Pero allí estaba.
Estaba allí, como de costumbre, imperturbable, ataviado en un traje negro. Su mirada hacia Julieta era fría y lejana.
A pesar de que ella no deseaba encontrarse con él en ese momento, era el funeral de don Camilo después de todo y no quería armar algún escándalo, así que optó por apartarse.
Leandro colocó las flores frente a la lápida, la observó con recelo y soltó con indiferencia:
—Cuando todo termine, necesito hablar contigo.
Al escuchar eso, Julieta se sintió inquieta por alguna razón.
Pensó: "¿Viene a mediar por Dalila?"
—No tengo tiempo —le respondió.
Ante su rechazo, Leandro no insistió, ni prolongó su estancia más de lo debido. Sólo se dio media vuelta y se alejó, como si fuera un comentario casual.
Al ver que no iniciaba una confrontación, Julieta respiró aliviada.
Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarlo, pero por ahora podía consolarse con la idea de que tal vez, en cierta forma, él todavía guardaba sentimientos por ella y no la forzaría.
Otras p