Diecinueve

XIX. Sorpresas.

Esos días habían sido sorpresa tras sorpresa. Primero, la humana pelirroja se le había escapado, segundo; la siguió, cosa que todavía se cuestionaba, y tercero; ella llegó a un lugar que parecía no existir, pues no expedía aroma o emitía ruido alguno, eran solamente un montón de enredaderas y arbustos. La joven cazadora se metió ahí y desapareció de sus sentidos como por arte de magia. Si no fuera por lo que vio, habría admitido a viva voz que se le había esfumado en las narices.

La cuarta sorpresa fue adentrarse en ese lugar sin meditarlo ni un minuto. La quinta que inmediatamente fue derribado por la humana, quien le puso una roca afilada en el cogote. Otra sorpresa sería enterarse más tarde que era una cazadora experimentada. Y la sexta fue el panorama ahí adentro; una anciana minúscula de mirada agria, un hombre corpulento que medía más de dos metros y una mujer que le observaba con asombro y temor. Hacía tiempo de que no veía ta

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