6. Llamadas...

Capítulo 6. Llamadas sin respuesta.

En la oficina, Rodrigo Tafur miraba los estados de cuenta que habían llegado a él con el ceño fruncido. Cada cuenta mancomunada había sido cerrada. Cada tarjeta secundaria se encontraba inactiva. No quedaba ni una sola línea de crédito compartida con su esposa. O, mejor dicho, con Paula Green, la mujer que había dejado de ser su sombra para convertirse en una tormenta silenciosa, una esposa despechada por una infidelidad no comprobada según él, pues mientras no se compruebe que ese bebé era suyo nada estaba dicho.

-- ¿Pero que carajo estás haciendo Paula...? – murmuró lanzando todos los papeles al suelo.

La había ignorado todo este tiempo, claro estaba disfrutando de su amante. Lucia le daba todo lo que él querría, pero no era tan rica como Paula, y ahora estaba embarazada... algo que él por más que intentara ocultar no le agradaba para nada... ya que nunca pensó dejar a su esposa por un sustituto.

Debió molestarse con Lucia por haberse presentado en la fiesta de celebración, pero las mañas que utilizaba la treintañera con él lo enloquecía demasiado. Tanto que decidió jugar sucio. Creyendo que podría mantenerla en la periferia mientras él disfrutaba su tiempo con Lucia, pero las cosas no salieron tal y como las planeo.

Sin embargo, haber cerrado las cuentas que compartían... eso era otra cosa. Paula se había pasado de la raya, según él.

-- ¿Qué es lo que quiere? – se preguntaba en silencio. -- ¿Es acaso esto una advertencia? –

No conseguía respuestas para sus preguntas, pero algo estaba claro, ella quería acorralarlo, presionarlo, controlarlo y él odiaba no tener el control.

Marcó nuevamente el número de su esposa, pero nada, la llamada iba directamente al buzón.

-- ¡Maldición Paula, te vas a arrepentir! –

Volvió a llamar y nuevamente la grabadora, luego de unos segundos cortó para nuevamente volver a marcar... ¡nada!

En todo momento le contestó la voz grabadora del buzón, sin embargo, él no dejaba ningún mensaje. Esperaba que ella respondiera alguna vez, pero eso nunca ocurrió.

Rodrigo no podía quedarse así, no lo soportaba.

-- Nos veremos pronto cariño – dijo para sí antes de enviar el mensaje de voz que tanto había evitado, con una esposa dueña de un estudio de abogados, debías cuidar lo hacías, pero estaba vez su razonamiento estaba por los suelos.

Con un tono tan bajo que sonaba como una promesa... o quizás como una amenaza él comenzó.

** No te vas a deshacer de mi tan fácilmente querida **

Ese fue el mensaje que le dejó.

Paula caminaba sola, sus manos temblaban de coraje por tener que oír su maldita voz.

-- Ni una disculpa, ni siquiera ha pensado pedir perdón – murmuraba entre dientes ella.

-- ¡Maldito descarado! –

Paula llegó al estudio y siguió de largo hasta su oficina, no se detuvo a saludar y menos a escuchar lo que tenía que decir su asistente, lo único que quería era pensar en lo que le diría al idiota de su esposo.

-- ¿Qué no me voy a deshacer de ti? – murmuraba mientras dejaba su bolso a un lado. – Ya lo veremos –

Paula era abogada, sin embargo, no le gustaba ejercer su profesión, había estudiado derecho para seguir a su abuelo, era la única opción que le dieron.

-- La familia debe mantener este Bufete cariño – esas palabras le calaron muy fuerte, pero eran reales.

-- El nombre de tu abuelo no puede desaparecer – y allí estaba ella ahora, administrando el estudio de abogados de su abuelo.

Nunca le gustó el estudio de las leyes y si no fuera por su familia, habría preferido abrir una tienda de ropa para mujeres, le gustaba diseñar y aunque lo hacía como una especie de terapia, sus diseños eran geniales.

Pensando, y rompiéndose la cabeza tratando de averiguar que debía hacer con Rodrigo ella recibió otra llamada a su celular.

Era Rodrigo otra vez.

No respondió, lo dejó sonar mientras continuaba revisando unos documentos que habían dejado sobre su escritorio. Cuando esté dejó de sonar ella respiró hondo.

Las reglas del juego habían cambiado y Rodrigo lo sabría muy pronto. Y sobre Santiago… él era otra historia.

Paula sabía que Santiago ocultaba algo. No era solo un desconocido seductor, había algo más, estaba segura.

Sus preguntas, sus silencios, aquellas metáforas. Paula no era una ingenua, aunque así lo pareciera después de la confusión ocurrida en su fiesta de aniversario, pero ella había crecido con su abuelo, un hombre con traje de seda, pero que en realidad tenía piel de lobo.

Lo peor era que aun sabiendo como era él, ella lo había comenzado a extrañar. Y eso era lo que más le molestaba.

En la habitación del hotel Santiago miraba la hoja frente a él. Nombres, fechas, el expediente del juicio que había condenado a su abuelo, el nombre de la mujer que testifico mentiras, las pruebas falsas que alguien plantó y lo más importante... la firma del juez que lo sentencio. El abuelo de Paula.

El juez Federico Green había dictado la sentencia sin pestañear. Veinte años atrás, cuando Santiago solo tenía 13 años de edad.

Él era un niño, no pudo hacer nada por su familia, no pudo hacer nada por su abuela, quien falleció a los pocos meses luego de quedar alejada del amor de su vida. Por eso se dedicó en cuerpo y alma a estudiar las leyes de cada país. Y ahora era considerado el mejor abogado del mundo, con licencia para trabajar en cada uno de los países del continente.

-- La vida nos pone jugadas que ni yo hubiera esperado – susurró, al mirar una imagen de Paula en su fiesta de aniversario, alguien que publicó el escandalo de la amante, había subido también una imagen de Paula antes de alejarse de allí.

-- ¿No hubiese salido mejor señorita Green...? tu sola te metiste en la cueva del lobo – continuó susurrando para sí.

La pregunta ya no era si iba a hacer algo, eso lo sabía desde que volvió. La pregunta ahora era ¿qué clase de hombre quería ser con Paula?, ahora que conocía toda la verdad. ¿Y si era capaz de ignorar lo que había sentido en esa noche absurda pero inolvidable?

De pronto su teléfono vibró. Un mensaje anónimo había ingresado.

** No debes desviarte de tu objetivo señor Soler **

Santiago se quedó pensativo.

¿Quién podría haberle enviado aquel mensaje? o, mejor dicho, ¿Quién más sabía lo que ocurrió entre Paula y él?...

Al día siguiente.

La mañana amaneció gris, cargada de una humedad extraña que se filtraba por las rendijas de las ventanas del edificio Green. Paula había llegado temprano aquella mañana. Llevaba puesta una blusa blanca con aberturas en las mangas, nada discreta y un pantalón negro de pinzas acompañados de unos estiletos que la hacían sonar firme en cada paso, estaba revisando unos documentos con la frialdad de una abogada experta, aunque no quisiera serlo.

El sonido constante del teclado y el murmullo lejano de las conversaciones telefónicas eran parte del paisaje sonoro habitual del estudio de abogados Green.

Ella, aunque se veía imperturbable por fuera, por dentro sentía un nudo difícil de ignorar desde el día anterior.

Sin embargo, abajo en el lobby la recepcionista recibía a un malhumorado Rodrigo,

-- Claro que no tengo cita... de cuando acá el esposo de la dueña debe pedir cita para verla – gritó en medio del vestíbulo.

La jovencita que había estado presente en la fiesta de aniversario quería gritarle, “desde que apareció una mujer diciendo que era la amante su amante”, pero no lo hizo.

-- Dile a Paula que estoy acá y que no me pienso ir hasta no hablar con ella – amenazó, dejando su anillo sobre el módulo de recepción.

La joven algo intimidada por la actitud poco caballerosa de Rodrigo marcó el anexo a la dirección.

-- Señora Green – le dijo Martin, su asistente, con un dejo de incomodidad, -- Su esposo está aquí. No quiso esperar abajo –

Paula levantó la vista. El nudo en su estómago se volvió una espiral.

-- Hazlo pasar -- le ordeno, pero no hubo necesidad de hacerlo.

Rodrigo Tafur entró como si el suelo le perteneciera, Paula lo vio ingresar con paso firme, sin siquiera esperar a que su asistente saliera luego de haberlo anunciado. Su traje estaba cuidadosamente entallado, vestía bien, como siempre, pero su rostro no podía ocultar el rastro de noches sin dormir.

Rodrigo lucia diferente, si bien abajo se mostro patanesco y ruin ahora parecía menos arrogante, aunque más determinado.

Al verlo con mayor detenimiento se dio cuenta de que su camisa estaba arrugada, ella sonrío, nunca espero que el gran Rodrigo Tafur su esposo aceptara ponerse una camisa así, en ese momento recordó las miles de camisas que mando votar por el simple hecho de que estaban arrugadas...

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