Giacomo detuvo su auto frente a la casa de los padres Carmine y miró la imponente construcción a través del parabrisas.
—¿Aún estás seguro de que quieres hacer esto? —preguntó Carmine.
Giró la cabeza para mirarla y se dio cuenta que ella estaba tensa.
—Sí. —Tomó la mano de Carmine y le dio un suave apretón, tratando de reconfortarla—. Descuida, no voy a cambiar de opinión de un momento a otro. No pienso dejarte sola en esto. Procura relajarte un poco; no creo que al bebé le haga bien tanto estrés.
Carmine esbozó una leve sonrisa.
—Tienes razón. —Ella se llevó su mano libre al vientre y tomó una respiración profunda—. Hagamos esto de una vez antes de que sea yo quien me arrepienta.
Giacomo bajó del auto, lo rodeó para abrirle la puerta a Carmine y le ofreció una mano para ayudarla a bajar.
—Todo saldrá bien —le dijo.
—En tu lugar, yo no estaría muy seguro.
Giacomo soltó una risa nerviosa.
—No eres muy buena tranquilizando a los demás ¿verdad? —preguntó, cuando dejó de reír.
Los dos comp