XXI. Nuestras sendas.
La situación era por lo mínimo extraña. Más que eso, era incómodo y todos los presentes lo sabían, sólo que algunos lograron sobreponerse, como Nilah, que se acercó a su amigo en un ambiente de secreteo.
—¿Quién desapareció?
—Una de las lobitas más pequeñas, no recuerdo su nombre, pero no debe tener más de cuatro años —informó Darío recordando a la pequeña. Allí llegaban muchas huérfanas, por lo que tampoco sabía su origen o quién cuidaba de ella—. Era una de cabello café y ojos grandes, la que olía a flores.
—Sé más específico, Misha. Todas las niñas huelen a flores.
—¡Joder, no sé! ¡No tengo memoria fotográfica como tú! ¿Cómo voy a distinguir a un montón de cachorras si todas se ven iguales? Sólo me acuerdo de su olor. La única vez que la vi, usaba dos trenzas y andaba con una canasta.
—Ya sé quién e