – le dijo ella y se perdió entre los autos.

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