Me desperté sintiéndome adolorida pero feliz. Marko no estaba en la habitación, así que me puse una de sus camisas, ya que toda mi ropa estaba rota.
Bajé a la sala y vi que él había preparado panqueques, tostadas y estaba haciendo café. Me sorprendió verlo cocinando.
Se veía hermoso con su espalda desnuda.
—Buenos días —lo abracé por la cintura y le di un beso en la mejilla.
—Salúdame como corresponde, señora Romano —me pidió, señalando sus labios.
Le di un beso corto en los labios, y él me respondió.
—Me fascina cómo luces mi camisa. Pero no te di permiso para usarla.
Reí cuando me levantó en brazos. Enredé mis piernas en su cadera y me agarré de su cuello para no caer al suelo.
—¿Entonces debería quitármela? —pregunté coqueta y luego le di un pequeño beso.—La cafetera, mi vida.—le recordé cuando me subió a la mesa y empezó a desabotonar mi camisa.
—No te preocupes, se apaga solo, es automático. ¿Pero sabes qué no se apaga solo? —me preguntó mientras me quitaba la camisa y me dejaba s