Cornelius
Ronan avanzó con paso firme por el corredor de piedra que conducía al salón de audiencias del castillo lycan escoltado por cuatro guardias, su capa ondeando a su espalda como una sombra viviente. El aroma de la tierra húmeda y la madera quemada impregnaba el aire, un recordatorio constante de que estaba en territorio de lobos. Al acercarse a la enorme puerta de madera con grabados de lobos, dos guardias se interpusieron en su camino, sus ojos brillantes destellando con desconfianza bajo las antorchas parpadeantes.
Uno de ellos, un lycan de complexión robusta y mirada astuta, entrecerró los ojos y aspiró el aire con una lenta y profunda inhalación. Sus labios se curvaron en una mueca de desagrado.
- Hueles a vampiro. - gruñó, mostrando los colmillos, su voz impregnada de desconfianza y desprecio.
Ronan, imperturbable, bajó su capucha revelando su rostro afilado y sus ojos penetrantes. Una leve sonrisa ladeada se dibujó en sus labios antes de responder con voz grave y firme:
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