Emma despertó temprano, más por la emoción que por el despertador. La llamada del día anterior todavía resonaba en su cabeza como una melodía que no quería dejar de escuchar: La editorial más importante de Nueva York quiere reunirse conmigo.
Mientras revisaba por última vez sus notas y su portátil, escuchó los pasos de Leonard acercarse.
—¿Lista para tu gran día? —preguntó, con esa voz profunda y segura que parecía siempre tener las palabras justas.
—Más que lista —respondió Emma, intentando ocultar su sonrisa nerviosa—. Y tú… ¿seguro que quieres venir? Manhattan puede ser un poco… abrumador.
—Si voy contigo, nada me abruma —replicó él, aunque su mirada traicionaba cierta intriga.
Salieron juntos, y en cuanto pusieron un pie en las calles de Manhattan, Leonard quedó en silencio. Sus ojos recorrían cada rincón como si fuera un niño que ve el mar por primera vez: taxis amarillos zumbando por las avenidas, gente cruzando sin esperar la luz verde, rascacielos tan altos que parecía que com