El cielo comenzaba a teñirse de tonos anaranjados y púrpuras cuando Elena salió de la oficina. El día había sido largo y cargado de reuniones, llamadas y decisiones. Caminó lentamente hacia su coche, disfrutando del aire fresco de la tarde. Las calles estaban llenas de gente, pero se sentía desconectada, como si estuviera en una burbuja aislada.
Al llegar a casa, el silencio la recibió. El apartamento estaba ordenado y acogedor, pero esa noche le pareció extrañamente vacío. Dejó las llaves y el bolso sobre la mesa del vestíbulo y se dirigió al salón. Se dejó caer en el sofá, cerrando los ojos mientras intentaba aliviar la tensión acumulada en sus hombros y cuello.
El sonido lejano del tráfico y las luces de la ciudad que se filtraban por las ventanas eran los únicos indicios del mundo exterior. Elena respiró profundamente, tratando de calmar su mente. Pero los pensamientos seguían agolpándose: las preocupaciones sobre el proyecto, las expectativas del equipo, las demandas de los in